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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"¡Qué potente eres, Corneliano! -le dijo la mujer a su marido en tono admirativo-. ¡Hace cinco años te hiciste la vasectomía, y aun así ahora estoy embarazada!"... El médico llamó por teléfono a Capronio, sujeto ruin y desconsiderado. Le informó: "Su señora suegra se halla en estado de coma". Replicó el desgraciado: "Avíseme cuando llegue al estado de punto final"... El Lobo Feroz le dijo con un rugido a la Caperucita Roja: "¡Te voy a comer!". "¡Comer, comer! -se impacientó ella-. ¿No puedes pensar en otra cosa aparte de comer?"... Una señora del medio rural murió al traer al mundo a su hijo número 21. Le fueron a dar cristiana sepultura en la misma tumba donde yacía su madre. Al despedirla dijo el cura de la aldea: "Gracias te damos, Señor, porque al fin están juntas". Uno de los dolientes se inclinó hacia su vecino y le preguntó en voz baja: "¿Se refiere a ella y a su mamá?". "No lo creo -contestó el otro-. Pienso que más bien habla de sus piernas"... Ya nadie lee a Giovanni Papini. Es de esos autores que todo el mundo se sintió obligado a leer, y luego todo el mundo se sintió obligado a no leer. Yo lo leí en tiempos de la adolescencia, igual que a Hesse y a Camus. Recuerdo vagamente uno de sus relatos, cuyo protagonista es un sujeto que asesinó a un obispo. Antes de darle muerte razonó con él. "Cristo Nuestro Señor -le dijo- sufrió infinitamente por nuestros pecados. La única manera de corresponder a su inmenso sacrificio es sufrir como él: infinitamente. Y no hay otro sufrimiento infinito que el del infierno. Para pagar el precio de la redención, entonces, hay que condenarse. Y una buena manera de ir al infierno es matar a un obispo". Así diciendo, el hombre procedió a sacar su boleto a la eternal condenación sacando de este mundo, con su revólver, al espantado dignatario. El cuento de Papini tiene un título irónico: "El perfecto cristiano". En él aprendí que la búsqueda de la perfección puede ser peligrosa, motivo por el cual he dedicado muchas horas de mi vida a buscar con afán la imperfección. Se comenta ahora en España la inhabilitación por 11 años -o sea el acabamiento de la carrera judicial- de Baltasar Garzón, controvertido juez. Sus colegas del Supremo Tribunal lo encontraron culpable de haber incurrido en prácticas no apegadas a derecho para sacar adelante sus sentencias. Vale decir que recurrió a ilegalidades para consagrar la legalidad. Para hacer cumplir la ley se puso él mismo fuera de la ley. Nada puede justificar su proceder. Garzón quiso ser el perfecto juez, y al hacerlo se convirtió él mismo en sujeto de juicio. Su culpa, quiero pensar, fue de soberbia: en tal medida se sintió dueño de la ley que ni siquiera se dio cuenta de que estaba pasando por encima de ella. Un hombre de leyes no puede apartarse de la ley ni aun para hacer que se cumpla. Tampoco la consagración de la justicia puede condonar la violación de la legalidad, única garantía de seguridad en la convivencia social. Podrá inconformarse el juez Garzón contra la draconiana sentencia que termina con la que ha sido la razón -y el adorno- de su vida: el castigo de las injusticias, pero lo cierto es que a este hombre le encuentro parecido con aquel perfecto cristiano que por buscar el absoluto bien terminó actuando mal... ¡Insensato columnista! Ahora sí que no entendí tu perorata. Ni creo que la habría entendido el mismísimo Aristóteles si hubiera resucitado sólo para eso. Ya se ve que el razonamiento lógico no constituye tu mejor habilidad. Lo tuyo, en el mejor de los casos, es relatar inanes chascarrillos. Narra uno final, y haz mutis luego... Pinocho, el muñeco de madera, le dijo a Geppetto, su papá: "Me salieron unas astillas en la entrepierna". Le sugirió el carpintero: "Frótatela con un papel de lija". Al día siguiente Pinocho le informó a su padre que ya se le habían quitado las astillas. "Qué bueno -sonrió el anciano-. Ahora sí puedes ir con una muchacha". "¿Muchacha? -replicó Pinocho-. ¿Quién necesita una muchacha teniendo papel de lija?". (No le entendí). FIN.

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