De parque a santuario
Por: Víctor Hugo Larios Ulloa, Tere Quintanilla, Estefanía Chagoya y Karla Montenegro.
Con toda la fe y la emoción posible a cuestas, en un alegre peregrinar, miles de católicos subieron hasta el Parque Bicentenario para estar presentes en una misa sin precedentes oficiada por el máximo líder de la religión católica en el mundo, Benedicto XVI.
Con gorras, sombreros, banderas mexicanas y del Vaticano, familias enteras caminaron hasta colocarse frente al altar coronado con un enorme Cristo crucificado y una imagen de la Virgen de Guadalupe, a un costado.
Algunos pasaron la noche en el cerro, otros desde muy temprano arribaron al mismo lugar al que a las 9:15 de la mañana llegó un helicóptero de la Fuerza Aérea Mexicana con el Sumo Pontífice a bordo.
Minutos después el vicario Cristo bajó entre aplausos de la multitud que lo aguardaba con ansia. Pese a la distancia, los miles de fieles mantenían sus miradas atentas a las megapantallas.
Con la canción “Mensajero de Paz”, dedicada al Santo Padre, sonando en todo lo alto e interpretada por Pedro Fernández, Benedicto XVI subió al “Papamóvil” para pasar frente a los católicos, quienes le demostraron su júbilo con porras.
“Lo vi aquí cerquita, es algo que nunca podré olvidar”, comentó una emocionada mujer.
Hectáreas enteras fueron tapizadas por miles de cabezas que conforme el Papa se aproximaba a ellos, gritaban y agitaban con fuerza sus manos; mientras que en otro sector del Parque Bicentenario, a ritmo de tambores y con todo el sabor latinoamericano, jóvenes cantaban “ale ale, Benedicto olé” con lo que pronto contagiaron a todos los cercanos.
A diferencia de los trayectos en el vehículo papal por las calles de León, previo a la misa masiva, el “Papamóvil” circuló despacio entre los miles de asistentes y de un momento a otro Benedicto fue coronado con un sombrero de charro negro, lo cual provocó el alarido de la gente que vitoreó a un Papa que ya ha sido acogido como mexicano.
Apenas unos minutos después de las 10 de la mañana, con báculo en mano y envuelto en una casulla morada, Benedicto XVI llegó al altar entre aplausos de los cerca de 600 mil asistentes, algunos de los cuales cargaban sobre su espalda más de 20 horas de espera.
Luego de que el Arzobispo de León, monseñor José Guadalupe Martín Rábago, inició la misa con un agradecimiento al Santo Padre, el silencio reinó en los alrededores del parque convertido por un domingo en el mayor santuario católico en América.
Llegado el momento de la homilía, que duró poco más de 17 minutos, el Santo Padre pidió prepararse para recordar la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo en próximas fechas. Con perfecto español que sonaba melodioso como el de un querido abuelo, recordó el deseo ardiente de su antecesor Juan Pablo II por visitar Guanajuato, “un lugar emblemático para la fe del pueblo mexicano”, dijo.
Después de que la multitud se arrodilló para la consagración del cuerpo y la sangre de Cristo, decenas de ministros se esparcieron por el Parque Bicentenario para dar la comunión.
Por último el Santo Padre suplicó a la Madre Santísima antes de rezar el Angelus y habló de la Virgen de la Guadulpe.
Así culminó el evento más importante de esta histórica visita papal, pues en suelo guanajuatense se pudo ver a un Benedicto alejado del rigor protocolario.
Soportan sol con devoción
Los fuertes rayos del sol se sentían como si traspasaran cada poro de la piel y los fieles católicos usaron de todo para taparse de ellos; lo importante era ver, aunque sea de lejos, al Papa Benedicto XVI en el Parque Bicentenario.
Los mezquites, cobijas, chamarras, gorras, sombreros de diversos estilos y colores, sombrillas de papel, la sombra que daba un poste o una bocina, las sabanas amarradas de una rama a otra, sombreros de cartón, incluso sombrillas que no estaban permitidas usaron los asistentes a la misa.
Aunque se estuvo informando que no llevaran mochilas, sombrillas, objetos pesados o voluminosos, esas reglas no aplicaron en la zona libre, donde miles de personas que no tenían boleto presenciaron la ceremonia.
El ingenio traspasó límites, pues usaron las cobijas que se llevaron para acampar y las ataron en las ramas, como la familia Suárez, que para que los niños no sufrieran golpes de calor les hicieron “casita” en un pequeño mezquite.
