Confuso y apenado, el joven galán le dijo a la chica con quien bailaba: "Señorita: ahora que estoy bailando con usted siento que se me está saliendo el corazón". Replica la muchacha: "No sabía que tuviera usted el corazón tan abajo". (No le entendí)... Le dice un tipo a otro: "Cuando llegué de México a los Estados Unidos lo único que traía era mi mochila. Mírame ahora: tengo una casa de 10 millones de dólares, un rancho de 5 millones de dólares, un yate de 3 millones de dólares, y una colección de automóviles que vale 2 millones de dólares". Le pregunta con admiración el otro: "Y ¿qué traías en la mochila?". Responde el primero: "20 millones de dólares"... "¡Qué rica comida, mi amor! -le dijo el recién casado a su flamante mujercita-. ¿La compraste tú misma?"... Uno de los pesares que me pesan más es no poder contestar los mensajes que mis cuatro lectores hacen llegar a mi correo electrónico. Tantos son -por ellos doy las gracias- que ni siquiera un día de cien horas me bastaría para responderlos. Me disculpo, entonces, y pido la generosa comprensión de quienes me leen y me escriben. Un mensaje recibí el otro día, por ejemplo, en el cual una amable lectora me dice que los cuentos que en esta columnejilla pongo son a veces demasiado subidos de color. Y me amonesta con severidad: "Debería usted aprender a su vecino de página, el señor Fuentes Aguirre, que escribe la columna 'Mirador'. ¡Qué hombre tan espiritual, tan delicado!". Yo quiero mucho, en efecto, a ese colega mío. Si llegara a faltar no sé qué haría. El otro día, por ejemplo, escribió algo que voy a transcribir aquí, para lo cual cuento ya con su autorización. Se trata de una de sus "Historias de la creación del mundo". He aquí ese texto: "El Señor hizo a la golondrina. Y dijo: 'Después haré a los poetas'. El Señor hizo al erizo. Y dijo: 'Después haré a los críticos'. El Señor hizo al pavo real. Y dijo: 'Después haré a los actores'. El Señor hizo al zorro, al camaleón y a la serpiente. Y dijo: 'Después haré a los políticos'"...¡Cuán acertado anduvo mi compañero de página -y de vida- al escribir ese cuento, al mismo tiempo breve y expresivo! En efecto, en todas partes los políticos gozan de mala fama, pero en México, y en estos tiempos, más. En nuestro país los ciudadanos resienten el alto costo que los partidos tienen para la nación, y los abusos de toda suerte en que incurren los políticos; sus manipuleos, tejemanejes, turbios negocios y negociaciones turbias, veleidades y demás cosas reprobables. No diré que todos los políticos son dignos de reproche: seguro estoy de que hay en el país quienes ejercen su vocación de poder con decoro y rectitud (entiendo que son dos). Pero constituyen la excepción a una regla que tiene muy pocas excepciones. Y sin embargo la política es la oportunidad mayor que tiene un hombre -o una mujer- de hacer el mayor bien al mayor número de personas. ¿Cómo podremos tener mejores políticos? ¡Siendo nosotros mejores ciudadanos! Y eso sólo se conseguirá elevando la calidad de la educación que en México se imparte. La mejoría educativa en el país se dará, según los cálculos más optimistas, a mediados del siglo 22. Deberemos entonces esperar un rato antes de tener mejores políticos... Desoladora conclusión es esa, columnista. Narra ahora un chascarrillo final que atempere tu leopardiano pesimismo... Meñico Maldotado, infeliz joven con quien se mostró avara mamá naturaleza, sufría mucho por la corta medida de su atributo varonil. Cierto día vio un anuncio que lo llenó de gozo. En él se hacía propaganda a un aparato que agrandaba el pene. "Úselo usted en la correspondiente parte -decía la publicidad- y de inmediato verá cómo su miembro se agranda". No dudó Maldotado en adquirir el artilugio, y de inmediato remitió la cantidad -fuerte, por cierto- que la empresa distribuidora del aparato tal pedía para enviarlo. A vuelta de correo, en efecto, recibió el aparato para agrandar el pene. Era una lupa... FIN.
