"El Siglo de Torreón", mi casa de trabajo en La Laguna, cumple hoy 90 años de existencia. Fue uno de los primeros periódicos que acogió mi labor de columnista. Cuando mis artículos empezaron a salir en "El Siglo" no lo podía yo creer. Y menos lo podían creer quienes me conocían. Era una catedral ese periódico, y lo sigue siendo. Oficiaba en él un alto y noble señor del periodismo, don Antonio de Juambelz y Bracho. Si hubiese yo aprovechado las lecciones que me dio, otro sería mi destino. Habré de recordar siempre a don Antonio con afecto y gratitud, lo mismo que al licenciado Irazoqui por su gentileza y caballerosidad. Envío mi abrazo cordial a toda la familia, y a quienes hacen el periódico. "El Siglo de Torreón", ese joven nonagenario, ha sido siempre la voz de la comunidad lagunera. Es un honor y un privilegio estar en sus páginas. Que cumpla un siglo "El Siglo", y que yo lo vea...
Todos los hombres son mortales. Sócrates es hombre. Por lo tanto Sócrates piensa que él no es mortal. Pero morir -lo dijo Borges- es una costumbre que sabe tener la gente. Incluso Henry Ford murió, con ser quien era. Llegó al Cielo, y el Señor lo recibió. Le dijo al recién llegado: "Entiendo que eres el inventor del automóvil". "Sort of -respondió, orgulloso, Ford-. Algo así". "Nos has mandado mucha gente -comentó el Señor-. Aunque, a decir verdad, a la competencia le has enviado mucha más. Puedes entrar al Cielo, por lo tanto, pero sin automóvil: aquí tampoco tenemos ya estacionamiento". "Gracias, Señor -dijo el norteamericano-. Y perdona que aproveche la oportunidad, pero deseo hacerte una pregunta". "Adelante -autorizó el Señor-. Generalmente los hombres no me hacen preguntas. Creen tener todas las respuestas". "Dime, Señor -preguntó Ford-: ¿tú inventaste a la mujer?". "Sort of -contestó Dios-. Algo así". "Quiero saber entonces -pidió Ford- por qué la hiciste como la hiciste.". "No te entiendo - receló el Señor-. ¿Tienes alguna crítica sobre mi invento?". "Muchas -respondió con suficiencia el inventor del automóvil-. En primer lugar, el diseño de la mujer no me parece muy acertado. Tiene demasiado saliente la parte de adelante, y demasiado saliente también la de atrás. Mi automóvil es más equilibrado y armonioso". "Supongamos -concedió el Señor-. Pero tus automóviles no tienen hijos. La mujer, en cambio, sí. Su diseño está calculado en función de eso. Los hombres creen que la mujer es una obra perfecta de belleza. En verdad es una perfecta obra de ingeniería". "Otra cosa -siguió Ford-. Mi invento funciona siempre con regularidad. El tuyo, en cambio, tiene algunos días que... ¡ay Dios!". "¡Ay Yo!, sí -reconoció el Señor-. Pero también eso se explica en función de la maternidad". "¿Y qué me dices del color? -prosiguió, obstinado, Ford-. Tu invento viene sólo en muy pocos colores: amarillo, blanco, café, negro y rojo, a lo mucho. El mío, en cambio, puede pintarse con todo el espectro de nuestro colega Newton, y admite variadas combinaciones, como azul con azulito, por ejemplo". "Pocos colores son los míos -admitió el Señor-, y aun esos pocos son fuente de problemas. Pero debo decirte que en más de una cuestión el color es lo de menos". "En síntesis, Señor -concluyó Ford-, comparando mi invento -el automóvil- con el tuyo -la mujer-, tendrás que aceptar que el mío presenta las ventajas que ya he dicho, además de resultar considerablemente más económico y de ser -sobre todo en los actuales tiempos- mucho más manejable. No quiero faltarte al respeto, Señor, pero pienso que de inventor a inventor no es mucha la ventaja que me llevas". A estas alturas el buen Dios estaba ya francamente disgustado. "Podrás presumir todo lo que quieras -le dijo con enojo a Henry Ford-; podrás alabar sin medida tu invención, y ponerle toda suerte de tachas a la mía. Pero una cosa te voy a decir: ¡mucha más gente se ha subido a mi invento que al tuyo!"... FIN.
