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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES MIRADOR

ARMANDO CAMORRA

Don Cornulio llegó a su casa inesperadamente y sorprendió a su esposa en la cama, sin nada de ropa encima y respirando con agitación. La señora se puso muy nerviosa al ver a su marido, y más cuando advirtió que se dirigía al clóset donde guardaba su ropa. "¿A dónde vas, Cornulio?" -le preguntó apurada. "Ya lo ves -respondió él-. A mi clóset, a colgar el saco". "¡No abras ese clóset, desdichado!" -clamó la mujer llena de angustia. Demasiado tarde: don Cornulio lo había abierto ya. ¿Qué vio en su interior? Además de sus palos de golf, su bola de boliche, su raqueta de tenis, su red para cazar mariposas, su gorra de los Indios de Cleveland y los tomos de la Enciclopedia Británica que no habían cabido en el librero, vio también a un hombre en cueros. Se vuelve don Cornulio hacia su esposa y le reclama con enojo: "¿Cuántas veces te he dicho que no uses mi clóset para poner tus cosas?"... En su olvidado catecismo el buen Padre Ripalda enumeró las 14 obras de misericordia. De ellas, siete corresponden al cuerpo: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar a los enfermos, visitar a los presos, dar posada al peregrino y enterrar a los muertos. Las otras siete atañen al espíritu: consolar al triste, dar consejo al que lo ha menester, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, sufrir con paciencia las flaquezas del prójimo, perdonar las injurias y rezar por vivos y muertos. Conozco a un hombre que ha cumplido todos esos piadosos deberes. Hablo de Alejandro Solalinde, sacerdote católico, cuya labor en bien de los migrantes es ejemplar tarea de humanidad. Yo lo admiraba desde antes de conocerlo. Lo conocí la noche en que ambos recibimos la presea que anualmente otorga la Fundación José Pagés Llergo. Le expresé mi admiración, y me dijo él: "Yo te agradezco el regalo de alegría que cada día nos das, y te agradezco también tus reflexiones". Oír tales palabras en labios de alguien como ese apóstol del bien fue recibir otra presea. Siempre he creído que el bien es el amor que se levanta las mangas y se pone a trabajar. Si la fe sin obras está muerta, el amor sin hechos está por lo menos desmayado. Bien dice el antiguo refrán: "Obras son amores". El Padre Solalinde ha cumplido desde hace muchos años una misión de amor ayudando a aquellos que por causa de la pobreza deben dejar su casa y su país para buscar una vida mejor: los migrantes. Por hacer eso ha sufrido persecución y cárcel, injurias y maltratos físicos. Ahora las amenazas que recibe lo obligan a él también a convertirse en migrante. Se vio precisado a salir de México para salvar su vida. ¿Cómo es posible que un hombre así, dedicado a hacer el bien, tenga que exiliarse? Ese injusto destierro es signo de los oscuros tiempos que vivimos. Uno de los mayores males que hace el mal es estorbar que se haga el bien. Yo siento pena -pena en el sentido de pesar, y pena en el sentido de vergüenza- por el hecho de que Alejandro Solalinde haya tenido que suspender las obras de misericordia que cada día realizaba. Mal andan las cosas en un país cuando un hombre como el padre Solalinde se ve obligado a salir de él... "Mi esposa no quiere tener sexo conmigo". Así le dijo un hombre al consejero matrimonial. "Hablaré con ella" -ofreció el terapeuta. En efecto, llamó a la señora. Resultó ser una mujer joven y con excelentes referencias anatómicas. A solas con ella el especialista le preguntó la razón por la cual se negaba a cumplir el débito conyugal. "Se lo diré, doctor -respondió ella-. Mire: mi esposo no me da para pagar el alquiler de la casa en que vivimos. Cada mes viene el casero y me dice: '¿Me va a pagar la renta, o qué?'. Como no tengo con qué pagarle, escojo el qué. Y ya se imagina usted lo que es el qué. Mi marido tampoco me da dinero para el gasto. El lechero me dice: '¿Me va a pagar la leche, o qué?'. Y me veo obligada a escoger también el qué. Lo mismo me sucede con el panadero, el carnicero, el abarrotero y los demás. Todos preguntan: '¿Me va a pagar, o qué?'. Y siempre tengo que escoger el qué. Cuando llego a mi casa estoy cansada por tanto qué y qué". Concluye la guapa señora: "Por eso, doctor, me niego a cumplir el débito conyugal". "Ya entiendo, señora" -contesta, pensativo, el médico. Y en seguida añade: "¿Se lo decimos a su esposo, o qué?"... FIN.

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