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Consecuencias

Diálogo

YAMIL DARWICH

Indudablemente que nuestro mundo está cambiando para mal. Con el paso de los años, hemos constatado cómo se deteriora la calidad de vida y los ciclos de la violencia están llegando hasta las últimas consecuencias.

Lo más triste: la violencia ha ocupado los espacios antes dominados por la paz; la muerte acecha en cada crucero de nuestras ciudades, amagando la vida de todos nosotros; lo malo supera a lo bueno y el temor ha desplazado a la alegría por vivir, en una triste realidad que poco conmueve -en el sentido de animarles a "moverse"- a los supuestos líderes, quienes tampoco desean dejar a otros los espacios de servicio que ocupan, quienes pudieran intentar mejorar nuestra vida social.

Los crímenes ocasionales, que no se atendieron en su momento, dieron paso a la creación de grupos violentos, desorganizados y prácticamente desarmados y para ellos no hubo contención adecuada; hasta podríamos hablar de promoción.

Los mayores recuerdan de la técnica del "bote de manteca", que entregaban los policías a vagos, para que trataran de venderla y luego aparecer y chantajear a "los aparachuecos". Nos pareció "muy ingenioso".

La delincuencia se transformó en una ocupación redituable y la consecuencia fue la creación de nuevos y mayores grupos delincuenciales, con organización empírica, quienes buscaron al crimen como modus vivendi. Y tampoco hubo reacción.

Paralelamente, se acentuó la diferencia de clases; unos, los ricos, encontrando oportunidades en la mala -éticamente- administración; los menos afortunados, buscando alternativas para cubrir las necesidades básicas de sus familias y algunos de ellos, encontrando en lo ilícito soluciones a sus carencias. Los programas de gobierno, para atender el problema social son deficientes, inútiles y mal aplicados. El problema profundizó.

Las redes del narcotráfico, del extranjero, encontraron un caldo de cultivo ideal para encontrar "personal" de apoyo y lograr pasar drogas al país del norte, excelente cliente con sus altos consumos. Y tampoco, allende el Bravo, reaccionaron suficientemente.

Como en primera instancia, la delincuencia pareciera que no nos afectaba directamente; nosotros tampoco actuamos, dando oportunidad a que esos delincuentes se capitalizaran, organizaran y sumaran experiencia. Esa realidad era un secreto a voces, muchos llegamos a comentarlo en cafeterías y reuniones entre amigos, citando casos de "atrevidos acumuladores de fortuna". Tampoco reaccionamos firmemente.

La oportunidad y la visión de algunos malvados, ya "capitalizados", combinación unida a su atrevimiento y las pocas bases éticas y morales, generaron el interés por acabar con la importación de drogas y transformarse en productores, empezando a tener sembradíos, construir laboratorios e independizarse; en todo caso, si los extranjeros querían "servicio de traslado", éste tendría un coste que los dejaría fuera de competencia comercial.

El crimen siguió avanzando sin que nadie interviniera de fondo; de hecho, aparecieron los aprovechados que se colgaron de las oportunidades para amasar fortunas ilegalmente. Ya no eran los simples policías y sus jefes, con el bote de manteca.

Los niveles de corrupción siguieron avanzando y las organizaciones criminales se fueros profesionalizando, hasta llegar a contar con sistemas sofisticados: desde simples observadores y vigías, hasta expertos en finanzas, temas hacendarios e inversión.

La corrupción floreció y se propagó como parásito social de difícil o casi imposible curación. Empezaron amagos de atención al problema, pero no se trabajó de fondo. Hoy es un cáncer nacional.

Hay expertos que han estudiado el caso y en su momento dieron el aviso para la atención. Poco o nada efectivo de hizo.

Jose Elías Romero Apis, quien fuera subprocurador de la República y del Distrito Federal, connotado abogado, ha clasificado la "Evolución y Mutación Criminal".

Él, la describe en etapas, anotándolas en grados de profundidad y daño social.

La primera: pillería; la segunda: corruptiva; tercera: delincuencia organizada; la cuarta: internacionalización; quinta: deshumanizante; en la sexta agrega al terrorismo; la séptima, promotora de la subversión; la octava politiza el problema; y finalmente, la novena: la regencia criminal.

El asesinato de José Eduardo Moreira Rodríguez, como miles de casos desatendidos, es la consecuencia de nuestra historia en el tema de la desatención al delito, que bien puede estar ubicada entre la quinta y sexta etapa. ¿Actuarán ahora?

De no hacerlo, seguiremos adelante, aunque de pronto nos pareciera que ya estamos avanzados, en períodos terminales. ¿Qué opina?

ydarwich@ual.mx

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