"Mi marido sufre de eyaculación prematura". Así le dijo la esposa del señor Komokeyá al terapeuta sexual. Le preguntó éste al aludido: "¿Es cierto eso?". "En absoluto -replicó el señor-. Ella es la que sufre; yo no". Una dulce niñita llegó a la tienda de mascotas, y con su vocecita melodiosa le dijo al encargado que quería un ratoncito. "Cómo no, pequeña -respondió tiernamente el encargado-. ¿De qué color quieres el ratoncito? Los tenemos blancos, grises, negros y cafés". Con su misma melodiosa vocecita replicó la niña: "No creo que a mi serpiente le importe mucho de qué color sea el chinche ratón". Tendré que recurrir al doctor Jaime del Río, destacado maestro michoacano, o al licenciado Elías Villalobos, talentoso ex alumno mío en la querida Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Coahuila, para que me guíen por ese inextricable laberinto que es la legislación electoral vigente. Yo tengo para mí que ni el mismísimo Aristóteles conseguiría desentrañarla si volviera a nacer sólo para ello. Fuente de innumerables confusiones, antes que dar seguridad jurídica esa ley siembra temor en quienes están sujetos a ella, que mejor se abstienen de actuar antes que incurrir en las sanciones que a diestra y a siniestra reparte una legislación llena de oscuridad y vaguedades, y que se presta a toda suerte de interpretaciones. Por su causa se han suspendido debates que habrían ayudado a la ciudadanía a ir normando su criterio, y otros muy importantes no han podido ser trasmitidos por los medios de comunicación. Atenta contra la libertad de expresión ese sistema de normas, ninguna duda cabe, y siembra inequidades, pugnas y litigios electorales. Los partidos hicieron tal ley a su medida, y ahora son los primeros en tropezar en ella. Es demasiado tarde ya para enmendarla de cara a las cercanas elecciones, entre ellas la de Presidente y la de Jefe de Gobierno del Distrito Federal, pero queda como asignatura pendiente, en la materia electoral, hacer con esa ley borrón y cuenta nueva. Pascualino era chef. Cultivaba, según la tarjeta de presentación que ofrecía ceremoniosamente a sus comensales, la "nouvelle cuisine mexicaine". Fundó el restaurante "Le Viandier de Nonoalco", cuyas especialidades eran La Soupe au Pistou de Nopalitos, Le Confit de Canard a las Finas Verdolagas y La Andouillete avec Nana, Maciza et Nenepil. Su esposa Bragancia lo ayudaba en la cocina y en la caja, aunque ciertamente le gustaba más la caja que la cocina. (El sexo y la cocina: he ahí dos cosas que los hombres hacen por gusto y muchas mujeres por obligación). Cierto día llegó a comer ahí un individuo. Pascualino le ofreció el menú, pero el hombre lo rechazó. Tomó los cubiertos de la mesa, los olfateó brevemente y dijo luego con gran seguridad: "Parece estar sabrosa La Caille en Sar avec Moronga de Marrano, lo mismo que Les Oeufs en Meurette et Guajolote, pero prefiero mejor Les Escargots de Bourgogne avec Pancita". Asombrado quedó Pascualino al ver aquello. Fue a la cocina y le dijo a Bragancia: "Debes lavar mejor los cubiertos. Un cliente los olió, y sólo con eso supo lo que tenemos de comer". Regresó el tipo al siguiente día, y volvió a usar sus dotes olfativas para escoger platillo entre los muchos que ofrecía la casa. De nueva cuenta Pascualina reprendió a Bragancia. Ella le dijo que había lavado muy bien los cubiertos -usó dos detergentes-, pero que procuraría lavarlos aún mejor. El individuo volvió al siguiente día, y repitió una vez más el ejercicio. Harta de aquello, Bragancia decidió tomar venganza del molesto cliente. En la cocina, ante su esposo, se pasó los cubiertos por no voy a decir dónde, y luego le pidió a Pascualino que los pusiera en manos del oliscón. El escrupuloso chef se resistía a hacer tal cosa, pero su mujer porfió, y Pascualino terminó por llevarle los cubiertos al sujeto. Los olfateó éste y en seguida exclamó alegremente: "¡Ah! ¡No sabía que Bragancia trabajara aquí!". FIN.