"Míralo, ya está muy crecidito el pobre. No se aguanta, nos ve para abajo. Qué mamila resulta cuando trata de hablar como gachupín, nadie en su sano juicio se lo compra. La pinta mexica no se la quitas ni yendo a bailar a Chalma. Será pentapichichi y nuestro máximo goleador, pero trae el complejo de mexicano arribista y del tercer mundo", y otras tantas cosas se dijeron del mejor futbolista que ha dado este país, el genial Hugo Sánchez cuando triunfaba en España a fines de la década del setenta.
Claro, también había loas y un sentimiento de abierta veneración hacia su persona. El éxito, en ocasiones, resulta una curiosa dicotomía: experimentamos hacia quien lo obtiene ese dejo de envidia y rispidez que se entrelaza con sentimientos de profunda admiración. A los mexicanos nos gusta tener héroes y figuras a quien venerar, celebramos su éxito y los presumimos pero, de la misma forma, acudimos cuando fracasan y caen del pedestal o terminan en el ostracismo. Lo anterior, lector querido, cobra especial significado cuando del mundo de la política o el deporte se trata. Pocos ámbitos tan ingratos.
¿No le pasó lo mismo a Julio César Chávez? ¿Acaso las historias se repiten? Recuerdo que a lo largo del salinato, Chávez era la máxima estrella del boxeo y orgullo de México para el mundo. Campeón invicto durante años, la prensa no hizo sino vanagloriarlo y referirse a él en los mejores términos. En tanto y al comenzar su declive, dicha prensa, sus admiradores y los amigos que se hacían presentes cuando hubo dinero, dispendios, viajes y apoteósicas fiestas su honor, dejaron de estar. Ejemplos como los anteriores sobran.
Recuerdo que hacia fines del siglo pasado, el veinte, existía un grupo de señoras de la alta sociedad , muy pomadosas y elegantes todas, que con particular entusiasmo organizaban eventos en apoyo a la candidatura del guanajuatense Vicente Fox a la Presidencia de la República. Cabe destacar que con la mayor facilidad, varias de ellas aparecieron en las portadas de la prensa del corazón presumiendo sendas mansiones y de paso, ya encarreradas, hablaban sobre las bondades que suponía el proyecto político y de gobierno de Fox. "Es el hombre que habrá de sacar a México adelante. Siento una profunda empatía hacia su persona y me identifico con él en algo: la miseria de millones de personas es algo que nos lacera y lastima como no te imaginas", decían varias, al tiempo que eran retratadas luciendo vistosas prendas de diseñador y joyas que harían palidecer a la familia imperial de Persia.
Al languidecer aquel sexenio de chusca memoria, dichas damas brillaron por su ausencia en los eventos a los que convocaba la otra mitad de la "pareja presidencial", la siempre polémica señora de Fox, Marta Sahagún, al tiempo que de mil formas intentaban congraciarse con la futura inquilina de Los Pinos, Margarita Zavala. "Si hablan de la oficina de la señora Marta les dices que me da muchísima pena no poder ir al evento de Vamos México, coméntales que estoy apenadísima, pero que traigo una gripe de aquellas", ordenaron sin chistar a una de sus múltiples empleadas domésticas.
Hace seis años, en el marco de una cena de gala por el aniversario de cierto rotativo de circulación nacional, este columnista pudo ver un síntoma, si los hay, de lo fuerte y difícil de digerir que resulta la pérdida del poder y los reflectores. Recuerdo que al hacer su arribo al evento del periódico, nadie vitoreó a los Fox y en cambio, cuando llegaban los Calderón -Felipe asumiría la Presidencia en escasos días- los asistentes se levantaron a aplaudir sin pudor y muchos de ellos, inclusive, entonaron vivas y porras a las nuevas estrellas. Nunca olvidaré la expresión de Marta Fox, de total sorpresa y desencajo, al presenciar cuán ingrata y desmemoriada puede ser la gente. Muchas de las señoras de sociedad que durante seis años le festejaron sus andanzas estaban ahí, de nuevo, vitoreando a la que sería la nueva Primera Dama.
Lo que ayer vivieron los Fox, hoy lo viven los Calderón y dentro de seis años, irremediablemente lo vivirá la pareja formada por Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera. Sin importar cuántas chuzas o éxitos anoten a lo largo del sexenio, aunque hoy los llenen de aplausos y mañana de preseas y condecoraciones y se les considere grandes personas; dicho ciclo habrá de terminar. Quienes hoy buscan cercanía y en corrillos y charlas de café los adulan sin recato, en seis años terminarán abandonándolos en busca de nuevos y mejores horizontes. Así de ingrata es la política, mundo donde las lealtades y los amigos son pasajeros y, en el mayor de los casos, momentáneos.
Las señoras de sociedad ahí siguen, hace tiempo llegaron para quedarse. Estuvieron con Marta y la abandonaron. Abrazaban a Margarita y hoy prácticamente ni la miran ni acuden a su llamado. Festejan todo lo que hace Angélica, pero dentro de seis años, como Judas a Cristo, la negarán tres veces. Así las cosas, así la vida. Ser político debe ser difícil, muy difícil.
¿Quién sobrevive veinticuatro horas de adulación y luego, trágicamente, no brille más la luz ni suene el teléfono?
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