Construyen su fe
Por: Néstor Amhed Galindo, Gladys Solís y Carlos Padilla.
Llegan de Romita y de Ecuador. De Salamanca y de Monterrey. Bajan de los cerros o se quedan en ellos, soportando el sol. Caminan durante horas o son empujados en sillas de ruedas. Algunos desfallecen y muchos más gritan de alegría. Se reúnen todos, por cientos de miles y ahí donde están ellos, entre sus miradas y fe, ahí está Dios.
Son 350 mil y todos ven el amanecer en Silao, al pie del Cerro de El Cubilete. El sol los cobija y les agradece la espera. Ellos aguardan con la confianza de la certeza. Saben que creen y que son gente buena. Y saben también que son más los mexicanos que luchan, que quienes los atacan.
Es el pueblo mexicano reunido en la Expo Bicentenario esperando un mensaje de paz, que tanto necesitan y que Benedicto XVI les lleva desde el corazón.
Para miles, la jornada inicia un día antes. María Concepción Gamiño, por ejemplo, llega a la Expo a las diez de la mañana del sábado. Su labor de voluntaria la obliga a trabajar de sol a sol, pero ni una vez se queja, al contrario, grita y grita, celebra con porras sus 24 horas sin parar.
“Venimos con todas las ganas del mundo, con una motivación que te nace del alma y que hace que no te preocupes de nada”, dice la joven salmantina, miembro de un grupo pastoral.
Concepción es una de miles con sombrero y sarape guadalupano que la distingue como voluntaria. Pasa gran parte de la noche tomada de la mano de sus compañeros, para formar un valla humana que contiene a los fieles, a 80 metros del altar que aguarda al Papa..
Detrás de ella, la pequeña Gabina Delgado está sentada, cabizbaja, aún golpeada por el frío de la noche. Llegó a Silao a las cuatro de la mañana y caminó dos horas.
“Vine con mis tíos, para pedir por mi hermano”, dice la niña de diez años, envuelta en un abrigo rosa que combina con sus ojos claros. Aún no entiende del todo la importancia de un mensaje papal, pero ya presume que en 2002 sus papás la llevaron tan cerca como pudieron de Juan Pablo II, en su última visita a México, aunque obviamente la niña no recuerda.
“Quiero pedirle al Papa para que cuide a mi hermano, para que vea por él y lo mantenga sano”, agrega la pequeña. El hermano es Pedro Delgado, de 20 años, quien trabaja en Estados Unidos desde 2009.
Gabina trata de descansar tras la larga caminata, igual a la de miles que debieron dejar sus vehículos en Silao, lo que derivó en una kilómetrica fila de fieles. Pasos interminables durante toda la noche y que se mantienen incluso a las nueve de la mañana, cuando ya el Papa sobrevuela la zona en helicóptero.
Concepción y Gabina tienen buenos lugares. No entraron hasta la zona exclusiva para invitados, donde están jerarcas religiosos, políticos, empresarios y demás adinerados, pero al menos ven sin obstáculos los preparativos de la misa.
Menos suerte tiene Tonatzin Rodríguez, quien no suelta ni un segundo la carreola de su hijo, el pequeño Jonathan Cabrera. “Va a cumplir ocho años y traerlo fue un poco como un regalo”, dice la madre, envuelta por la multitud, a 300 metros del altar.
“Quise venir porque esto es un empujón para luchar por mi hijo… porque es muy duro, porque no puede hablar ni caminar, pero hay que salir adelante”, agrega conteniendo las lágrimas, sin importar que su único nexo con el Papa sea una pantalla gigante.
Son ya las 10 de la mañana y la multitud rebasa a la Expo. La misa comienza y cientos esquivan la renuncia. No tienen boleto y adentro ya no hay lugar, pero pueblan los cerros, como la familia Ríos Borja, que llegó de Querétaro y no se conformaría con un no.
Por eso no importa estar a 400 metros cuando Benedicto da su mensaje, esa homilía convertida en guía para el pueblo mexicano. Dolor y esperanza son los ejes inseparables y sus palabras arrebatan lágrimas entre muchos.
La señora Enriqueta González escucha con el alma. Asiente y comprende. Sobre todo, toma fuerza para seguir adelante. No le importará quedarse en la silla de ruedas de la que se separa tan poco en el día a día. Para ella, como para miles, escuchar el hablar pausado, cansado de Benedicto XVI es más brillante que el sol que ya pega a plomo.
