"¡Aviéntate una de cogederas!". Es incivil a veces el grito de la turba. El eminente declamador del Teatro Tayita, inolvidable carpa, había recitado ya poesías de mucha lágrima -"Las abandonadas", claro; "El seminarista de los ojos negros", clarísimo; "El brindis del bohemio", clarisísimo-, cuando salió aquel grito de entre el culto y exigente público (más exigente que culto, hay que decirlo). El eminente declamador quiso obsequiar la petición diciendo el sugestivo "Romance de la casada infiel", de García Lorca, pero nadie entendió que aquello de "montado en potra de nácar / sin bridas y sin estribos" hacía alusión precisamente al tema sugerido por el solicitante. Pues bien: el cuento que abre mi columnejilla de hoy, llamado "El perico del cura y la cotorra de la beata" no tiene ese contenido; quiero decir que no es salaz ni pícaro como la mayoría de los chistes de pericos tenidos por curas y beatas. Ese relato, asómbrense mis cuatro lectores, es político, según cuadra a los tiempos que vivimos ahora los mexicanos -desde 1521 los hemos vivido-, en que por encima de todo priva la política, con abandono de otros temas de más sustancia y entidad, por ejemplo el trabajo. Dice el tal cuento que la señorita Peripalda, célibe piadosa, muy de iglesia, tenía una cotorrita. Cierto día la devota soltera fue a hablar con el señor cura de la parroquia, el padre Arsilio, y le comunicó una inquietud muy grande que tenía. A su cotorrita, le dijo, le había dado por la crítica política. Sin recatarse pregonaba sus opiniones en esa materia, tan delicada, y sus proclamas encendidas eran escuchadas por todo el vecindario. La señorita Peripalda quería saber, y se lo preguntaba al padre Arsilio, si los conceptos vertidos por la facunda pájara no le acarrearían a ella algún perjuicio. Inquirió el buen sacerdote: "¿Qué es lo que dice tu cotorra?". Explicó la piadosa señorita: "Dice: 'Que se acabe ya el sexenio de Felipe Calderón'. 'Que vuelvan la paz y la seguridad a México'. 'Que ahora sí se creen empleos'. 'Que los hacendistas ya no inventen más impuestos'. 'Que no siga subiendo el precio de la gasolina'. 'Que ya no haya tan grande corrupción'. 'Que no nos bombardeen día y noche con millones de spots de propaganda política y oficialista'. 'Que la función electoral no resulte tan cara para el país'. 'Que no haya partidillos de mentiras, que son sólo negocios de familia o personales y que se venden al mejor postor'. 'Que mejore la calidad educativa'. 'Que se acabe el mal sindicalismo, ése que deriva en tantos daños para México'. 'Que no haya tantos diputados y senadores'. 'Que los partidos políticos no tengan el monopolio de la actividad política'. 'Que Pemex se modernice; que no haya en esa empresa malos manejos y mala administración'. 'Que se abata verdaderamente la pobreza'. 'Que nuestros recursos naturales sean preservados'. 'Que los pueblos indígenas sean tratados con respeto'. "Que se abata verdaderamente la pobreza, y que todos los mexicanos tengan acceso a una vida digna'. Todo eso dice mi cotorra, padre, y otras muchas cosas más". Así le dijo la señorita Peripalda al padre Arsilio. Respondió el señor cura: "Es preocupante ese activismo, hija, y puede ponerte en trance de dificultad. Tráeme a tu cotorrita. Yo tengo un loro a quien he imbuido el piadoso espíritu de nuestra santa religión. Él sólo sabe de novenas y trisagios, de letanías y jaculatorias. Estoy seguro de que si los ponemos juntos en la misma jaula tu cotorrita recibirá el influjo favorable de esa católica piedad, y olvidará sus ideas inquietantes". Así, se hizo, en efecto: la señorita Peripalda le llevó la cotorrita al padre Arsilio, y éste la puso en la jaula de su santificante loro. Pasados unos días la señorita Peripalda le preguntó al padre Arsilio cómo iba la relación entre su lorita y el perico de la casa cural, y si habían obrado ya en la cotorrita los benéficos efectos de su trato con el apostólico perico. "Hija mía -se rascó la cabeza el padre Arsilio-, yo creo que tu cotorra tiene razón, porque a cada una de sus peticiones: 'Que acabe ya el gobierno de Calderón', 'Que vuelvan la paz y la seguridad a México', 'Que se abata la pobreza', etcétera, mi perico responde: "Te lo pedimos, Señor'" FIN.