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De ellos depende

A la ciudadanía

GERARDO JIMÉNEZ G.

En cualquier parte del planeta es inevitable que las actividades humanas disturben los sistemas naturales, pero el grado en que esto ocurra es determinante como lo es la necesidad de extraer de la naturaleza los bienes y servicios que la población demanda para su existencia. Los problemas ambientales que derivan de ese disturbio deben plantearse a partir de que se rebasan los umbrales de uso de los recursos, es decir, cuando ocurre una sobreexplotación de los mismos por encima de su capacidad de regeneración y, por consecuencia, de su conservación.

Es el caso de los pastizales cuando se les somete a condiciones de sobrecarga animal, entonces deviene un proceso de deterioro del recurso que arrastra a otros: se pierden estos ecosistemas, la cubierta vegetal y el suelo, cuya erosión indica la severidad del disturbio. El sobrepastoreo derivado de un manejo inadecuado del pastizal en que se basa una actividad como la ganadería bovina de carne extensiva, ha generado problemas ambientales que deben ser atendidos antes que esos procesos de deterioro sean irreversibles.

Lo mismo sucede con el agua, recurso natural vital para los ecosistemas y la población, ya que utilizar volúmenes mayores a los disponibles se traduce en problemas de escasez o calidad, como sucede en aquellos lugares donde se sobreexplota. Cuando se extraen esos volúmenes de los cauces de los ríos o de los depósitos superficiales como los lagos y lagunas y subterráneos como los acuíferos, de modo tal que se interrumpen los flujos en los primeros o se vacían los otros, por encima de su capacidad de recarga, el recurso se agota y en ocasiones se contamina.

Pero en ambos casos las actividades humanas tienen usuarios de esos recursos, quienes los aprovechan para satisfacer sus requerimientos como insumos en procesos productivos o en algunos casos, como el agua, para su propio consumo doméstico, y son ellos, quienes debieran preocuparse por conservarlos para asegurar que tales actividades se proyecten en una mayor longitud de tiempo con la finalidad de que éstas perduren y, de ser posible, crezcan.

El problema en términos de disturbio ambiental aparece cuando esos usos son practicados por usuarios por encima de los umbrales que aseguren la conservación de los recursos, ya que si bien ningún propietario de un predio donde éstos existan, o cuando éstos le son concesionados, desea que se agoten porque esto implica el agostamiento o disminución de las actividades que desarrolla con ellos.

La argumentación anterior nos indica la lógica en que se debe basar el uso de los recursos naturales, es decir, su racionalidad, sin la cual es imposible de hablar de sustentabilidad del desarrollo. Sin embargo, nos damos cuenta que son menores los casos en que tal racionalidad se aplica y que, por tanto, predominan aquéllos en que las actividades humanas son insustentables, en algunas ocasiones en foco amarillo mientras que rojo en otras.

Ante lo anterior, la pregunta que nos hacemos es ¿de quien depende recuperar esa racionalidad que posibilite una sustentabilidad en el desarrollo de la economía y la sociedad? La mayor parte de quienes integramos esta última no somos poseedores o usuarios de los recursos naturales disponibles, seremos el porcentaje mayor quienes consumamos agua para satisfacer nuestras necesidades domésticas, pero a la vez son menores los volúmenes que se destinan para estos fines.

En el caso del agua es conocido que el principal uso que se le da a este recurso es para la producción agropecuaria, alrededor del 70% a nivel mundial, algo similar sucede a nivel nacional aunque en regiones como La Laguna anda arriba del 90% de los volúmenes totales disponibles de agua dulce (100% de las aguas superficiales y 84% de las aguas subterráneas del acuífero principal), por lo que esta actividad tiene el reto de disminuir ese uso sin afectar su capacidad productiva.

En esa perspectiva, en una región como la nuestra resulta paradójico que tengamos problemas de "escasez" o "calidad" del agua, hemos insistido y seguiremos haciéndolo para matizar que aquí no hay problemas de disponibilidad porque además esta es la existente y demandar mayores volúmenes implica forzar la naturaleza, generaríamos más disturbios ambientales como se ha pretendido con los trasvases.

Pero recuperar la racionalidad o sostenibilidad en el uso de un recurso como éste debe ser responsabilidad de alguien o algunos en esta sociedad. Por un lado, hay quienes tienen la facultad de regular esos usos, es decir, las oficinas gubernamentales de medio ambiente y gestión del agua, las cuales, lamentablemente en regiones como La Laguna el problema ha adquirido tal dimensión que las acciones en esta materia se ven en una escala proporcionalmente muy diferente a la magnitud del problema, es decir, les ha rebasado su capacidad de gestión.

La mayor parte de la población que usamos el agua desde nuestras llaves domiciliarias podremos educarnos, algo que algunos ya estamos haciendo desde los espacios educativos, ciudadanos y oficiales, aún cuando sean esfuerzos no suficientemente articulados. Sin embargo, la trascendencia de acciones tales como ahorrar agua en el aseo dentro de los hogares y otros usos doméstico-urbanos, es de escaso impacto, puesto que por más agua que ahorremos a este nivel sólo reduciríamos en forma mínima a nivel de un dígito dentro del porcentaje total de volúmenes utilizados, no impactaríamos su escala. Aún así debemos continuar haciéndolo hasta que la mayor parte de la población que consume agua para este uso reduzca su huella hídrica.

Entonces, el problema central se ubica en los usos que mayores volúmenes utilizan y, por consecuencia, es también de estos usuarios. La cuestión aquí no reside en provocar que la reducción de los volúmenes utilizados afecten las actividades productivas, sino que éstas se adapten al agua disponible o, en su caso si esto no es posible, se cambien para que lo hagan. En ambos casos hay opciones, pero la aplicación de las mismas requiere, antes que todo, que estos usuarios se sientan parte del problema y decidan participar en su solución, ya que, fundamentalmente, de ellos depende que éstas se apliquen.

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