"¡Mi parte de varón se está achicando!". Así le dijo, angustiado, un hombre al doctor Ken Hosanna, célebre facultativo. El médico lo interrogó, y supo que el individuo tomaba té jibárico. "Me explico su problema -le indicó-. Ese té contiene una alta dosis de jibarina, sustancia que tiene la propiedad de hacer que los objetos disminuyan de tamaño. Precisamente los indios jíbaros usan hojas de jibaria para reducir las cabezas de sus enemigos al tamaño de una pelota de tenis, y eso que nunca han visto jugar ese deporte. Deje usted de tomar el té jibárico. Con eso cesará el achicamiento de su atributo varonil". Luego de unas semanas el doctor Ken Hosanna se topó con el sujeto. Le preguntó si su parte genital ya no había reducido su tamaño. "El problema terminó, doctor -responde el tipo alegremente-. ¡Y ahora tengo a mi señora tomando seis tazas diarias de té jibárico!". (No le entendí). Ya no hay lagunas en México. Ese desolado pensamiento se me ocurrió al considerar que la Laguna de Mayrán, en la comarca lagunera de mi natal Coahuila, es ya sólo un recuerdo arenoso en la memoria de los viejos, y que hace un tiempo atravesé de lado a lado, en mi automóvil, el seco vaso de Cuitzeo, en Michoacán. Me equivocaba, sin embargo al pensar eso. Lo cierto es que en México hay muchas y muy grandes lagunas. Lo malo es que todas están en la legislación electoral. Con razón los partidos se quejan de las ambigüedades que hay en esa normatividad, cuyas deficiencias exponen a los candidatos a ser sancionados sin saber por qué. Las precisiones hechas por el IFE son bastante imprecisas. Por ejemplo, se permiten las reuniones privadas, pero no los actos públicos. ¿Cuál es el criterio para distinguir entre unas y otros? ¿El número de personas que asisten? ¿El sitio en que se celebran? Se admite que los candidatos hablen de los problemas del País, pero sin hacer proselitismo. ¿Acaso la mera presencia del candidato no es ya proselitismo? La verdad monda y lironda (sobre todo monda) es que la actual legislación electoral es un almodrote que por haberse hecho en atención a la coyuntura política del momento en que se perpetró devino en un enredijo que nadie es ahora capaz de destramar, una colección de inconsecuencias susceptibles de ser interpretadas en diferentes modos, y que por tanto pueden dar origen a impugnaciones mil e innúmeros conflictos. (Qué bien sonó eso de "impugnaciones mil e innúmeros conflictos". Voy a apuntar la frase para usarla en sucesivas ocasiones). Extraña que los tres partidos principales coincidan en algo. No sorprende que su coincidencia se dé en torno de las lagunas que la legislación electoral contiene, mayores en cifra y en tamaño a las que han desaparecido del mapa mexicano, el cual ahora tiene muchos puntos rojos y casi ya ninguno azul. (¡Bófonos!). Don Abdómeno pasó frente a un colegio. Le preguntó el bedel: "¿Espera niño?". "No -se amosca don Abdómeno-. Solamente estoy muy gordo". La doctora Oraldia Rrhea, especialista en temas de sexualidad, afirma que después de cierta edad el mejor anticonceptivo es la desnudez. Entró un vaquero en el saloon de Yuma. Sin decir palabra tundió a trompadas a los que ahí bebían su copa; destrozó a balazos el gran espejo, los candiles y los cuadros de monas encueradas que había en el local, y luego rompió a patadas todas las mesas y sillas del establecimiento. El tabernero tragó saliva y le preguntó de dónde venía. "De Donk City" -rugió el tipo. "Ahora lo comprendo todo -dijo el cantinero echando mano de una frase consagrada-. He oído que ahí los hombres son muy rudos". "Sí -masculla el otro-. A mí me corrieron por julandrón". (Vocablo es éste que no se usa. El diccionario de la Real lo aplica al hombre de modales delicados). Uglicio llegó beodo a su casa, y con rijos eróticos. Le dijo a su esposa: "¡Voy a hacerte la mujer más feliz del mundo!". Replicó ella: "Te voy a extrañar". FIN.
