Noventa años
El martes que viene, 28 del actual, EL SIGLO DE TORREÓN llega a sus primeros noventa años.
De ellos, sólo sesenta hemos pasado en esta casa, y cuántas cosas hermosas hemos vivido aquí.
Somos, como diría Antonio Parra Ruelas, que fue quien nos abrió las puertas de EL Siglo, y quien no hace mucho se fue, seres privilegiados.
¿Por qué? le preguntábamos.
Y lleno de orgullo contestaba, porque le tocó participar en la transformación que tendría esta empresa, tarde o temprano.
Qué nos llamó la atención de El Siglo y de La Laguna, cuando de niños llegamos.
Su espíritu de lucha, de esfuerzo, de entrega y de ayuda a los demás.
Un 13 de Diciembre de 1951 esperamos bajo una de las palmas que estaban en la banqueta, la llegada de don Alfonso Esparza, gerente siglero, quien al vernos de tan poca edad, figura esquelética y cara de miedo, le dijo al tío Antonio Parra, oye te mandaste, está muy chiquillo, ni la primaria tendrá, parece que no ha comido en ocho días, y el susto que tiene es grande, y para acabarla de amolar si sale borracho, como los que has traído, lo vamos a correr.
Mi tío se rió y bromeando le contestó: Esta será diferente, ya lo verá.
Lo primero que nos impresionó fueron sus grandes talleres, casi oscuros, con paredes pintadas de negro abajo y de un amarillo viejo arriba, el plomo que estaba tirado por todas partes y la gente bromista y alegre.
Entrábamos a las tres de la tarde y salíamos a cenar a las siete, regresábamos a las nueve de la noche y salíamos hasta que Dios era servido, o sea dependíamos de la temperatura y la forma de comportarse de la anilina sobre las placas de zinc, entre dos y tres de la madrugada pues pertenecíamos al Departamento de Fotograbado.
De Torreón, inmediatamente nos llamaron la atención las campañas que se hacían a favor de los desamparados, y de los enfermos. El Siglo mismo organizaba algunas, como una que se dedicaba a recabar fondos para compara la Vacuna Salk, para aplicarla a niños afectados por la poliomielitis.
Íbamos a la Plaza de Armas, donde estaba el centro de recolección y veíamos con qué gustó los laguneros cooperaban, así se reunieron cantidades impresionantes y con lo que sobró se construyó una escuela en lo alto del Cerro de la Cruz.
Pensando en ellos, hoy, desde esta columna, lanzamos la iniciativa de que en la Comarca Lagunera se establezcan, de forma permanente campañas a favor de los desprotegidos, de los niños desamparados, de los que padecen cáncer, Sida, Parkinson, Alzheimer, demencia, y no tienen recursos, encabezadas por clubes de servicio y secundadas por el pueblo mismo, por favor, hace mucha falta que se rescate el espíritu lagunero que siempre estuvo dispuesto a servir, para no esperar todo de autoridades rebasadas, ocupadas en otros menesteres.