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DE LA VIDA MISMA

Lic. Miguel Ángel Ruelas Talamantes

¿Cómo era Torreón hace 60 años?

¿Cómo era este Diario?

Las preguntas nos las hizo el otro día Javier Garza Ramos, encargado ahora de dirigir la información que se genera en este periódico.

Fue durante amena plática en la que estuvo presente Marcela Pámanes de voz agradable y conocedora del espíritu de lucha y trabajo de los laguneros.

Así que nos remitimos a los recuerdos, de los que hemos dejado constancia en estas páginas desde hace más de cincuenta años.

Por 1951, Torreón era una ciudad cómoda, tranquila cuyas casas no iban más allá del Estadio de la Revolución, hacia el oriente, mientras que hacia el norte, llegaban a las orillas del Río Nazas y gran parte de este sector estaba solitario, con arenales sin fin en lo que la gente llamaba El Ombligo de Doña Luisa y que hoy es parte de la Ampliación Los Ángeles.

Luego estaba la huerta de don Hilario Esparza y nada más.

Era como visitar otra ciudad cuando íbamos a Torreón Jardín que tenía autobuses elegantes y cómodos. Ahí acudíamos los domingos por la mañana a los campos donde se jugaba beisbol, y que quedaban cerca de la calzada de pinabetes que llegaban hasta un viejo aeropuerto.

Un día esa calzada desapareció para darle vida al Campestre La Rosita.

El Siglo de Torreón estaba ya en su segunda casa, la que estrenó casi 20 años después de su nacimiento, pues la primera había estado por la calle Múzquiz, entre Hidalgo e Iturbide que después se llamaría Venustiano Carranza, en pleno Mercado Alianza.

A su moderno edificio llegamos siendo niños y nos maravilló todo lo que vimos. Es que cada departamento era como un mundo distinto, con sus diferentes talleres, sus oficinas administrativas, de publicidad, circulación y sobre todo su Redacción con sus teletipos que trabajaban solitarios de día y de noche, imprimiendo las noticias de todo el mundo.

Queríamos estar en todas partes, aprender todo, conocer a todos, y lo más maravilloso fue que nos recibieron tan bien que el temor que sentíamos al llegar a un mundo muy distinto al que conocíamos, desapareció pronto.

Fue el tío Antonio Parra Ruelas quien nos consiguió la entrada a este fascinante universo y don Alfonso Esparza quien no sólo nos aceptó sino quien nos regaló la primera beca para que hiciéramos estudios comerciales y administrativos.

Hay tanto que platicar de ambos temas esbozados aquí que ya los iremos presentando posteriormente.

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