El caudillismo (por más que algunos digan lo contrario) no ha desaparecido, tal vez no exista tal y como se vivía en tiempos de la revolución, sin embargo fueron necesarios unos cuantos años para que este tipo de movimiento social mutara en formas institucionales y hasta legales.
Los que han tenido la oportunidad de leer "La sombra del caudillo" de Martín Luis Guzmán (y los que no les extiendo la invitación para que comiencen a leerlo, aunque sea por morbo) se darán cuenta de que en esta novela histórica se refleja la realidad de las situaciones revolucionarias por las que pasó México hacia 1910.
Una metáfora de la política mexicana, donde personajes reales como Álvaro Obregón, dan vida a personajes, un ejemplo es Plutarco Elías Calles, quien en la novela toma forma de Hilario Jiménez y el mismo Francisco R. Serrano quien sería el Gral. Ignacio Aguirre, el cual se desarrolló e hizo su carrera militar en función y a la sombra del caudillo, es decir, Álvaro Obregón.
Traiciones, deseos humanos, la lucha eterna por obtener el poder (y el abuso del mismo), por ideales, objetivos y/o conveniencias propias, no importa si fueran o no egoístas, eran los sentimientos que pertenecían a muchos de los caudillos de la época.
El caudillismo, como tal, pertenece en mucho a personajes revolucionarios como Zapata, Obregón o Villa, de quienes era objetivo (al menos al principio) el bien común, la lucha por la igualdad, la participación ciudadana y el NO ABUSO DE PODER.
No estoy demeritando los logros y la valentía de estos personajes, que si bien dieron mucho a nuestro país, sin embargo, habría que echarse una zambullida a la historia de México, para analizarla y entender que el caudillismo no ha sido precisamente un movimiento de liberación, expresión, lucha por la paz o incluso que no ha sido un movimiento en donde todos voluntariamente participaran, como a la mayoría de nosotros nos explicaron en primaria.
Y esta ideología no sólo la encontramos en "La sombra del caudillo", sino en muchas novelas históricas.
Podemos darnos cuenta de que el caudillismo tal como la física misma, no se crea ni se destruye, sólo evoluciona.
El caudillismo somos todos. Al no dar clases los maestros que porque disque sus derechos violados por el sindicato y agusto se fueron por las gordas y los niños sin clases, los padres cuando por las altas temperaturas no llevaron al hijo a la escuela o nosotros mismos haciendo marchas y deteniendo el tráfico por cualquier cosa.
En el caudillismo no importa si su máxima significación se le dio en el siglo XIX o XX. No interesa si antes ser un caudillo era traer un machete o una carabina y el objetivo era derrocar al que estuviera al frente.
Lo que interesa es analizar el porqué de la acción caudillista, si es que vale o no la pena.
De significar la lucha en pro de la paz, de los intereses generales de una nación; este movimiento acogió a sus propios males.
Un sistema de vida adoptado por muchos, pero no para ser de esos caudillos que por amor a su tierra creían fervientes en la mejoría de la misma, sino de aquellos que siquiera sabían por qué se luchaba y sólo por el deseo de sublevarse o quejarse seguían la corriente.
Si el caudillismo sólo se transforma, y hoy siglo XXI, existe, pero en una forma muy evolucionada, entonces seamos caudillos, pero de esos que piensan antes de gritar, ofender o destruir. De los que en lugar de cuchillo o machete, luchen con su intelecto y su arma más agresiva sea un libro.
Seamos caudillos, pero no de esos que luchan sólo por conveniencia para obtener un puesto o por beneficio propio. Siempre que sea necesario, hay que serlo, para dejar en claro que aún existen caudillos en México, pero de esos que tienen como arma la inteligencia y luchan por fines que de verdad valen la pena.
Esos caudillos que los pueden tachar de inocentes pero que tienen lo que a muchos veteranos retirados se les acabó en el camino: fe de mejoría social conjunta y fuerza para luchar por ello.
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