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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"La leche materna es lo único que lo puede aliviar" -le dijo el doctor Ken Hosanna a Babalucas, que padecía una rara enfermedad. Añadió enseguida: "Y debe tomarla directamente, del envase". Se consiguió el badulaque una nodriza, lozana joven de nobles atributos pectorales y bella geografía en lo demás. Al administrar a Babalucas el medicamento la muchacha sintió el llamado de la carne por causa de aquellos chupeteos, y le preguntó, anhelosa, a su ávido paciente: "¿No le gustaría algo más?". "Sí -respondió con la misma ansiedad el tonto roque-. ¿Tienes algunas galletitas?"... Decía Ovonio Grandbolier, el haragán mayor de la comarca: "Si el cuerpo me pide comida, le doy comida. Si me pide bebida, le doy bebida. Si me pide placer, le doy placer". "Oye -le pregunta alguien, con sorna-: ¿y si te pide que trabajes?". "No -rechaza Ovonio-. Eso ya es mucho pedir"... Don Algón invitó a cenar a Rosibel, linda muchacha, y la llevó a un elegante restorán. La chica, de condición modesta, jamás había tenido a su alcance las suculentas viandas que ofrecía el menú, de modo que ordenó de inmediato dos ensaladas, tres sopas, cuatro o cinco de los platillos principales de la carta, y seis postres. Luego vaciló: "No sé qué pedir de tomar". Sugiere algo molesto don Algón: "¿Qué te parece el lago de Chapala?"... En la temporada de Navidad y Año Nuevo hice la dieta del kiwi: comí de todo, menos kiwi. ¡Ah, esos tamales saltilleros, avaros en masa y en recaudo pródigos! ¡Ah, esos buñuelos que se deslíen en la boca igual que besos de la mujer amada, y también con sabores de azúcar y canela! ¡Ah, ese humeante champurrado que podría convertir en trópico la Antártida! ¡Ah, el pavo, y los romeritos, y el bacalao, y el piñonate y la nogada, y el mirífico ponche con tripas de ron o brandy, y la infinita repostería, y aquella dulcería sin final! Yo digo que es pecado desdeñar los dones que el Señor, y su representante personal, la vida, nos ofrecen. Llámese amor o llámese comida debemos disfrutar esos regalos con orden y concierto. El mismo Poverello, aquel tan humano Cristo que fue San Francisco de Asís, tuvo un asomo de disgusto cuando un adusto monje le reprochó que permitiera a sus hermanos comer carne en la cena de Navidad. Tomó San Panchito un pedazo del inusual manjar y lo untó en el muro del refectorio. "Esta noche -dijo- hasta las paredes deben comer carne". Yo, lo confieso sin rubor, soy un gozón. Así se llama el que sabe disfrutar las cosas de la vida. Y soy un guzgo, nombre mexicano que se aplica al comilón. Diosito, en su infinita bondad, me dotó de un estómago de hierro: puedo dar cuenta de los peores y más especiosos comistrajos sin que mi máquina corporal proteste, y soy capaz de beber como cosaco -más de una vez lo he hecho- sin acusar al día siguiente los efectos de la noche anterior. Debería yo ir en peregrinación al lugar de nacimiento del gargantón Gargantúa y de su hijo Pantagruel, de pantagruélico apetito, a dar gracias por el inmenso don del comer y del beber. En tratándose de los pecados de la carne la gula es mi segundo favorito, y seguramente el último que conservaré. Pero todo tiene un límite: concluida la gozosa temporada vuelvo a la dieta que yo mismo diseñé, la que he llamado "Argh", consistente en limitar -según lo dicen las letras de esa sigla- el consumo de azúcares, refrescos, grasas y harinas. Llegará la Semana Santa (de Primavera, para efectos laicos) y otra vez romperé mi dieta y gozaré la rica gastronomía norestense de Cuaresma: las tortitas de papa y camarones secos, los chicales, el caldo de habas y lentejas, los nopalitos en esta forma y otras mil, y sobre todo la benemérita capirotada, capaz de hacer caer en tentación al más rígido anacoreta de Tebaida. En cosas del comer este es mi lema: "De lo bueno poco, y de lo poco mucho". Lo único que siento es que no todos puedan disfrutar de lo que en cuerpo y alma gozo yo. De otra manera esto sería un paraíso. Pero hay que inventar nuestros propios paraísos para olvidar dónde estamos en verdad... FIN.

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