E L cine sin ficción ha logrado extraordinarios retratos de México en los últimos años. La fuerza de un documental es inmensa: en menos de dos horas puede proyectar un mensaje que apela a la inteligencia, pero no sólo a ella. Cintas que pueden revelar lo que se ha escondido o mostrarnos lo que tenemos frente a los ojos y nos empeñamos en negar. El mejor retrato de la injusticia legal que se ha hecho en México en tiempos recientes es "Presunto culpable", de Roberto Hernández y Layda Negrete. Una cinta que pinta al sistema legal como un infierno de papeles y palabras de abogados. No conozco cuadro más entrañable de este país inhóspito que separa familias por no ofrecer oportunidad a su gente que "Los que se quedan", de Juan Carlos Rulfo y Carlos Hagerman. Hay documentales que simplifican el mundo para ganar adeptos a una causa, pero también hay documentales sin moraleja que comunican la perplejidad frente a lo complejo. Prefiero el documental que está lejos del panfleto, el documental cuyo libreto es redactado en el rodaje y que deja al espectador la estimación de los personajes, pero no niego el mérito de ciertas cintas de causa.
Por eso esperaba con inmenso interés el estreno de "De panzazo". La presencia de Juan Carlos Rulfo como director me parecía la mejor recomendación imaginable. Admiro su trabajo: su respeto por la gente, su sensibilidad visual, su oído, su ritmo. El tema de la educación al que se dedica la cinta no solamente es importante sino, por decirlo de alguna manera, fotogénico como el que más. ¡Cuántas historias se hacen todos los días en la escuela, cuántos personajes fascinantes viven en los colegios para marcar nuestras vidas para siempre, cuántas cosas en el aula en espera del lente que les otorgue reconocimiento! Profesores, pupitres, pizarrones, estudiantes, campanas y timbres, lápices y gomas, prefectos, libretas de apuntes, estampas, compases y escuadras, uniformes, bromas, tareas, almuerzos, maquetas. Un universo emocional del que nadie puede sentirse ajeno. Una toma de cualquiera de estos personajes es un viaje inmediato al recuerdo. Pero "De panzazo" no roza ese lenguaje: es la ilustración de un alegato de política pública, un reportaje televisivo que puede verse en pantalla grande, un discurso con powerpoint mejorado.
El verdadero protagonista de la cinta no son los estudiantes que aparecen a lo largo de la película sin conformar una personalidad sugestiva sino el reportero. Carlos Loret de Mola aparece durante buena parte del documental, no como la voz que hila una historia sino como una presencia que no suelta la pantalla. El periodista actúa como reportero de guerra en los peligrosísimos territorios de la burocracia mexicana. Fingiendo que ignora lo que obviamente conoce, simula esperar una información que bien sabe no le van a entregar. Loret de Mola pregunta en la recepción de una oficina cualquiera de la SEP. Espera y espera y espera una información que no llega. Un trabajador le recomienda: vaya usted al sindicato y, como si la pista fuera una revelación, el cronista se dirige al SNTE. Fachosamente, uno de los periodistas más poderosos del país grita al aire para pedir una cita con la dirigente del magisterio. El documental se desliza ahí por una penosa pendiente que une las gracejadas adolescentes de Jackass con la talentosa demagogia de Michael Moore. El documental como pastelazo contra los villanos para la carcajada del auditorio.
¡De panzazo! presenta datos valiosos, pero no acierta en construir una narración medianamente atractiva. Carece de personajes y no cultiva tensión alguna. Al no acercarse realmente a los estudiantes ni a los maestros, al no retratarlos afectuosamente, al desentenderse de su vida cotidiana pierde la inmensa oportunidad de comunicar lo que, en la educación, se juega México, lo que, para un mexicano significa su escuela. No logra lo que habría sido natural: vincular la suerte individual con el destino colectivo. La elocuencia de "Presunto culpable" residía en el retrato, en la complejidad de un personaje, en la tensión dramática de una narración extraordinariamente bien lograda. Nada de eso hay aquí: ni personajes, ni tirantez narrativa, ni historia. La versión fílmica de un documento sobre política pública.
Me temo que, como bien ha dicho Manuel Gil Antón en su crítica a la retórica de la cinta, en ¡De panzazo! hay demasiada simplificación y demasiado voluntarismo. Desde luego, el documental-que ya es un extraordinario éxito de taquilla- contribuirá a poner el tema de la educación y, en particular, el sitio del sindicato en el centro del debate nacional. Habrá que aprovechar la oportunidad para salir de la trampa que también nos tiende su explicación.
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