He aquí una buena broma que mis lectores del sexo masculino pueden hacerle a sus amistades, ya sean masculinas a femeninas. Díganle esto a su amiga o su amigo: "Cuando nací, Diosito me dio a escoger entre tener un atributo varonil muy grande o una memoria muy buena". Seguidamente hagan un pausa y luego añadan: "Y he olvidado ya lo que pedí"... Si los dioses inventaron el infierno, los demonios deben haber inventado los impuestos. Sé muy bien que no hay contribuyente satisfecho, que en todos los países de la Tierra -y supongo que en todos los mundos habitados que hay en el universo- quienes pagamos impuestos lo hacemos a regañadientes y mascujando maldiciones. Lo que en forma particular nos duele en México es que aquí los impuestos que pagamos van a parar en el vientre de la corrupción, y sirven para el sostenimiento de una casta política insaciable y de partidos cuyas inmensas y suculentas prerrogativas -nunca mejor empleada la palabra- no corresponden a la pobreza y difíciles condiciones de vida de la gran mayoría de los mexicanos. De ahí el acercamiento de muchos empresarios del país con López Obrador. Él ha tenido un acierto político importante: ha ofrecido que no subirá impuestos, y que hará desaparecer algunos que, como el execrado IETU, constituyen una onerosa carga para los mexicanos que quieren trabajar y producir. Los empresarios están verdaderamente agobiados por tantos y tantos gravámenes que asfixian a sus empresas y no las dejan crecer ni ser competitivas. Por eso lo atractivo que resulta el mensaje de López Obrador para muchos hombres de empresa, no sólo magnates, sino también medianos y pequeños empresarios. Desde luego una cosa es lo que los políticos prometen y otra muy diferente lo que luego cumplen, pero a lo mejor eso de hablar de menos impuestos llevará a AMLO al puesto... El menudo -llamado también pancita- es un efectivo reconstituyente. Sobre todo el día que sigue a la noche anterior ese sabroso condumio mexicano restaura el perdido vigor y da nuevas energías. Don Languidio, senescente caballero, estaba disfrutando una mañana de un rico y humeante plato de menudo cuando un infortunado movimiento de su mano hizo que el plato se le cayera en el regazo. Lanzó un ay de dolor el lacerado, pues el sitio donde el ardiente caldo le cayó es muy sensible parte. Su esposa, lejos de consternarse por lo sucedido, se alegró. "¡Albricias, viejo! -exclamó llena de regocijo-. ¡Qué bueno que el plato te cayó ahí! ¡He oído decir que el menudo levanta muertos!"... Babalucas tenía amistad con el farmacéutico o boticario de su pueblo. Un día iba pasando frente a la farmacia, y el hombre lo llamó. "Amigo mío -le dijo-, debo ir a mi casa a la carrera, y no puedo dejar sola la botica. ¿Me harías el favor de quedarte un momento en mi lugar? No tardaré". Babalucas, inquieto, respondió: "No sé nada de cosas de farmacia". "Eso no importa -respondió el droguista-. Es difícil que a esta hora caiga un cliente. Además, si alguien llega y te pide algún medicamento, en cada caja están las instrucciones respectivas". Accedió, pues, Babalucas a quedarse un rato a cargo del establecimiento, pero le hizo el encargo al boticario de que no demorara su regreso. En efecto, el farmacéutico no tardó mucho en regresar. Le preguntó a Babalucas si todo había ido bien. "Vino un señor -respondió él- y me dijo que traía muy lastimadas las asentaderas, muy rozadas por efecto de haber cabalgado durante largas horas". "¿Y qué hiciste? -preguntó el de la farmacia. Repuso el badulaque: "Yo mismo le administré 100 gramos de los polvos de esta caja". La mira el boticario y clama con espanto: "¡Qué has hecho, desdichado! ¡Estos polvos son veneno para hormigas!". "¡Ah caray! -se preocupa Babalucas-. Es que vi que en la caja decía: 'Espolvoréense alrededor del agujero'"... FIN.