Hacia el año 2006 escribí un editorial para esta casa editora que titulé "López: no te creo", en donde cuestionaba con dureza -y quizá utilizando adjetivos un tanto lacónicos que no venían mucho al caso- al entonces representante de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador. Pocas veces en mi vida recibí tal retahíla de insultos y descalificaciones por parte de sus simpatizantes, del voto duro que desde hace muchos años lo sigue a donde vaya y cree ciegamente en su figura al considerar que es la única opción de cambio verdadero para México. En tanto y de la misma forma, quienes no concuerdan con él y a menudo desestiman al proyecto político que encabeza -ayer y hoy siguen siendo muchos millones- aplaudieron los dichos de este columnista. Si algo despierta el tabasqueño es pasión a favor y en contra. Con Andrés no existen las medias tintas…
Ya no tengo veintitantos, gané experiencia, me he vuelto más zorro, amplié mi espectro analítico y busco observar la realidad del país, no a partir del "blanco o el negro", sino desde los matices. Y es que la coyuntura del México de hace seis años -dividido, volátil, con las dantescas imágenes de un Paseo de la Reforma secuestrado por las huestes izquierdistas y el posterior desenlace con dos presidentes: uno constitucional y el autodenominado "legítimo", bien merecía ser estudiada y comprendida a cabalidad. ¿En qué tuvo razón López Obrador? ¿Cuáles son las bondades de su plataforma de gobierno? ¿Qué implicaría elegir a la izquierda y darle un voto de confianza? ¿Realmente se puede creer en su transformación y en el que diga ser amoroso? ¿La reconciliación de la que a menudo habla es verdadera u obedece a una simple estrategia en aras de ganar puntos? ¿Por qué es tan popular y su causa suma tal cantidad de adeptos? De la misma forma, ¿qué lleva a sus detractores a odiarlo con tanta vehemencia? , son las preguntas que hoy siguen estando en el aire y que no pocas personas se hacen de cara a la elección del primero de julio. Y son válidas: Andrés Manuel busca encabezar los destinos de ciento diez millones de mexicanos, de ahí el legítimo derecho al escrutinio, a los cuestionamientos incómodos, a indagar. En ello estriba la democracia: en el debate respetuoso, en el análisis que nos conduzca a la lucidez necesaria para tomar decisiones que tendrán impacto en nuestras vidas y futuro inmediato y de largo plazo.
A López Obrador le aplaudo aspectos positivos de su personalidad al tiempo que reconozco hechos innegables aún para sus críticos: el patriotismo y amor que siente por México, ese que nunca ha abandonado; la preocupación y conciencia social que lo lleva a enarbolar banderas en defensa de los desprotegidos; su genuino deseo -que todos sentimos- de legarle a las siguientes generaciones un mejor país; la sapiencia de que la realidad es perfectible y que desgraciadamente hoy existe un millón de cosas que sencillamente no marchan; la sensibilidad y el que sea -pésele a quien le pese- un buen hombre que podrá equivocarse, pero que de entre los políticos es quizá el que observa una mayor congruencia; su pretensión de rodearse de los mejores hombres y mujeres para así conformar un gobierno eficaz y competente.
Celebro que el candidato hoy declare que a lo largo del camino ha errado en diversas ocasiones y reconozca el hecho de que haber invadido Paseo de la Reforma fue un error. De Andrés Manuel no me gusta la terquedad y el empecinamiento característico de quien se cree dueño de la verdad absoluta; menos aún, ese núcleo de tinte esquizoide y paranoico que a seis años de distancia permanece incólume e insiste en las teorías del complot y en dividir al mundo en dos grupos: uno conformado por quienes creen en su causa y por ende son sus amigos, y otro al que pertenecen todos aquellos que osan criticarlo. Me preocupa la escasa tolerancia a la frustración que observo en López Obrador. Me preocupa en demasía…
Y es que a escasas semanas de emitir nuestro voto, querido lector, el candidato de nueva cuenta lanza declaraciones que por desgracia hacen recordar escenarios que creíamos superados. El día de ayer Andrés Manuel López Obrador anunció "que se prepara un nuevo fraude electoral en su contra", al tiempo que instó a vigilar la elección presidencial. De ser cierto, ¿quiénes son los artífices del fraude? ¿Desde dónde se opera en dicho sentido? ¿Cuáles y dónde están las pruebas contundentes que nos llevarían a un escenario donde los comicios puedan ser anulados? ¿Se vale vaticinar algo que todavía no ocurre? ¿Tan inservibles y poco eficaces son las instituciones democráticas del país y mediocre el buen juicio de los mexicanos? ¿Para nada vale el IFE? ¿Nos podemos dar el lujo de repetir la historia?
¿Debemos creerle a López Obrador? Lo que creo a seis años de distancia es que hay aspectos de la personalidad de una persona que sencillamente, no cambian. Estimo que de Andrés Manuel López Obrador algo no ha cambiado: le choca perder. Si por la buena no obtiene la silla presidencial y se dice víctima de fraude, ¿qué medidas tomaría?
Los buenos mexicanos no queremos ni toleraremos un chanchullo. Si a AMLO lo asiste la razón, que lo pruebe y sólo entonces contará con mi apoyo incondicional. De no ser así habrá que invitarlo a razonar sus dichos, al buen juicio donde las declaraciones incendiarias no tienen cabida. Es demasiado lo que hoy está en juego. La estabilidad del país, entre otras cosas…
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