Paradójicamente, el encuentro con Dios no está en las palabras. Cientos de miles llegaron ahí para escuchar al Papa, pero es un minuto de absoluto silencio el que simboliza la fe. Es un minuto para meditar el mensaje, para valorar el sacrificio y plantarle cara a la violencia.
“Somos más los buenos y vamos a ganar”, repite Martín Martínez Treviño, un seminarista regiomontano que no deja de ver el altar. Benedicto XVI lo ha tocado con el alma y, como a él, a millones.
Si la Iglesia se construye donde sólo dos se reúnen, es en Guanajuato donde los mexicanos se fortalecen y se alistan para luchar. Unidos, codo a codo, cientos de miles forman el mayor templo de Latinoamérica, tan colosal como la meta, tan festivo como la esperanza.
Obedece… y le va mal
Siguió las reglas al pie de la letra y le fue peor. Miró al Papa, pero terminó con un dolor de piernas que apenas y lo aguantaba.
María de Jesús Ramírez, de 70 años, no llevó banquito para sentarse en la Expo Bicentenario, colchas para cobijarse y ni siquiera agua para hidratarse.
Y es que en su parroquia le dijeron que estaba prohibido. Cuando entró al parque se dio cuenta que muchos traían lo que ella no llevaba.
La señora de al lado estaba sentada en un banco, más adelante un hombre mayor descansaba en una silla y ella… se sentó en el suelo.
“Creí que iba a haber sillas pa’ que uno se sentara y que por eso habían prohibido traer las sillas y los bancos, pero ni hay sillas ni nada y uno nomás se está cansando. Yo ya no aguanto mucho esto, lo hago por el Papa”, expresó la señora.
Su esposo, don Jesús Reyes, estaba en las mismas. Sentado sobre una banqueta de apenas 20 centímetros de ancho, esperaba la hora en que Benedicto XVI oficiaría la misa dominical por la que tanto lucharon para llegar.
Estaba cansado, también tenía frío, pero aguantó el sacrificio, convencido de que por esta vez, bien valía la pena.
“Es que la gente no obedece pero pos’ ni les dijeron nada, ai’ pa’ la otra nos traemos las banquitas para no cansarnos”, explicó resignado.
Como cuando tenía 8 años, doña Chuy dobló las rodillas y se sentó de ladito, la única diferencia es que sus huesos no eran tan resistentes como cuando en aquella época lejana. Se cansó tan pronto se sentó.
Además la piel la tenía chinita y le dolía la cabeza. En la mañana se le quitó el frío, pero seguía cansada.
Permaneció más de 7 horas sentada y todavía le faltaba el desarrollo de la misa, que duraría otras 2 horas.
“Somos de León, de la colonia Rivera de la Presa. Estoy cansada pero yo quería venir a ver al Papa porque no sé cuándo más lo veré. Con la ayuda de Dios voy a aguantar, aquí me quedo, no pasa nada” .
Y efectivamente, no pasó.
Cuando comenzó la misa del Papa al que tanto anhelaba ver, doña Chuy se paró y se dejó ir por el fervor, el mismo que la había llevado.
Y cuando se terminó la ceremonia, caminó nuevamente a tomar el camión.
Estaba cansada, pero feliz de haber visto al Papa Benedicto XVI.
Forman un río los fieles al final
Era un éxodo constante: a la salida de los feligreses después de la misa del Papa, las autopistas que colindan con el Parque Bicentenario se convirtieron en ríos humanos.
Ahí en las faldas del Cubilete el sol ardiente y pequeños remolinos de polvo cubrieron a los fatigados peregrinos. Muchos con sombreros, otros se cubrían de los rayos con la ayuda de la sombra de los puentes.
Algunos grupos perdieron su transporte y los servicios policiales no se daban abasto brindando información, pero la gente caminó ordenada rumbo a Silao, Guanajuato y León.
Familias completas se veían apuradas por regresar a otros estados, pero en el andar la gente empujaban tanto para salir que a muchos la “marea” los llevó lejos y extravió.
Soportando inclemencias, quemaduras de piel, gargantas irritadas y hasta la soberbia de algunos privilegiados que les aventaron sus autos, los peregrinos salieron de la misa con la satisfacción de haber escuchado al Papa.
Y en medio del agobio del sol y del cansacio, los cantos inundaron con su fe:
“Bienvenido Benedicto a este pueblo colonial donde Jesús resucitado es el rey universal”.