El tranvía
Existía cuando llegamos a Torreón. El siglo veinte se doblaba a la mitad para ir mostrando miles de sorpresas que nos tenía reservadas antes de desaparecer.
El tranvía de Torreón a Lerdo, en nuestros años infantiles, nos parecía un regalo a nuestros deseos de viajar.
Algunos domingos, acompañados de mamá lo abordábamos para ir a la Ciudad Jardín, disfrutando el paseo de principio a fin, especialmente cuando el Río Nazas estaba cumpliendo sus funciones llevando en su cause el agua achocolatada que daba vida a la región, bañando sus sembradíos cubiertos de blancos capullos.
Viajar en tranvía era el mejor regalo que le podíamos dar a mamá con nuestro sueldo, pues ya trabajábamos en esta casa. Ella se veía feliz y algunas veces nos llevó a la huerta de Lerdo, cercana al parque Victoria que dijo era de unos parientes suyos. Atrancón que nos dábamos de peritas sanjuaneras, perones, membrillos y sobre todo higos. Y lo mejor de todo es que al final de la visita nos regalaban una canasta llena de fruta, a diferencia de las visitas que hacíamos a la huerta de don Eligio donde él repetía una frase que hizo famosa. Coman, coman, pero no lleven.
Aquel tranvía formaba parte de un modernismo que asomó pronto esta joven ciudad. Lo recordamos ordenado, limpio, bien atendido, incluso sirvió de inspiración para poemas y una canción que se hizo música bailable titulada De Torreón a Lerdo.
Pero un día nos enteramos que el famoso, moderno, económico medio de transporte iba a desaparecer.
En casa hubo tristeza general.
Hoy. A muchos años de distancia, después de visitar muchas ciudades por el mundo, pensamos que si los gobernantes de antaño hubieran tenido visión habrían conservado ese medio, sirviéndose de sus vías y de una tecnología que ya asomaba curiosa sus narices en un mundo en transformación, como hemos visto en Estados Unidos y sobre todo en Europa que siguen teniendo sus tranvías.
Cerca de la terminal en Torreón estaba la vieja estación del ferrocarril, medio que había dado vida a la ciudad, y junto a ella, con el tiempo fueron instalándose las terminales de las diferentes líneas de pasajeros foráneas hasta donde llegamos a llevar, haciendo suplencias para ganar un poco más los periódicos que se enviaban a diferentes lugares del país, utilizando una carrucha de madera, de ruedas de fierro, que por las noches servía de mueble de descanso para quienes teníamos jornadas nocturnas. Qué esperanzas que por entonces hubiera un solo vehículo para transportar las pesadas pacas de periódicos.