“La hembra de la especie humana es la única que experimenta el orgasmo”. Eso leyó don Poseidón, granjero acomodado, en una revista popular. Le comentó el dato a doña Holofernes, su mujer, y ella, con muy buen sentido, preguntó: “¿Cómo puede saberlo el que tal cosa afirma?”. Don Poseidón se quedó pensando. Exclamó de repente: “¡Qué demonios!”, y salió de la habitación. Volvió una hora después. Le dice a su esposa: “De la chiva y la vaca tengo ahora la seguridad de que no experimentan el orgasmo. Pero con la marrana no se puede saber, porque siempre está chillando”. Este día es propicio para volver a recordar lo que le sucedió a aquella pareja de casados que estaban haciendo el amor en su recámara del segundo piso. Ella oyó ruidos afuera de la casa, y suspendió el acto conyugal a fin de asomarse por la ventana a ver quién era. Le dice con asombro a su marido: “No me lo vas a creer: ¡en la puerta están los tres Reyes Magos!”. La señora oyó que su esposo le pedía con excitación: “¡Pasa a Melchor!”. “¿Para qué? -preguntó muy interesada-. ¿Acaso quieres que hagamos con ese sabio de Oriente un ménage à trois?”. “¡A más de libidinosa, sorda! -se enoja el individuo-. No te dije: ‘Pasa a Melchor’. ¡Te dije: ‘Pásame el short’, para asomarme yo también!”... A mí me gusta mucho eso de la formalidad. Los protocolos y solemnidades no son pura apariencia, sino cimiento sobre el cual se apoyan las instituciones. Pascal, débil caña que pensaba mucho, solía decir que si desaparecieran las pelucas empolvadas que llevan los jueces de Inglaterra, con ellas la justicia inglesa desaparecería también. (Bueno sería entonces que nuestros jueces empezaran a usar esas pelucas. Quizá con ellas aparecería entre nosotros la justicia). En el Salón México, catedral del baile, la liturgia de la danza incluía aquel grito ritual: “¡Hey, familia! ¡Danzón dedicado a don Fulano de Tal y amigos que lo acompañan!”. Me valgo de esa frase consagrada para decir que, desde luego, la persona de López Obrador es inquietante. No sabemos si es el mismo AMLO de la vez pasada o es otro diferente, un nuevo AMLO que ha dejado por el momento su pasada ortodoxia de izquierdista para ostentar ahora una útil y práctica heterodoxia electoral. En opinión de algunos el amoroso discurso que hoy pronuncia el tabasqueño suena oportunista, y su contrición por los pasados yerros, y firmísimo propósito de enmienda, son lágrimas de cocodrilo en las que no se debe creer. En todo caso a mí no me preocupa tanto don Andrés Manuel como los amigos que lo acompañan, entre otros ésos que unieron la mentecatez a la cursilería para ofrecer su pésame a Corea del Norte por la pérdida de su amado líder, Kim Jong-Il. Si López Obrador llegara a la Presidencia, con él llegarían también esos anacrónicos estalinistas, y tendrían su cuota de poder, y sus parcelas en la administración. Gente así sería parte del Gobierno. Ese solo pensamiento basta para causarme en la espina un repeluzno que comienza en la primera vértebra cervical y termina no quiero decir dónde. Dos expedientes hay para aliviar tal calosfrío. El primero es tomar un diacatolicón, electuario purgante elaborado a base de hojas de sen, pulpa de tamarindo y raíz de ruibarbo. El segundo es narrar un cuentecillo final que disipe toda inquietud caliginosa y vigorice el ánimo. Considerando lo enérgico del purgamiento dicho, que suele provocar un cuadro súbito de cursos, carrerillas, flujo, cámaras, descomposición o pringapiés, prefiero recurrir al mejor medio curativo, el de la risa, y procedo a contar una historieta de humor lene. Aventino Pijalonga, galán concupiscente y arrojado, le dijo con voz labiosa a Dulciflor, muchacha joven: “Quiero que me regales la flor de tu virginidad”. “Demasiado tarde -sonrió ella-. Hace tiempo que la regalé”. “Entonces -porfía Pijalonga- ¿podrías regalarme el florerito en que venía?”... FIN.
