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CRECIMIENTO SIN PROGRESO

Salvador Kalifa

El entusiasmo que acompañó a mediados del mes pasado al anuncio del INEGI sobre el crecimiento de 4.6 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) real durante el primer trimestre, que representó un avance por encima de lo previsto al inicio del año, pareciera tender a desvanecerse unas semanas después.

La razón principal de nuestro buen desempeño fue el dinamismo de la economía de Estados Unidos (EU), que superó también las expectativas iniciales, a pesar de los vaivenes de la economía global, particularmente la crisis de deuda soberana en Europa.

Si bien el crecimiento del primer trimestre fue bueno, no debemos olvidar que se benefició de una pausa en las turbulencias financieras de Europa. Éste ya no es el caso en la actualidad. Las condiciones en el entorno externo son ahora bastante más complicadas que hace apenas unos meses.

El deterioro de la situación política y económica en Grecia pudiera culminar en su salida de la eurozona tan pronto como en las próximas semanas. Los problemas económicos y financieros en España siguen creciendo, por lo que un desenlace trágico puede significar el final del Euro como moneda común.

Ésos son enormes factores de riesgo que por ahora han afectado sensiblemente a los mercados financieros, pero que bien pudieran más adelante trastocar a la economía global y, por ende, a la nuestra, en el segundo semestre. Existe, además una complicación adicional con la pérdida de dinamismo en China.

El rumbo de nuestra economía depende más, sin embargo, de lo que pase en EU. En ese sentido, las noticias estadounidenses recientes no han sido muy alentadoras. No obstante, todavía es posible que, en ausencia de un descalabro mayúsculo en Europa, el crecimiento del PIB de México este año sea similar al registrado en 2011, lo que implica una pérdida de vigor en la segunda parte del año.

El gran peligro está en que existe una alta probabilidad de que algo salga realmente mal en Europa, con daños al sistema financiero de la zona y repercusiones sobre el resto del mundo. En ese contexto, no saldríamos ilesos. El peso se depreciaría frente al dólar y nuestra economía pudiera perder bastante fuerza durante el segundo semestre y hasta caer nuevamente en recesión al inicio de 2013.

La preocupación mayor en nuestro caso, sin embargo, no es lo que nos deparará esta difícil coyuntura, sobre la que somos simples espectadores sin injerencia, y de la que finalmente saldremos mejor librados que la mayoría de los países europeos.

Independientemente de cómo termine la tragedia griega, lo cierto es que a pesar de un mejor crecimiento al inicio del año, nuestra tragedia es que la productividad sigue estancada en el país, lo que es un grave problema de largo plazo que impide una mejora palpable en el nivel de vida de la población.

El estancamiento de la productividad se aprecia en que el empleo, medido por el número de trabajadores afiliados al Instituto Mexicano del Seguro Social, creció 4.5 por ciento durante el primer trimestre respecto al mismo período del año anterior, cifra casi idéntica al crecimiento de la producción en ese lapso.

Las causas del rezago de la productividad son múltiples, pero una de las que sale siempre a relucir es la rigidez de nuestro mercado de trabajo, que favorece la contratación de trabajadores eventuales, que crecieron 9.1 por ciento en el primer trimestre frente a tan solo 3.8 por ciento para los permanentes.

El ingreso de la población no puede elevarse si la productividad permanece estancada. No hay, sin embargo, voluntad política para cambiar esa realidad. Esto se ve en que los distintos gobiernos le sacan la vuelta a resolver este problema mediante, entre otras cosas, una reforma laboral en el país que, por ejemplo, flexibilice las contrataciones y facilite los despidos.

No considero que eso vaya a cambiar con la nueva administración, independientemente de quien gane las elecciones. No veo en las propuestas de los distintos candidatos a la presidencia las reformas estructurales en materia laboral, educativa, y en otras esferas de la actividad pública que propiciarían un avance sustancial de la productividad y, con ello, una mejora importante en el nivel de la vida.

Por lo tanto, es posible que podamos sortear con cierto éxito las turbulencias financieras internacionales durante el presente año y, en ausencia de descalabros mayúsculos en Europa, hasta nos las agenciemos para crecer a un ritmo similar al del 2011.

Pero hacia delante, el reto pendiente es que la ausencia de reformas que eleven la productividad nos seguirá haciendo sumamente vulnerables a los vaivenes del entorno externo, en particular la economía estadounidense, así como que seguiremos condenados a un crecimiento mediocre que, en promedio, quizá no supere el 3.5 por ciento.

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