Algunas personas me preguntan con frecuencia, ¿cuál es tu equipo favorito? Invariablemente contesto, "no tengo equipo favorito, tengo deportes favoritos". Pero aclaro: que más me gusta el deporte que se juega en equipo, que demanda sacrificio individual; donde se piensa antes de comenzar a correr.
Por eso me incliné (sin ningún orden de preferencia) por el atletismo, el beisbol y el futbol. Jugué beisbol (bueno para fildear y correr las bases; muy malo para batear), inclusive practiqué en mi niñez la "versión maya" del beisbol, que algún día se las explicaré y que se llama "Kin Bomba"; luego me inicié en el futbol, primero como defensa hasta que topé en Monterrey con el entrenador del Tec, ese gentil ex arquero del Necaxa, Rafael Navarro (q.e.p.d.). "Navarrito" era demasiado gentil para ofender a otros, me convenció que tenía facultades mas que para detener a los rivales, para tocar la pelota en forma "exquisita" y permitir que un centro delantero la metiera al arco rival. (Como ven, era demasiado decente para decirme "estás muy chaparro, juega de ala derecha"). No, realmente yo no fui tan malo como delantero, sobre todo porque de medio armador de juego tenía detrás a Rafael Quijano, un excelente jugador potosino, y en la delantera alineaba un goleador nato, el "Chino" Saucedo, contador público. Ambos llegaron a lucirse brevemente en la Primera División Profesional.
Años más tarde, ya graduado y "trabajando" como ejecutivo en la industria automotriz, los obreros de la Ford me convencieron que ingresara a su equipo "Galgos de la Ford" en la durísima y competitiva Liga Interclubes del DF (que por cierto fue creada por el Club Atlético Reforma", pionero del futbol en México). Pronto encontré que mi mente sabía muy bien lo que tenía que hacer con la pelota, pero mi cuerpo no llegaba a tiempo, de hecho, "ejecutaba" mejor en mi escritorio en la oficina que en la cancha de futbol. Me retiré cuando tuve mi primera hija, eso sí con honores y el chusco diploma de "novato del año".
Reconozco que fui atlantista desde mi niñez hasta que el General Núñez vendió el equipo a quienes nunca supieron manejarlo y lo mandaron brevemente a la Segunda División. Regresé brevemente al atlantismo cuando el Seguro Social se cobró cuotas no pagadas, recibiendo al Atlante. Para el torneo 1981-82 llamaron a mi amigo Horacio Casarín como entrenador. Horacio lo llevó a una final que ganaron los Tigres, pese a que ese Atlante había sido el mejor de todos en el torneo regular. (Lo que siempre he dicho del absurdo sistema de liguilla, donde un título ganado con el sudor de 30 partidos, se pierde en uno solo)
Luego que IMSS lo vendió, el equipo rebotó de mano en mano, hasta convertirse en un juguete que no es ni sombra de lo que llegó a ser originalmente. Sus propietarios actuales mataron el atlantismo y se lo llevaron donde vacacionan gratis en las bellas playas del sureste. Luego de manosearlo de diversas formas (hasta ganaron un típico título de liguilla) lo tienen allá, en las playas del "Caribe yucateco": con estadio propiedad del Ayuntamiento, menos impuestos y más gastos deducibles, etc.
No es novedad decir que mis gustos por el futbol actual se han enfocado al norte de mi país, al futbol inglés y al futbol alemán. Hay ahora tantas copas que la afición termina "borracha". El Mundial se ha convertido en cancha de entrenamiento para probar futuros ases, porque los que existen van a pasearse por la cancha (es que ¿sabe usted?, hay que cuidar "mis herramientas de trabajo"). Las ligas que menciono han sabido crear institucionalidad en los equipos, y al mismo tiempo obtener beneficios económicos. En lugares como España, donde han convertido el deporte en guerra civil, en aras del derroche monetario, uno piensa que ese no es el camino correcto. En el futbol, igual que en cualquier actividad humana, la confianza del público es más importante que la cuenta bancaria. Y curiosamente, mientras más se apoya la institucionalidad, más beneficios materiales ingresan. Aparte de que se obtiene más renombre, mejores logros y sobre todo más seguidores, lo que a la larga es lo más importante del deporte profesional.
No vayan a creer que repudio el dinero. Dicen que el dinero no lo compra todo: en efecto, el dinero no compra la pobreza. Pero debe usarse con inteligencia y beneficiar a muchos; o sea, usarlo para iniciar algo tan grande, que todos los que vengan detrás no se lo puedan acabar nunca. Como negocio este es el reto actual para el deporte profesional. En un comentario próximo les prometo contarles cómo han logrado enfrentar ese reto actualmente algunas instituciones deportivas del mundo.
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