"Estoy perdiendo interés en el sexo". Eso le dijo un hombre a su mejor amigo. El tal amigo, que se jactaba de ser conocedor del tema, le indicó: "La rutina es el mayor enemigo del amor, si se exceptúan los problemas económicos y el temor al embarazo. Mi consejo es que tengas una aventura extramatrimonial. Eso reviviría en ti los olvidados ímpetus sensuales". "No puedo hacer tal cosa -rechazó el señor-. Al pie del ara le juré a mi esposa que le sería fiel. Cumpliré ese sagrado juramento hasta que muera, o hasta que encuentre a una mujer que valga la pena de faltar al voto, lo que suceda primero". "Alabo sin reservas tu lealtad -lo felicitó el amigo-, pero ¡qué carajos! vivimos en el siglo veintiuno. Platica con tu esposa. Estoy seguro de que ella entenderá tu situación y te dará permiso de echar una canita al aire". Así instruido el señor se decidió a tratarle el asunto a su mujer. Le dijo: "Mi amor: últimamente siento que he perdido interés en el sexo". Acotó ella: "Últimamente es desde hace unos 15 años ¿no?". El hombre se amoscó. "No llevo la cronología exacta -declaró molesto-. Pero he pensado que si tengo una aventura extramatrimonial eso me ayudaría a recuperar el ya perdido impulso pasional, lo cual redundaría en beneficio para nuestra relación". "No pienses eso -replicó la señora-. Yo he tenido una docena de aventuras extramatrimoniales, y créeme que no ha servido de nada". Escribo esta columnejilla los 365 días del año. Hay una sola excepción a esa perseverante asiduidad digna -lo admito- de mejor causa: cuando es año bisiesto. Entonces la escribo los 366 días del año. Hoy es 29 de febrero, el día excepcional. Y sucede que precisamente en esta fecha me topo con doña Tebaida Tridua, celosa vigilante de la decencia pública. Hacía mucho tiempo que no tenía yo dimes y diretes con la ilustre Presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías. Los escrúpulos de la señora, sin embargo, son tan nimios que nunca usa la palabra "vaselina" por considerar que tiene "oscuras connotaciones sexuales". ( "Y no se equivoca" -la apoya con firmeza doña Frigidia, otro de los personajes que habitan este espacio. Explica: "Yo uso la vaselina para propósitos sexuales. Unto con ella la perilla de la puerta de mi alcoba, para que mi marido no la pueda abrir cuando llega a molestarme por las noches"). Leyó doña Tebaida el cuentecillo que ahora sigue y de inmediato lo declaró "vitando". Le puso cinco pores (XXXXX), categoría que corresponde a los relatos impublicables, y pidió la inmediata intervención de la censura. Pero ¿quién puede poner estorbos a la libertad? Sí, ya sé: el Instituto Federal Electoral. Sin embargo no tiene competencia en asuntos literarios (al menos todavía, quién sabe con la siguiente reforma que hagan los partidos). He meditado en eso ahora que estamos en "intercampaña", etapa misteriosa que debe dedicarse, según declaración de uno de los consejeros del IFE, a la meditación. En estos días se puede hablar, pero no se puede hablar; se puede debatir, pero no se puede debatir; se puede opinar, pero no se puede opinar. Curioso limbo político es este singular período de cuarentena en que los personajes de la vida nacional caminan como sobre un suelo untado con vaselina. Lo cual me hace volver a doña Tebaida Tridua. Reprobó ella con acrimonia aspérrima el chascarrillo que ahora sigue. Hago eso del conocimiento de mis cuatro lectores, por si alguno de ellos tiene también tiquismiquis de moralina ultramontana. En ese caso no lea lo que sigue, y sáltese hasta donde dice FIN. El vecino de don Feblicio se sorprendió al ver que una mañana fría el senescente caballero andaba en el jardín sin pantalón ni calzoncillo, cubierto únicamente con camisa y camiseta. "Perdone la indiscreción, vecino -le preguntó asombrado-. ¿Por qué anda usted así?". Contestó don Feblicio: "Hace una semana salí al jardín a esta misma hora, sin camiseta ni camisa, y el cuello se me puso tieso. Esto es idea de mi esposa". (No le entendí). FIN.