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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Don Martiriano caminaba por un oscuro callejón cuando le salió al paso un asaltante. El maloso le dijo con tono de amenaza al tiempo que le mostraba una navaja de filoso acero: "¡El dinero o la vida!". Contestó don Martiriano, gemebundo: "¿Cuál dinero? ¿Cuál vida? ¡Soy casado!"... Muy distinta actitud la de Capronio, sujeto ruin y desconsiderado. Iba con su esposa, y también se toparon con un asaltador que les dijo igualmente la consabida frase: "¡El dinero o la vida!". Capronio se vuelve hacia su mujer y le dice: "Vete con el señor, mi vida". Por su parte Solicia Sinpitier, madura señorita soltera, se quejó ante el juez de barrio de que un vecino suyo le había robado varios besos en el elevador del edificio. Los tales besos, precisó, fueron de los llamados en inglés "french kisses", que a más de su ingrediente puramente labial llevan añadiduras linguales, salivales y chupativas, con lametones, mordeduras y fuertes frotamientos y fricciones. El juez ordenó la detención del salaz individuo. Cuando lo tuvo a la vista se sorprendió bastante: el ladrón de besos era muy bajo de estatura, petiso, menudo, retaco, canijo, gorgojo, menino o, como decimos en México, chaparro. El juzgador le preguntó a la señorita Sinpitier: "¿Cómo es que este pigmeo pudo robarle a usted los besos salivones, si él es casi un enano, y usted parece jugadora del deporte llamado baloncesto?". "Bueno, señor juez -contestó, ruborosa, la señorita Sinpitier-. La verdad es que me agaché un poquito". Un señor de madura edad le pedía a su pareja, después del trance pasional, que mantuviera en sus manos, sin soltarla, la parte que el señor había empleado en la erótica ocasión. Explicaba: "Es que una vez me quedé dormido, y la mujer con la que estuve me robó la cartera. Ahora sé dónde tiene las manos". Simpliciano, candoroso joven, le dijo tímidamente a Pirulina, muchacha con bastante ciencia de la vida: "Te voy a robar un beso". Responde ella: "¿Por qué te limitas a una copa de la llanta, pudiendo robarte todo el coche?"... El señor Cáquez, a más de ser cleptómano, sufría de sordera. Cierto día hurtó una bolsa de papas fritas en el supermercado, y se la puso bajo de la chaqueta. Al salir del súper el guardia de seguridad le dijo lleno de cortesía: "Buenas tardes". Respondió con enojo el señor Cáquez: "¿Cuáles papas? ¿Cuáles papas?". Existen también los ladrones de ganado. Son los llamados abigeos. Un individuo le preguntó a otro: "Oiga, compadre, ¿cómo se dice?: ¿abígeo o abigeo?". "No sé, compadre -replica el otro-. A mí me han llevado al bote con las dos pronunciaciones". (El bote, ya lo sabemos, es la cárcel). En Sonora, donde abunda el ganado de excelencia, abundan también los abigeos. Ahí la palabra "bichi", o "biche", quiere decir desnudo o encuerado. Lo primero que hace un abigeo al robarse una vaca es desollarla, a fin de que no se conozca su procedencia por el fierro o marca que en el animal pone su propietario. Tan hábiles son en ese menester que son capaces de quitarle el cuero a una res en las tinieblas de la más oscura noche. Es más: si la desuellan de día se cortan con el cuchillo de pelar, acostumbrados como están a trabajar al puro tacto. Sucede que la policía rural sorprendió a uno de esos ladrones de ganado cuando tenía ya una vaca en canal, o sea ya desollada, colgada de la rama de un árbol. "¿De quién es esa res?" -le preguntaron. "Mía" -respondió con ejemplar laconismo el abigeo. Demandaron los agentes: "¿Dónde está el cuero? Queremos ver el fierro de la vaca". Imperturbable respondió el ladrón: "Ésta nació bichita". Es decir encueradita, sin piel. He narrado este día puros cuentos de ladrones porque a nosotros nos han robado la tranquilidad, y ése no es robo menor. Con él han desaparecido la seguridad, el orden y la paz. Y sin embargo hay robos en que no desaparece nada. Llegó un hombre a su domicilio en horas de la madrugada. Su mujer lo recibió con la noticia de que había entrado un ladrón a la casa. "¿Y qué se llevó?" -preguntó con alarma el individuo. "Tanto como llevárselo no se lo llevó -replica la señora-. Pero en la penumbra de la recámara yo creí que eras tú". FIN.

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