Ayer
Mientras esperaba las doce campanadas, pude pensar en cosas que ocurrieron en 2011, un año de muchos contrastes, difícil para muchos y de grandes lecciones para otros.
Yo me consideré entre los que aprendieron tanto, que doy gracias al Señor por todo lo que recogí.
Es cierto, hubo días que los consideré tristes y hasta incomprensibles, por lo que ocurría.
Pero todo fue parte de un libro que El Señor escribió especialmente para mí, desde la niñez.
Al principio, cuando ocurrían situaciones difíciles e inmerecidas, según yo, mamá aparecía y ponía las cosas en calma con sus oportunas palabras: Nunca te angusties, tienes que ser la solución, no parte del problema. Además, deja las cosas en manos de Dios, y estarán siempre bien.
Nunca olvidaré ese mensaje que me dejó para el resto de mi vida, y de mi eternidad.
Y es que 2011 fue diferente, aparecieron con más continuidad situaciones de salud que nos trajeron de consultorios médicos a laboratorios y hasta hospitales.
Uno se pone nervioso cuando empiezan los médicos a dar sus fallos, que a veces parecen sentencias.
En principio nos sentimos solos, porque el gran amigo, Luis Mario Rodríguez Gorjón también empezó a visitar hospitales, ya no en su condición de médico famoso, sino como un paciente más, y tanto anduvo en esos lugares que sufrió consecuencias serias que ahí también se atrapan.
Más de medio año anduvo de aquí para allá y cuando reapareció, al primero que vio después de su familia fue a este escribidor, y seguramente lo encontró un tanto maltrecho, pues de inmediato ordenó se hiciera esto y aquello. Fue oportuno y pronto salimos para seguir luchando.
Luego las cosas no fueron tan del color agradable que uno quiere para seres queridos, y apareció El Señor en diferentes formas y expresiones y ahí vamos, tratando de no olvidar nunca lo que mamá nos dijo un día: Sé la solución, mas no el problema y hemos vuelto a recuperar la fe para dejar las cosas en manos de El Señor como un día pusimos la materia que fue de mamá y papá como reza una leyenda en su tumba.
Adelante siempre, sin claudicar, que las cosas caen por su propio peso. Y van a donde Él quiere que vayan.