"Soy prostituta". El contador oyó eso que le dijo la mujer y se quedó de a ocho. (Sabía él que se debe decir: "Se quedó de a seis", pero en su calidad de profesional de la contabilidad calculaba la inflación, y se quedaba de a ocho). "Señora -le indicó-, no puedo poner en su declaración de impuestos que es usted prostituta. El Ministerio de Hacienda no reconoce tal giro". "Entonces -sugirió ella- ponga que soy sexoservidora". "Elegante eufemismo ése -reconoció el contable-, y muy acorde con los tiempos de feminismo que vivimos, pero me temo que tampoco me es posible usar esa palabra para justificar sus percepciones". "En ese caso -aventuró la dama- ¿qué le parece si ponemos que manejo un club privado?". "Eso ya suena mejor -ponderó el profesionista-. Pero ¿cómo podré justificar que es usted dueña de un club privado?". "Bueno -razona la voluptuosa clienta-. Sólo el año pasado recibí más de mil miembros". ("No entendí el cuento -me escribe el señor Calvínez, portaestandarte de la Liga de la Decencia-. Y me temo que ni en todo el ejercicio fiscal llegaría yo a captar el oculto sentido de ese chascarrillo que, aun sin entenderlo, o por eso mismo, declaro subido de color")... Nada bueno augura para Josefina Vázquez Mota la entente o negociación habida entre Felipe Calderón y Pedro Joaquín Coldwell. El presidente dirá que no abdicó de la dignidad de su cargo al haber entablado por sí mismo, y no por internuncio -el secretario de Gobernación, el dirigente del PAN-, el diálogo que condujo a ese acuerdo. Después de todo, alegará, su contraparte es presidente también; de un partido, es cierto, pero presidente al fin y al cabo. Nosotros debemos preguntarnos si don Felipe ofreció algo a cambio de que el PRI no denunciara ante la autoridad electoral el desliz en que incurrió al presentar la sospechosa encuesta según la cual la candidata panista está solamente unos cuantos puntos abajo de Enrique Peña Nieto. Siempre los acuerdos políticos son de do ut des: te doy para que me des. Algún ofrecimiento de contraprestación deben haber recibido los priistas a cambio de dejar en paz -al menos por el momento- a don Felipe. Pensar tal cosa no es aventurado, y tampoco lo es dejar que el pensamiento vaya aún más lejos. Por una parte el presidente no ve con buenos ojos a doña Josefina. Por la otra, procurará librarse a toda costa de cualquier persecución judicial que ahora o en el futuro pudiera lesionarlo. Josefina Vázquez Mota no fue la precandidata de Felipe Calderón. ¿Acaso ahora no será su candidata? Y otra pregunta: ¿cuál es la capital de Dakota del Sur?... Aviso importante: el próximo sábado aparecerá en esta columneja "El Chiste más Breve y más Pelado de Todos los que no he Entendido". ¡De nueve palabras solamente consta ese execrable chascarrillo, que a su parvedad añade una alta dosis de sicalipsis! Gracián postuló que lo bueno, si breve, es dos veces bueno. En este caso lo malo, por breve, es mil veces malo. En pocas ocasiones tan escasas palabras han contenido tamaña bigardía. Lo que de corto tiene el dicho cuento lo tiene de rojez. ¡No se lo pierdan!... Una mujer abordó en cierto bar a un individuo, y le propuso beber juntos una copa. Respondió el hombre: "Bebedor, lo que se llama bebedor, no soy. Pero en fin: bebamos una copa". Seguidamente la mujer le pidió al tipo que la sacara a bailar, pues en ese momento el conjunto musical tocaba "Mirando una estrella", y no era cosa de desperdiciar una pieza tan romántica y evocadora. Replicó el sujeto: "Un Fred Astaire, lo que se llama un Fred Astaire, no soy. Pero en fin: vamos a bailar". Por último la sospechosa dama le propuso a su acompañante que fueran al Motel K'Magua, que estaba cerca, era discreto, tenía espejos en las paredes y en el techo, jacuzzi y vapor, columpio, futón, hamaca, sillón adaptable a 10 posturas del Kama Sutra, y canales triple X en la televisión, a más de servicio de bar y restaurant y venta de juguetes eróticos. Replicó el otro: "Motelero, lo que se llama motelero, no soy. Pero en fin, vamos al motel". Al motel fueron, en efecto, y ahí tuvo lugar el consabido trance. Acabada la erótica coición el individuo encendió un cigarrillo y empezó a fumarlo con la mirada perdida en el vacío. La dama -mis cuatro lectores habrán adivinado ya su oficio- le preguntó, pues debía ir en busca de más clientes: "¿Y el dinero?". Contestó el tipo, displicente: "Gigoló, lo que se llama gigoló, no soy. Pero en fin, ahí déjamelo sobre el buró". FIN.