La esposa de don Languidio le regaló una cama de agua. Le dijo: "A ver si así sube la marea"... Suspiraba un señor: "De soltero siempre traía yo la cartera llena y la entrepierna vacía. Me casé, y ahora la cosa es al revés"... En cuestión de arte hay que tener cuidado con los nombres, para no incurrir en confusión de género. George Sand, Fernán Caballero y Gene Tierney son mujeres; Dana Andrews, Carmen Cavallaro y La Bruyère son hombres. Este último señor fue escritor y moralista (se puede ser las dos cosas a la vez). Escribió un libro que ya nadie lee. Tal es el destino de todos los libros que sobre moral se escriben. Largo título tiene esa obra: Les caractèreres de Théophraste, traduits du grec, avec les caractères ou les moeurs de ce siècle. Este año ni el libro ni su autor cumplen algún aniversario significativo, y eso me hace mencionarlos. Yo leí "Los caracteres" por la única razón de que la fatigosa obra estaba en la biblioteca de mi señor abuelo don Mariano, y siendo muchacho me propuse leer todo lo que en esa librería se encontraba. Por la misma causa leí la biografía de San Ignacio de Loyola, de Ribadeneira, y "Flor de fango", de don José María Vargas Vila. Heteróclitas fueron mis lecturas, ya se ve, y eso hace que mi escritura sea heteróclita. ("Heteróclito" quiere decir "irregular, extraño y fuera de orden"). A lo que voy es a recordar una frase que subrayé en aquel libro. Dice La Bruyère: "La entrega sin condiciones a un partido degrada al más elevado de los hombres al ínfimo nivel de las masas". ¡Cuánta sabiduría hay en esas palabras, por más que las diga un moralista! En México los políticos se entregan, si no en cuerpo y alma, porque en cosas de la política no anda el alma, sí en un cien por ciento a su partido, y su entrega incondicional dura hasta que cambian de partido. Renuncian así a su individualidad, a su manera propia de ver las cosas del mundo y de la vida. En eso consiste la esencia de la persona, vale decir la personalidad. Ya estamos viendo cómo en las actuales campañas políticas, disfrazadas de precampañas por obra y desgracia de una legislación electoral llena de absurdos, están surgiendo todas las malas artes de la politiquería. Los espionajes del PAN y la politización que el gobierno panista hace de la procuración de justicia, por un lado; el avión con los 25 millones en efectivo del PRI por el otro, son sólo botón de muestra que anuncia lo que veremos en mayor medida cuando se formalice la contienda. Sólo las huestes de López Obrador han logrado hasta ahora mantenerse a salvo de imputaciones, y miran relamiéndose de gusto cómo las burguesías panistas se atacan entre ellas y atacan a sus iguales, las burguesías priistas. Con eso pavimentan el camino que eventualmente puede llevar a la victoria de quien ha llamado "espurio" al presidente actual. Que eso no nos extrañe: yo tengo para mí que Calderón preferiría cederle la banda presidencial a López Obrador antes que entregarla a Peña Nieto. Así es la política. Y así es Calderón... Un tipo llegó a un bar que contaba entre sus atractivos una mesa de billar. El tipo llevaba consigo a un chango o mono. Tan pronto se vio sobre la barra el mico empezó a comerse todo lo que estaba a su alcance: los cacahuates, las aceitunas, todo. Luego, ante el asombro de los circunstantes, se tragó una bola de billar. El dueño del voraz animalejo le dijo al cantinero: "Perdona, amigo, pero no puedo evitar eso. El desgraciado mono se come todo lo que ve". Pasó cierto tiempo, y un buen día el sujeto volvió al bar con su chango. Cuando se vio libre el mico tomó un cacahuate, se lo llevó a la parte posterior y luego lo comió. Tomó una aceituna, se la llevó igualmente al trasero y luego la devoró. El cantinero le dice con disgusto al individuo: "Mire usted lo que está haciendo su animal. ¡Es muy desagradable!". "Ya lo sé -suspira el tipo-. Pero ¿recuerdas que se tragó aquella bola de billar? Ahora, antes de comer cualquier cosa, primero se la mide"... FIN.
