Don Astasio llegó a su casa y sorprendió a su mujer en trance adulterino con un sujeto cuya característica más visible -las demás no se veían- es que era sumamente bajo de estatura. Chiquitajo el individuo, y grande y robusta la señora, aquel hombre parecía -si puedo echar mano de una hipérbole- lagartija sobre el Peñón de Gibraltar. Colgó don Astasio en una percha su sombrero y su bufanda, y fue luego al chifonier donde guardaba una libreta forrada en percalina donde solía anotar dicterios para decirlos a su mujer en tales ocasiones. Se plantó luego al pie del lecho donde tenía lugar aquel pecaminoso cachumbeo, y le espetó a su esposa el último voquible que había registrado: "¡Demanial!". Esa palabra, de connotación jurídica, designa a todo aquello que es de dominio público. "¡Ay, Astasio! -contestó doña Facilisa, que así se llama la liviana mujer de don Astasio- Al insultarme así no consideras que estoy cumpliendo mi propósito de Año Nuevo". "¿Cuál es el tal propósito?" -preguntó, receloso, don Astasio-. "Consiste -explicó la esposa- en ir acortando poco a poco mis infidelidades. Por eso me encuentras hoy con un chaparro". (Chaparro, para mis lectores en el extranjero, se llama en México a quien es corto de estatura)... No conozco al señor Fausto Vallejo, gobernador de Michoacán; por eso ignoro si en estos días está haciendo "¡Gulp!" o "¡Uf!". La primera expresión es de miedo; la segunda de alivio. Cabe hacer un par de preguntas. La declaración de nulidad de la elección municipal de Morelia, hecha con muy endebles argumentos por la sala que en Toluca tiene el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, ¿es prenuncio de otra anulación, la de la elección de gobernador? En ese caso cabe el "¡Gulp!" de miedo. Por el contrario, esa declaración de nulidad que defenestra al ayuntamiento de la capital michoacana, y que hasta ahora no ha sido impugnada por el PRI, ¿es resultado de una negociación oculta realizada por los priistas con el PAN a fin de que no objeten ya el proceso cuyo resultado final favoreció a Vallejo? Entonces procedería el "¡Uf!" de alivio. Esperaré el final de los acontecimientos para profetizar cómo terminarán los acontecimientos. Mientras tanto haré una tercera pregunta: ¿cuál es la capital de Dakota del Sur?... El día en que el duque de Medinacelli, virrey español de Nápoles, salió de esa ciudad, los napolitanos dijeron que habían quedado en ella solamente cinco pecados capitales. "La lujuria y la gula -razonaron- se marcharon con él". Pues bien: Afrodisio Pitongo tenía en su pueblo el monopolio de la lubricidad. Era lascivo, libidinoso, impúdico, vicioso, libertino, lujurioso, intemperante, voluptuoso, erótico y salaz. (Nota: todos esos adjetivos podrían haberse ahorrado con sólo decir que Afrodisio era cachondo). Solía repetir con insistencia aquel viejo dicho mexicano: "¡Ay, quién tuviera la dicha del gallo, que nomás se le antoja y se monta a caballo!". El tal Afrodisio era comerciante en ropa femenina. Cierto día entró en su establecimiento una hermosa mujer de esculturales formas. Vio la recién llegada un precioso vestido y le preguntó a Pitongo: "¿Cuánto cuesta?". Respondió con equívoca sonrisa el depravado mercader: "Señora: con un rato de sexo en mi trastienda me daría por bien pagado". "En ese caso -replicó la mujer sin escandalizarse- me llevo el vestido". Excitado y satisfecho, Afrodisio envolvió la prenda y se la entregó a la señora. En ese momento ella se dio la vuelta e hizo un ademán. Llegó al punto un toroso individuo de estatura procerosa y musculatura impresionante. Le dice la mujer al tipo al tiempo que se encaminaba hacia la salida: "Mi amor: ve con el señor a la trastienda y págale la cuenta"... En el velorio de su marido la inconsolable viuda se desgarraba en llanto: "¡Ay, Leovigildo, esposo mío! ¿Quién llenará este hueco tan grande que dejas?". "Comadrita -le aconseja en voz baja un compadre a la mujer-. No deje que la pena la arrastre a revelar intimidades de su cuerpo"... FIN.