Otros aprovecharon las sombrillas de papel que vendía Raúl Pérez, de 38 años y originario de la Ciudad de México; el diseño era el mismo, con dobleces aunque el estampado era diferente podía ser de etiquetas de “negrito”, “atún”, “sardinas”, incluso de etiquetas de veladoras de San Judas Tadeo.
Las gorras y los sombreros fueron de los más abundantes, Rogelio estaba a la entrada del Parque Bicentenario vendiendo sombreros de 20, 30, 40 y 50 pesos, dependiendo del modelo y tamaño.
“Dijeron que no trajeran sombrillas, que mejor sombreros, por eso decidimos vender eso, para que la gente se tape del sol un poco”, comentó.
Benito Alvarado, de 90 años, llegó desde Dolores Hidalgo; sin que su edad fuera impedimento llegó y estuvo parado por algún tiempo hasta que otra persona le ofreció un banco; se hincó como todos durante la misa, y aunque el sol era intenso, su única protección fue su gorra de las Chivas.
Apoyado con su bastón de varilla forrada con costales y de zapatos desgastados, el anciano no dejaba de ver su reloj de Elvis Presley, que tenía en la muñeca izquierda, esperando que llegara la ansiada hora para ver al Santo Padre.
Amenizan la noche
Ensayaron, ensayaron y no pararon. Después de casi tres meses de preparación un grupo de 26 jóvenes integrantes del ministerio de música “Vida Nueva” amenizó la noche previa a la visita de Su Santidad.
Con porras, bailes y cánticos pusieron un poco de ambiente en el Parque Bicentenario.
Ubicado en la zona “A” frente a la escalinata del altar, este grupo originario de León se dio a la tarea de participar en la vigilia de oración realizada de 12 de la noche a cuatro de la mañana.
“Fuimos invitados por el padre Tomás, tuvimos la oportunidad de participar en la vigilia de oración en la madrugada, fue un rato de animación, fue la participación del rosario y la participación también a la hora de salir”, afirmó Rosario Chávez, integrante del grupo.
Esta agrupación encabeza por Jesús Camarena Lugo y conformada en su mayoría por jóvenes de entre 16 y 35 años, dedicó horas y horas de ensayo y aunque les confirmaron su participación apenas hace dos meses ellos ya tenían listas sus coreografías y canciones, pues durante su intervención cantaron temas como “Jesucristo” y “La Guadalupana”.
“Es una experiencia que la verdad nunca vamos a olvidar; es una oportunidad muy grande y pues somos un instrumento para transmitir a la gente un mensaje de paz. Si pudiéramos hablar con el Papa es una gran bendición que venga hasta nosotros que es una dicha que siga orando por México y los jóvenes”, agregó Rosario.
Emocionados por su presentación y aún más por ser partícipes en un evento papal, los entusiastas jóvenes coincidieron al señalar que sienten privilegiados por la invitación.
“El que esté entre nosotros es una experiencia única, más tener la oportunidad de verlo”, agregó Rosario llena de júbilo por saber que en pocas horas vería al vicario de Cristo.
Sienten ‘milagro’ del Papa
Desde la noche del sábado, cientos de fieles y grupos católicos procedentes de todo México y Latinoamérica caminaron varios kilómetros para presenciar la ceremonia religiosa precedida por el Papa Benedicto XVI.
El tumulto era grande y se incrementaba a cada minuto; fue difícil el acceso y era evidente el cansancio de las personas, sin embargo, recorrieron el mar de gente para llegar hasta la Expo Bicentenario.
Un buen número de autobuses y vehículos dieron auxilio al arribo de los católicos, quienes los abordaron para luego caminar más de un kilómetro y medio. Era una caravana constante y las filas no cesaban; todo el esfuerzo era sólo para ver y escuchar al Santo Padre.
“Lo que me mueve a mí es la fe, he venido desde muchas horas antes, lo único que busco es verlo de lejos y escuchar muy de cerca sus palabras, como si Cristo me hablara al oído”, platicó José Enrique Farfán.
Sin dormir y muchos sin comer, pernoctaron haciendo oración, por lo que sintieron que la noche trascurrió rápido y pronto vieron la luz del sol.
Mientras más de 300 mil personas continuaron el camino que los llevó a la luz de la fe y de la esperanza, a la homilía que en palabras del vicario de Cristo hizo llorar de alegría a muchos fieles.
Pasó entre los miles de feligreses e hizo milagros. “¡Tus bendiciones me sanaron Benedicto!”, gritaban jóvenes procedentes de Jalisco.
“Él fue, él sanó a mi amigo con sus bendiciones”, expresaban conmocionados a coro.
Fueron tres horas bajo el sol, tres horas de oración, tres horas de un encuentro íntimo entre el pueblo mexicano y Benedicto XVI.