Fue todo un personaje.
Lo mismo en la medicina donde destacó como excelente y acertado médico.
O en la docencia por su forma de exponer las clases, con su voz tranquila y firme, habiendo llegado a la dirección de un famoso plantel lagunero.
Y sobre todo su facilidad para hacer amigos que aún lo recuerdan con cariño y lo extrañan.
Sembrador generoso depositó en los surcos de la vida la semilla de la amistad porque fue un ser humano muy especial.
Cuando por estos lares no existía el Seguro Social fue el médico de esta casa editora, ahí tuvimos el privilegio de conocerlo, siendo el encargado de cuidarnos y atendernos, ganando así la atención tan especial de un muy buen médico.
En la Comarca Lagunera llegó a ser todo un personaje, pero donde logró la inmortalidad fue en un pequeño y querido lugar llamado Cuencamé, Dgo., donde según nos platicaba había hecho su servicio social y a donde iba los fines de semana a brindar sus servicios profesionales a gente sin recursos a quienes no cobraba nada, y conste que ya era un médico famoso, ¿cuántos habrá como él?
Ojalá un día autoridades y habitantes de la querida Cuencamé dediquen un homenaje al Dr. Manuel Ramírez Mijares, de quien nos estamos ocupando hoy.
Porque fue un ser muy especial, dedicado a ayudar a quienes lo necesitaban.
En esa lista estuvimos nosotros, cuando ni para pagar la consulta teníamos, pero tuvimos el privilegio de recibir atención esmerada, la receta y muchas veces la medicina.
En vida le pudimos decir a través de esta columna lo agradecidos que estábamos con él y sonriendo tranquilamente nos contestaba, fue El Señor quien te envió.
Donde hoy esté el Dr. Manuel Ramírez Mijares, reciba las oraciones de quienes nunca pudimos pagarle lo que nos dio.
Que El Señor lo tenga entre sus consentidos porque fue un ser que siguió la doctrina de Cristo de principio a fin.
