EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Era el cumpleaños de doña Macalota. Entrada ya la noche don Chinguetas, su marido, llegó en estado incróspido a la casa con un grupo de sus amigos de parranda, y ante ellos le entregó el regalo que le había comprado. Era una vieja lámpara en forma de la de Aladino, mellada y herrumbrosa, que había hallado en una pulga de barrio. Al ver el singular obsequio doña Macalota se puso hecha un obelisco. (Nota de la redacción: seguramente nuestro amable colaborador quiso decir “basilisco”). “¿Qué clase de regalo es éste? -bramó en paroxismo de furor-. ¡Imbécil! ¡Yo esperaba algún perfume fino, una bolsa de marca, alguna elegante prenda de vestir! ¿Y me sales, cabrísimo grandón, con una chinchurrienta lamparilla? ¿Qué uso le voy a dar, estúpido? ¡Y a más de eso añades la burla a la injuria entregándome esta lámpara ridícula en la ingrata presencia de tus amigotes! ¡Eres un idiota, un cretino, un asno, una bestia, un mentecato, un majadero, un animal!”.Al oír eso don Chinguetas se vuelve hacia sus amigos y les dice con triunfal acento: “¿Lo ven, amigos míos? ¡Y ustedes que no me lo querían creer! ¡Les dije que le iba a salir el genio!”... “Nemo propheta acceptus est in patria sua”. Nadie es profeta en su tierra. Ese sapientísimo aforismo se encuentra en Lucas, IV, 24. Lo mismo, con otras palabras, dijo un anónimo versificador del medioevo: “In patria natus / non est propheta vocatus”. Conozco sobradamente los riesgos que hay en eso de las profecías. La verdad llana es que cuando se trata de leer el futuro todos somos analfabetos absolutos. Por desgracia quien esto escribe ha tenido de luengo tiempo atrás la manía de profetizar.Y ya lo dijo Milton en su leidísimo “Paraíso recobrado”: “The twig is bend, the tree is inclined”.Vara doblada, árbol inclinado. Eso significa que las costumbres adquiridas en la juventud nos acompañan en la mayor edad. Hago, entonces, una nueva profecía: en la próxima elección muchos ciudadanos no votarán por siglas o colores: votarán por personas. Y no buscarán la alternancia de partidos: buscarán la alternancia de género. Al tiempo. Apesar de sus muchos años don Salacio conservaba ciertos rijos de la juventud. Lo atraía sobremanera una vecina suya, la señorita Chicholina, joven mujer de ubérrimos atributos pectorales. Un día se la topó y le dijo: “Tengo una fantasía, señorita. Me imagino acariciando su opulento busto, y llenando de besos pasionales sus dos ebúrneos hemisferios. Sime permite usted cumplir ese anhelado sueño le obsequiaré 500 pesos”. Ella se indignó: “¡Viejo cochino!” -le dijo con enojo. “Puedo darle mil” -aumentó su oferta don Salacio sin darse por enterado del insulto. “¡Es usted un grosero!” -volvió a decir, indignada, la mujer. “¿Y por 2 mil pesos?” -aventuró el lúbrico señor. “No me esté molestando” -dijo, incómoda, ella. “¿Aceptaría 3 mil?” -ofreció don Salacio. “Qué atrevido es usted, vecino -suavizó su voz la joven-. No le conocía estas costumbres”. “4 mil pesos, entonces” -elevó su ofrecimiento don Salacio. “Le ruego que ya no siga, vecinito -sonrió entonces tímidamente la muchacha-.Mi situación económica no es fácil; usted no me cae mal, y un ofrecimiento así...”. “Abreviemos -declaró, terminante, don Salacio-. Le doy 5 mil pesos si me deja cumplir mi fantasía”. “Está bien -aceptó ella-. Pero sepa que lo hago solamente para que no vaya usted a decir después que soy mala vecina”. Así diciendo la señorita Chicholina puso al descubierto sus dos turgentes atributos pectorales. Don Salacio, extático, empezó a palparlos con ansiedad al tiempo que decía: “¡Dios mío! ¡Dios mío!”. Luego se aplicó a besarlos cumplidamente sin dejar de decir: “¡Dios mío! ¡Dios mío!”. En seguida procedió a libar la dulcísima miel de aquellas tibias copas marfilinas (esta última frase la saqué de una novela del Caballero Audaz). Al hacerlo no dejaba de decir: “¡Dios mío! ¡Dios mío!”. La señorita Chicholina, intrigada y halagada al mismo tiempo, le preguntó: “¿Por qué repite usted eso de: ‘¡Dios mío! ¡Dios mío!’?”. Sin dejar sus ardientes toqueteos y golosos lametones prosiguió don Salacio: “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿De dónde voy a sacar 5 mil pesos?”... FIN.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 711213

elsiglo.mx