El Amor.
Expresarlo, escribirlo, sentirlo, es ya un poema.
Con muy pocas letras y todo el sentimiento.
Así lo entendemos y lo buscamos todos, desde niños.
Lo siente el pequeño que se arrellana junto a la madre y busca su pecho.
Lo siente el niño cuando empieza a crecer y tiene que separarse por unos momentos de la madre, a quien ama y adora.
Lo viven los jóvenes cuando se llenan de ilusiones y sueños.
Lo requiere el anciano cuando siente que le falla el piso y que todo se mueve sin control en su entorno.
El amor, está flotando en todas partes, acompañado del aire mismo, pero es tan difícil atraparlo.
Porque el mundo está lleno de egoístas, indiferentes, que aunque sientan tenerlo adentro, nunca han sabido mostrarlo.
Porque el amor se esconde también en closets y en armarios, en cajas fuertes y en escondites.
El amor se ausenta cuando ve seres enfermos, difíciles, imprudentes, faltos de sentimientos humanos.
Y aparece generoso todos los días en la sonrisa de los niños, en los pétalos de las flores, en el aire fresco o tibio del amanecer y del anochecer.
El amor quiere también que lo quieran.
Es algo que envió El Señor desde la creación del mundo, y que nadie le ha dado el valor y la dimensión necesaria para no ser tan infelices.
Del amor se ha escrito mucho y cantado más.
Estamos aquí, en la casa del campo, escuchando a lo lejos una canción que dice: Buscaba yo la mujer cálida y bella, que en sueños me visita desde niño, para partir con ella mi cariño, para partir con ella mi dolor.