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¿Cuánto tiempo tenemos?

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

¿Cuánto tiempo tenemos? Esa pregunta siempre incomoda porque, al reconocer la urgencia y la importancia de tratar o hacer algo, evidencia la finitud de la oportunidad o del encuentro.

Hoy -por impertinente que parezca- es obligado formularla porque, abiertas las cartas del juego y reconocida la tensión social prevaleciente, la operación para instrumentar el Pacto por México así como las medidas anunciadas por el presidente de la República urgen la acción.

La respuesta a esa pregunta obliga a jerarquizar la agenda, el ritmo y la intensidad de la implementación, a elaborar rápidamente la hoja de ruta posible, a convocar aliados y a reconocer resistencias, a no perder de vista las metas y a evitar que el tiempo, como el agua, se escurra entre las manos.

Puede resultar que, al final, el discurso presidencial o los enunciados establecidos en el Pacto queden como un malabarismo de la oratoria y la demagogia para generar un efímero entusiasmo, pero lo cierto es que de no ensayar su realización, la política será presa de los poderes y los intereses que, en la discordia, han encontrado tierra fértil para acrecentar y asegurar sus privilegios y dar rienda suelta a sus ambiciones.

Por eso, vale preguntar al gobierno y los partidos: ¿cuánto tiempo tenemos?

El discurso del presidente Enrique Peña así como la suscripción del Pacto por México tuvieron por mérito poner en blanco y negro asuntos que, si bien son sabidos y reconocidos, no siempre se abordan clara y manifiestamente.

Vicio del habla del altiplano es el uso de eufemismos para dar a entender lo que se quiere, sin expresarlo de manera directa. Por ejemplo, no es políticamente correcto hablar de hambre -sí de hambre, tal cual-, la corrección política sugiere referirse a ese problema a través del eufemismo de la pobreza y, si es mucha el hambre, de la pobreza extrema.

Pues bien, de hambre se habló en esos documentos pero, en el fondo y sobre todo, se habló del problema de sobrevivencia de una clase política que, incapaz de replantear los términos de su entendimiento, sucumbe sin decirlo ante el peso, la fuerza y la violencia de los intereses, criminales o no, que han hecho de la falta de reglas la oportunidad para mantener y expandir sus dominios a costa del interés nacional. De una clase política que sucumbe... o se renta.

Es deplorable la clase política con la que el país cuenta, pero es la que hay y un sector de ella constituye la última línea de defensa de la democracia y el Estado de Derecho. Si en la realización de ese proyecto anunciado fracasa ese sector político, fracasa el país en su conjunto.

Abrir el juego, de cara incluso a quienes se verán afectados, tiene por virtud poner en claro la pretensión, pero tiene por vicio alertar a los posibles damnificados que no requieren pasar por instancias parlamentarias, políticas o legislativas sus decisiones. Si, en la intención política, esos intereses ven en peligro sus privilegios tomarán providencias, cualesquiera que éstas sean para evitarlo. Por eso, el tiempo es clave porque tiempo perdido por la política, es tiempo ganado por esos intereses.

No hay sorpresa. Hoy, las élites del corporativismo sindical, del corporativismo empresarial, del corporativismo en las telecomunicaciones, del corporativismo político y del corporativismo criminal, en cierto modo los dueños del país, están advertidas del nombre del juego en este sexenio y cuentan a su favor, por absurdo que parezca, con una frustración y desesperación social que, en sus sectores más radicales -como se vio, precisamente el sábado pasado-, ha borrado los canales institucionales del campo de su participación activa. Años de frustración no sólo en México, han llevado a los jóvenes a descreer de las instituciones y sus dirigentes.

La mezcla del peligro que los grandes intereses olfatean con la manifiesta desesperación de los nuevos marginados puede terminar siendo caldo de cultivo de desórdenes que frustren la posibilidad de restablecer, con nuevas reglas claras, el campo de juego donde el país reconstruya el tramado de su institucionalidad y civilidad. Por eso, también importa el tiempo.

Nadie en estos días y después de tantos días está pensando en quedarse de brazos cruzados frente a lo que venga.

Puede resultar ingenua la idea de abrir a firma el Pacto por México, de presionar las definiciones de los más diversos actores políticos y económicos para saber quiénes lo respaldan. No estaría de más saber algo al respecto. Quién dice: permítanme el documento, quiero suscribirlo.

Hasta ahora, ese documento está rubricado por los dirigentes de las tres principales fuerzas políticas y el jefe del Ejecutivo. Eso es bueno, pero no es suficiente: habla de una posibilidad, no de una probabilidad.

Las dirigencias de los partidos no son tales, representan a la fuerza o la corriente hegemónica dentro de él, pero no al conjunto de su organización y fuerza. A su vez, el gobierno guarda una frágil situación: no acaba de convencer a quienes no se ven reflejados en él y, con el anuncio del fondo y la forma de su estilo, ha puesto en guardia a quienes se veían asociados a él. Por eso, la importancia de las definiciones, la velocidad y el tiempo.

Falta fuerza y organización para concretar los postulados de ambos documentos, sobre todo, si se toma en cuenta que, por su continente y contenido -el gobierno y los partidos; la afectación de fuertes intereses- su posibilidad tiene por única palanca de apoyo a la sociedad organizada y a algunos sectores económicos privados que, si bien tienen y defienden sus intereses, reconocen la necesidad de replantear las condiciones del desarrollo para, incluso, potenciar su propio crecimiento.

Puede argumentarse que al Pacto y a las medidas presidenciales les faltan o les sobran molduras, pero sustancia tienen. Puede, desde esa perspectiva, negársele el apoyo y apostarle a su fracaso para después salir con la batea de "se los dije" y buscar el pedestal correspondiente al del profeta del desastre.

El punto es que falta organización y fuerza, en el marco de una circunstancia de enorme fragilidad política y social. Hay entusiasmo, pero no basta. ¿Quién dice dónde firmó y pregunta cuánto tiempo tenemos?

P.D. En esta atmósfera, es clave el esclarecimiento de lo ocurrido el sábado pasado así como una conducta pulcra por parte de las autoridades federales y metropolitanas frente a los detenidos que no tienen por qué estar en la cárcel. Si no hay eso, esa piedra en el zapato puede convertirse en una roca en el camino.

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sobreaviso12@gmail.com

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