Cloris era una mujer fácil. Y ya se sabe lo que es una mujer fácil: es una mujer que tiene la moral de un hombre. El reverendo Rocko Fages, pastor de la Iglesia de la Tercera Venida (no confundir con la Iglesia de la Tercera Avenida, que permite el adulterio a condición de que los adúlteros cooperen con las obras sociales de la iglesia), se propuso quitarle a Cloris esa facilidad de vida. Empresa arriesgada ésa: hay vocaciones firmes, y la de Cloris lo era. Así como hay un llamado a la vida religiosa, también lo hay a la vida licenciosa, y Cloris lo sintió desde muy joven. Bastantes mujeres han tenido esa vocación, y no se avergonzaron de ella. Tomen ustedes por ejemplo el caso de Mae West, actriz de Hollywood. Decía. "Errar es humano, pero se siente divino". Y declaraba: "Cuando soy buena soy muy buena, pero cuando soy mala soy mejor". Una vez se le acercó un hombre joven que lucía un sospechoso abultamiento en la región de la entrepierna. Le preguntó Mae con sonrisa seductora: "¿Es tu llavero o es que estás feliz de verme?". Aun así, navegando a contracorriente de la naturaleza humana, el reverendo Rocko Fages se propuso convertir a Cloris, que tenía extraviado el camino a la virtud. Si hubiera conocido el cuento "Lluvia", de W. Somerset Maugham, se habría ahorrado el peligroso empeño. Le preguntó, severo, el predicador a Cloris: "¿Conoces el pecado original?". Replicó ella: "Conozco varios muy originales. ¿Qué tan original lo quieres?". En otro orden de cosas -o desorden, como se quiera ver- yo entiendo que la vocación de luchador social y la de político son cosas diferentes. Aquél procura la justicia; éste busca el poder. Se dirá que la política puede ser vía para alcanzar la justicia, pero al caminar por esa retorcida senda muchos buscadores de la justicia se han perdido a sí mismos, y en las oscuras entretelas de la politiquería han olvidado el propósito original que los llevó a la lucha. Lo que he dicho expresa mi esperanza de que la decisión de la señora Wallace, de aceptar una inviable candidatura del PAN, no pruebe ser un error de esa admirable dama, y otro error -uno más- del PAN. El gran pianista estaba tocando un recital en la sala de conciertos. Oculta tras la tapa de su Steinway tenía a una voluptuosa rubia en ropas menos que menores. Entre el público dice en voz baja una señora con tono admirativo. "¡Qué extraordinario artista! ¿De dónde sacará tanta inspiración?". (En arte la mayor inspiración es la mujer. Y quizá en todo lo demás también). Le dice Pepito a su papá: "Papi, vino un señor a cobrar el abono de la bicicleta que me trajo Santa Claus". (Un padre de familia tiene dos problemas: convencer a su hijo de que Santa Claus existe, y convencer a su esposa de que Santa Claus no existe). Se llamaba Leda. Quizá por eso cuando vio en una tienda de mascotas un letrero que anunciaba: "Cisnes sexuales" no resistió el impulso de entrar y preguntar al encargado qué clase de cisnes eran los que tenía a la venta. Le explicó el sujeto: "Son cisnes Jovis, capaces de dar placer sensual. Han sido entrenados para satisfacer a la mujer más exigente. Y tienen garantía". La mujer escogió uno -el más grande, por cierto, si me es permitido señalar ese detalle nimio- y lo llevó a su casa. Esa misma noche se dispuso a gozar aquel jovial deleite. El cisne sin embargo, no dio trazas de conocer la o por lo redondo. Leda se molestó bastante. No esperaba, claro, que el cisne cantara, pero sí que mostrara las peregrinas habilidades de erotismo que el vendedor había pregonado. Irritada, sintió ganas de torcerle el cuello al cisne de engañoso plumaje, pero como tenía ideas modernistas resistió la insana tentación. En vez de eso llamó al hombre de la tienda. Éste acudió al punto a hacer efectiva la garantía. Le pidió a la mujer que se tendiera sin ropa sobre el lecho en actitud de recibir al cisne. Luego él mismo empezó a desvestirse al tiempo que le advertía al silencioso pájaro: "Esta es la última vez que te digo cómo se hace". FIN.
