La joven esposa cuyo marido estaba de viaje tenía dificultades para conciliar el sueño. Alguien le sugirió un método de autosugestión, y aquella noche decidió seguirlo. Se acostó, y mentalmente empezó a decir: "Boca, duérmete... Manos, duérmanse... Piernas, duérmanse... Pompis, duérmanse... Bubis, duérmanse...". En ese momento sonó el teléfono. Era el marido: había regresado de su viaje, y desde el aeropuerto le avisaba que iba camino a casa, ardiendo en urgentes ansias de amor. La muchacha, jubilosa, se dirige a las partes de su cuerpo antes mencionadas, y les dice con premura: ¡Despiértense todas, rápido! ¡Despiértense!"... El padre Arsilio le preguntó a Rosilita, la pequeña niña que es el equivalente femenino de Pepito: "¿Ayudas a tu mamá en la casa? ¿La obedeces?". "Mire, señor cura -retobó la chiquilla-. Para que la ayude está la muchacha, y para que la obedezca está mi papá"... Sor Bette, monjita perteneciente a la orden de la Reverberación, llegó a su convento con los hábitos en desorden. Lucía una gran sonrisa en la cara. "¿Por qué viene así, hermana?" -le preguntó, asustada, la madre superiora. Respondió sor Bette: "¡Qué bien maneja ese taxista!". "¡Por favor, hermana! -se angustió la reverenda-. ¡Explíquese! ¿Por qué ese desarreglo en sus hábitos? ¿Por qué esa sonrisa que le ilumina sospechosamente el rostro? ¿A qué la frase: '¡Qué bien maneja ese taxista!'?". "Déjeme contarle, madre -relató sor Bette-. Venía yo en taxi al convento. Por una pendiente abajo vino directo hacia nosotros un camión pesado que no traía frenos. De seguro nos iba a matar. Espantada le dije al taxista: '¡Si evita usted el choque podrá hacer conmigo lo que quiera!'. Y lo dicho, reverenda madre: ¡qué bien maneja ese taxista!"... En un tiempo estuvieron muy de moda las canciones llamadas "de arrabal". Tenían como tema a las mujeres que las buenas conciencias llaman "malas", y que casi nunca lo son; antes bien por regla general son buenas. El compositor Manuel Pomián fue un clásico del género arrabalero, aunque otros autores de mayor timbre y nota lo abordaron también, por ejemplo Agustín Lara. Los nombres de esas canciones, en su tiempo escandalosas, son denostosos y peyorativos. Sucedió que en un teatro de revista se presentó una famosa intérprete a cantarlas. El público empezó a pedirle a gritos las canciones de su repertorio: "'¡Hipócrita!'... '¡Aventurera!'... '¡Perdida!'... '¡Arrabalera!'...". Despertó un borrachín que estaba dormido en su butaca, y al oír aquellos gritos se puso en pie y le gritó a la cantatriz: "¡Hija de tu tiznada madre!". ¡El temulento pensó que el respetable estaba increpando a la cantante! Después de que Josefina Vázquez Mota reconoció con generosidad su vencimiento, y de que el presidente Calderón admitió expresamente el triunfo de Enrique Peña Nieto, y lo felicitó, ahora los dos dan un brusco viraje -digamos, un golpe de timón- y se unen a las melopeas con que la izquierda impugna el resultado de la jornada electoral. Muy mal se ven la candidata y el mandatario al hacer eso. En especial Calderón parece haber olvidado que sólo gracias al apoyo que le dieron los priistas pudo tomar posesión de su cargo, y paga así con muy mala moneda. Cosa esperpéntica es verlo ahora alineado con quienes siempre lo trataron de espurio y de ilegítimo. Una sola explicación encuentro para eso: el PAN, después de su debacle electoral, quiere ponerse en posición más ventajosa para cualquier eventual negociación con los priistas. Dicho de otra manera, y para usar la expresión de una de aquellas canciones de arrabal, vende caro su amor. ¿La tremenda derrota sufrida por la organización que antes fue de la gente decente la está convirtiendo ahora en aventurera?... Don Agatón, el alcalde del pueblo, recibió la infausta noticia de que Rosilí, su hija soltera, había entregado la impoluta gala de su virginidad. "¿Cómo pudiste hacer eso? -le dijo con mucho sentimiento-. ¡Y faltándome tres días para dejar el cargo!". "Papi -razonó la muchacha-. Tú me dijiste que no querías que ninguna de tus obras se quedara sin inaugurar"... El detective privado le informó a doña Panoplia, dama de sociedad, señora de alto pedorraje: "Seguí a su marido hasta un motel de paso". "¡Lo sabía! -exclama ella, furiosa-. Y dígame sin ocultarme nada: ¿qué iba a hacer ahí?". Responde el hábil sabueso: "Hasta donde pude darme cuenta, la iba siguiendo a usted"... FIN.