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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Con el mayor respeto debido a su alta investidura, yo me pregunto si a Diosito le dio Alzheimer. ¿Por qué entonces se ha olvidado de volverse lluvia, y no bendice con el don del agua a estas tierras del norte que se agrietan como labios sedientos? "Van meses y meses de dura sequía". Así comienzan unos doloridos versos de Otilio González, poeta de Saltillo. Desde hace 60 años, afirman los más viejos de los viejos, no se veía acá este secano tan inmisericorde. El primer vaticinio del duro tiempo que llegaba nos lo dieron las cabras. Ellas tienen la honda sabiduría que todas las hembras tienen, dueñas de la vida, y empezaron a negarse a recibir al chivo: no querían parir crías que iban a sufrir hambre por la escasez de hierba que presentían ya. Ahora en nuestros ranchos vivimos otra vez lo que vivió en el suyo don Teófilo Martínez, otro paisano mío. "Tengo -decía- un muchachillo en el estanque, espantando a las golondrinas para que no se acaben el agua". Y es que las golondrinas pasan rozando en su vuelo la superficie, y toman en el pico una gotita para calmar su sed. Ni esa gota quería don Teófilo que se perdiera. En Coahuila y Chihuahua, igual que en Nuevo León y Tamaulipas, los ganados están muriéndose en el campo, y la gente mira con hosquedad al cielo buscando en vano el asomo de una nube. Hombres, mujeres, niños, pasan hambre; a veces hacen sólo una comida al día. Los frijoles y las tortillas ya son para ellos lujo, por la subida de los precios. Quienes se duelen de las hambrunas de África no necesitan poner tan lejos su aflicción: el hambre está muy cerca de nosotros, y no tenemos ojos para verlo. Hay tiempos en que no hay tiempo de enseñar a los hombres a pescar: apenas queda para llevarles un pez que les evite morir de inanición. Es tiempo ahora de que los diversos niveles de gobierno se coordinen con eficacia y prontitud, y cambien los discursos salidos de las oficinas por acciones que lleguen ya a donde se necesitan con urgencia. Y más no digo, porque estoy muy encaboronado. Paso ahora a narrar un par de cuentecillos que dispongan el ánimo para hacer frente a las sequías del cielo, de la tierra y de todo lo demás... Le llegó a doña Anselma, señora campesina, la hora de dar a luz, y estaba sola en la casa, sin otra compañía que la de su hijo de 5 años. Le ordenó que fuera a la carrera al pueblo a traer al médico. Cuando llegaron de regreso se había hecho de noche, y no había luz eléctrica en la casa. El doctor tuvo que pedirle al chamaquito que sostuviera la lámpara de gas mientras él auxiliaba a la señora. Nació la criatura, y el médico le dio la fuerte palmada consabida. "Dele otra, doctor -le dijo el niño-, para que aprenda a ya no meterse ahí"... La novia quería casarse por la noche; por la mañana el novio. Razonaba él: "De ese modo, si no funciona nuestra relación no habremos echado a perder todo el día". Finalmente se casaron a la hora que ella dijo: ya se sabe que el hombre se resigna al matrimonio con tal de tener sexo, y la mujer se resigna al sexo con tal de tener matrimonio. La noche de las bodas ella se despojó del breve atavío que cubría sus formas y puso a la vista de su arrobado maridito la espléndida visión de su cuerpo hecho de marfil y rosas. Extático, dijo él: "¡Voy a impresionarte una placa con mi tomavistas!". (Nota: El muchacho pertenecía a la Guardia de Honor de San Exuperino, y usaba un lenguaje más bien conservador. Lo que quería decir es que iba a tomarle a la novia una foto con su cámara). Ella le preguntó: "¿Para qué?". Respondió él en amoroso arrebato: "¡Para guardar por siempre la memoria de tu inefable belleza corporal, que la del espíritu, a más de no poderse fijar en papel emulsionado, por el momento no me interesa nada!". Tomó él la foto, y seguidamente se despojó a su vez de sus ropas. Ella manifestó: "También yo voy a tomarte una fotografía". Preguntó él, halagado: "¿Para qué?". Respondió ella: "Para ver si la puedo amplificar". (Nota 2: Lo que tenía el desposado era apenas tamaño credencial)... FIN.

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