Esta es una semana crítica en la historia de los Estados Unidos. Lo que solía ser simplemente seleccionar al que pudiera mantener rico al país más rico del mundo, es ahora una lucha verbal y emocional para convencer sobre quién es más capaz de regresar al país al camino exitoso que solía seguir.
Si me preguntan, en tiempos normales la situación sería más simple. Si fuera una pelea de box -y a veces lo parece- diría que los estilos son extremadamente distintos. Me recuerdan aquella histórica pelea por el título mundial de peso completo, entre Joe Louis y Max Schmeling. Obama, de raza negra, origen humilde y formado "desde abajo"; contra Mitt Romney, de raza blanca y religión e ideas extremistas.
Recuerdo en especial aquel pleito por el campeonato del mundo, donde el humilde boxeador de raza negra venció fácil y dramáticamente al representante de la Alemania hitleriana. La pelea despertó un morbo tal (igual que estas elecciones) que se rompieron todas las marcas de asistencia a una pelea de boxeo.
No piensen que quiero tomar a la ligera el muy serio enfrentamiento entre el humilde hawaiano Obama y el soberbio mormón Romney. Analizando fríamente este "encuentro a tres rounds", con millones de boletos "comprados" con votos, es un "show" de mera elección democrática convertida en enfrentamientos gigantesco, que ha servido para elevar el auditorio de los numerosos programas de TV y ha vendido más prensa que nunca. Y esto, a pesar que la mayoría del pueblo afirma estar harta de política. No lo veo así considerando que es el tópico obligado de conversación y de televisores prendidos.
Pero la cosa es seria. El contendiente que gane la pelea deberá mantener la sangre fría; en el caso de Obama, recordar a todos que heredó una economía hecha trizas por el reinado del campeón anterior, Bush Jr., a quien asesoraron "trainers" con oscuros fines personales. Por eso perdieron el título en 2008; pero Obama debe reconocer que la integración racial de Estados Unidos dista mucho de haberse terminado, y será siempre el estigma del país creer en una integración racial, cuando aún no existe y que sigue siendo estigma claro que mancha estas nuevas elecciones presidenciales.
La ley de las probabilidades está en contra de quien crea que es posible lograrlo en sólo un periodo de gobierno. Y los demócratas no deben olvidar que el peleador de la otra esquina ha superado una serie de pleitos entre su propio partido, que sin duda deben haber madurado su estilo de pelea. Su entrenamiento para este pleito final es misterioso y lo que haya avanzado en experiencia no ha sido posible detectarlo, lo que lo hace un contrario peligroso. Será interesante ver cómo enfrenta situaciones claras y decisivas que no las ha tenido hasta ahora. La pregunta es ¿sabrá cómo enfrentarlas con decisión y golpear donde duele…?
Obama está sin duda consciente tanto de esto como de sus propios puntos débiles, donde le van a golpear más fuerte: no ha podido lograr totalmente mejorar la economía; su estilo de gobernar (o sea de boxear) es fácilmente detectable por su rival; y cabe temer que el pueblo que sufre en carne propia el problema económico, tenga expectativas irreales de lo que puede lograr. Pero el aliento del público, el reconocimiento de logros reales por parte del actual presidente logrados en un ambiente de oposición y racismo, y curiosamente el voto de la mujer, pueden ser la suma que le dé la reelección a Barack Obama
En el boxeo como en la política, nada está escrito. Todo puede ocurrir, pero siento que el electorado tiene la madurez suficiente para saber quién debe ganar la pelea.
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