Quemar las naves.
Para nunca volver atrás, hay que quemar las naves.
Por más que se hayan querido lugares, personas, quereres, hay que aprender a no regresar nunca más, porque sería dañino, perjudicial para la salud y los sentimientos.
Cuando se tiene el primer amor, casi siempre termina mal, porque se está fuera de la verdad, y luego aparece la realidad con su crudeza, y su sinceridad, oculta entre emociones juveniles y sueños.
Cuando se quiere un lugar, hay que saber alejarse, simple y sencillamente porque fue sólo una circunstancia de la vida el haber estado ahí donde nunca se pudo adaptar.
Cuando empiezas a tratar personas, que consideras amigos, porque los atiendes, apoyas y tratas de comprender, pero pronto te dan la espalda, hay urgencia por alejarse y buscar nuevos horizontes.
Es simplemente la historia de la vida.
Quien se aferra a lo imposible, sufre y mal gasta su vida.
Por ello, con la mente despierta, hay que saber entender la realidad y buscar nuevos caminos.
Y las naves en las que hemos viajado, definitivamente hay que quemarlas.
La vida está llena de sorpresas, no siempre están al alcance de la mano, sino hay que buscarlas con prudencia, sensatez y sentido común.
De lo contrario te enfermarás y sufrirás.
Porque creías que todo se te debía que regalar, y nadie da nada por nada.
Esta es la historia de todos los días y de este mundo. A lo mejor en otro, las cosas sean diferentes.
Esto de quemar las naves se le atribuye originalmente a Alejandro Magno y más recientemente a Hernán Cortés.