John Calvin Coolidge, presidente de los Estados Unidos de 1923 a 1929, tenía fama de callado, tanto que lo apodaron "Silent Cal". Se cuenta que en cierta ocasión Dorothy Parker, mujer famosa por su ingenio corrosivo, le dijo al quedar junto a él en una cena: "Mister Coolidge: aposté con mis amigos a que lo haría decir más de dos palabras". Le respondió él: "Perdió". Años después la Parker se vengaría. Cuando alguien le informó que Coolidge había muerto, ella preguntó: "¿Cómo saben?". El taciturno mandatario tenía una frase: "Jamás me ha hecho daño la palabra que no dije". En efecto, las palabras dichas ya no se pueden recoger. Opinaba el queridísimo Chaparro Tijerina: "Un pendejo callado es oro molido". Tenía razón: el silencio es la inteligencia de los tontos. Nuestros políticos pierden con frecuencia valiosas ocasiones de mantener la boca cerrada. Hasta el sexenio de Díaz Ordaz los presidentes mexicanos administraban muy bien sus palabras, pues conocían de sobra el peso que tenían. Don Gustavo asistió en mi ciudad, Saltillo, a la celebración del centenario del glorioso Ateneo Fuente, el primero de noviembre de 1967. En esa ocasión pronunció un discurso memorable. Lo comenzó diciendo que el Presidente de la República no debía exponerse a los riesgos de la improvisación, pero que la emoción del momento lo movía a decir algunas palabras. Las que en seguida dijo quedaron en el recuerdo de los ateneístas como uno de los mejores homenajes que se han rendido al prestigiosísimo colegio. Después hemos visto cómo algunos presidentes han echado por la borda esa circunspección. En el sexenio de Fox hubo una dependencia que casi llegó a alcanzar el nivel de secretaría de Estado, encargada exclusivamente de negar que el Presidente había dicho lo que había dicho. Las únicas palabras de don Vicente que esa oficina no desautorizaba eran: "Buenos días" y "Buenas tardes". Vienen a cuento estas consideraciones por las palabras que dijo Calderón al declarar que Josefina Vázquez Mota se encuentra ya a sólo 4 puntos de distancia de Enrique Peña Nieto. Si antes el Presidente no ayudó a Josefina, tampoco ahora la ayuda con intervenciones tan oficiosas e inoportunas como la que digo, otra de las ocasiones en que Calderón ha actuado más como presidente del PAN que como Presidente de México. Mayor prudencia deberá mostrar don Felipe si no quiere exponerse a una reconvención por parte de la reconvenida autoridad electoral. Una señora le dijo a su marido: "Tengo un mes de atraso". En ese preciso instante sonó el teléfono, y ella misma contestó. Quien llamaba era el empleado de la compañía de luz encargado de cobrar los recibos pendientes de pago. "Señora -le dijo-: tiene usted un mes de atraso". "¡Mano Poderosa! -exclamó ella, que era socia de esa sagrada cofradía-. ¿Cómo lo supo usted?". "Es mi trabajo -repuso el individuo-. Llevo un registro de cada atraso que se va presentando". Se vuelve la mujer hacia su esposo y le dice, asustada: "Es un hombre que dice que ya supo lo que te acabo de decir: que tengo un mes de atraso". El marido toma el teléfono y manifiesta con tono desafiante: "Sí: mi esposa tiene un mes de atraso. ¿Y qué?". Replica el de la compañía de luz: "Que tiene usted que venir a pagar". "¡Uta! -profirió el señor, que no era socio de ninguna cofradía-. No sabía que se cobraba por un atraso de un mes. Y ¿qué sucede si no pago?". Responde el encargado: "Iremos a cortársela". "¡Uta! -volvió a decir el hombre. (Su catálogo de interjecciones era bastante limitado)-. Y a mí ¿por qué?". "Es lo que se hace en estos casos -contestó el otro-. O paga o se la cortamos". "¡Uta! -repitió el tipo con perseverancia digna de mejor causa-. Si me la corta ¿qué haremos?". "No sé -dijo el empleado-. Supongo que tendrán que usar una vela". "¡Uta! -exclamó el señor-. ¡En ese caso ahora mismo voy a pagarles!". FIN.