Varias cosas marcaron los años 80: el fin de la Guerra Fría, la música de Michael Jackson -hoy de gira con Le Cirque du Soleil; un atlético Luis Miguel que hoy ya no existe; el Atari ya sustituido por el PlayStation; las crisis económicas de México que parecen haber quedado atrás; la guerra de las Malvinas que Cristina Fernández intenta revivir; pero hay una cosa que nos sigue persiguiendo hasta 2012 -y no es Madonna que sigue cantando Like a Virgin en sus tours como si fuera 1982. Me refiero a la aparición del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) y el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (Sida).
El reportero Lawrence Altman firmó la primera nota del New York Times, del 3 de julio de 1981, que titulaba "Cáncer raro visto en 41 homosexuales" y que detallaba cómo un grupo de doctores de la ciudad de Nueva York y de la zona de San Francisco -las dos ciudades epicentro del Sida- habían diagnosticado a 41 hombres con ese raro cáncer, que no parecía contagioso y cuyo origen era desconocido, pero que había probado ser letal en cuestión de meses. Por ello en 1982, las autoridades estadounidenses le dieron inicialmente a los síntomas presentados el nombre de "Enfermedad de Deficiencia Inmunológica relacionada con los Gays", GRID por sus siglas en inglés.
De ahí el resto es historia, pero una historia que conlleva tres décadas de muertes, estigma, discriminación, abandono institucional, paranoia, dolor y luego la llegada de la primera generación de antiretrovirales, el activismo ciudadano ante el letargo gubernamental, las primeras campañas de prevención, medicamentos exitosos y la esperanza de que algún día se encuentre la cura final.
Pocas veces hay documentales que logran convertirse fielmente en la memoria visual de un momento histórico porque reúnen a la mayoría de sus protagonistas y captan el sentimiento de una era. Ambos objetivos son difíciles porque el documental es a final de cuentas una interpretación subjetiva sobre la realidad, pero ese objetivo se vuelve aún más difícil de conseguir cuando se viaja casi treinta años al pasado para reconstruirlo.
En las salas de cine de Estados Unidos acaba de ser estrenado el documental "How to Survive a Plague", del director David France, que narra el período de 1987 a 1993, los peores años de lo que el escritor Larry Kramer llamase la plaga del Sida. En esos años el presidente Reagan se negaba a hablar de la enfermedad (lo hizo siete años después de su aparición), los fondos para la investigación y desarrollo de medicinas eran escasos o nulos, los hospitales no atendían a pacientes que buscaban tratamiento y las funerarias rechazaban los cuerpos de quienes habían fallecido por el Sida.
Si bien hay toda una serie de películas que retratan la aparición del Sida -desde la hollywoodense Filadelfia hasta la menos conocida Longtime Companion- series de televisión como Ángeles en America, novelas y ensayos como El Sida y sus metáforas, de Susan Sontag, o las memorias de Audrey Lorde, así como obras de teatro y musicales, como The Normal Heart y Rent- pocos escritores y cineastas se han preocupado por contar la historia detrás de los activistas de la lucha contra el Sida y sus organizaciones, con todo y sus logros y errores.
El documental de France narra cómo los activistas de la organización ACT UP, que cumple 25 años de vida este 2012, lograron que el gobierno estadounidense reaccionara y empezara a fondear la investigación del Sida, sin tabúes y sin estigmas, y que las farmacéuticas produjeran los antirretrovirales que empezaron a salvar la vida de millones y que le permitieron ser hoy sobrevivientes de los 80 a activistas como Peter Staley, quien aparece en el documental de France en 1987 cuando acababa de ser diagnosticado como portador del virus y en unas entrevistas realizadas en 2011.
Cuando ya casi termina 2012 y siguen registrándose nuevos casos entre las llamadas comunidades barebacking -hombres gay que practican el sexo sin protección porque buscan voluntariamente a alguien que les "done" el "regalo" (así es el argot)- cuando sigue evitándose o prohibiéndose la educación sexual para adolescentes, cuando siguen presentándose nuevos casos también entre mujeres heterosexuales y en los llamados hombres que tienen sexo con hombres, cuando hay portadores del virus que no quieren tomarse los medicamentos, pese a que hoy les permiten vidas con calidad, cuando todo ello ocurre, recuperar la memoria de los primeros años de la aparición del virus se vuelve un testimonio indispensable, no sólo para el activismo del Sida, sino para los activistas políticos de cualquier causa por las lecciones que arrojan los de ACT UP.
Alguien debería hacer un documental así en México y el de France debería de llegar a las salas mexicanas a la brevedad.
Politólogo e Internacionalista
Twitter @genarolozano