Existía en tiempos lejanos.
Llegaba a las gentes y se apoderaba de ellas.
Dicen los viejos escritos que cuando El Señor llegó a Jerusalén, la gente acudió a recibirlo entre vítores y agitando palmas.
Esa misma gente pedía poco tiempo después su crucifixión.
La veleidad había hecho su aparición.
Un día, a las personas las mueve un viento suave y placentero, pero llega una corriente cargada de veleidad y el cambio transforma voluntades y promesas, destruye proyectos y hace olvidar compromisos.
La veleidad quiebra los más firmes propósitos.
Mas aunque hayan pasado muchos siglos, de estar cautivos por la veleidad, en cada hogar, en cada escuela, en cada centro de trabajo debemos seguir combatiendo la veleidad, a través de una educación fomentada por la sinceridad y el amor al prójimo.
No todo está perdido.
Porque afortunadamente quedan personas firmes en sus decisiones, en su vivir y en su actuar.
A ellas acerquémonos para fortalecer ideales y actitudes.
Usted y nosotros, afortunadamente hemos encontrado gente buena y sincera firmes en su actuar, y que con su ejemplo fortalecen nuestras tareas invitándonos a ser mejores como personas.