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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Aquel era un vuelo transoceánico. En la cabina del jet las luces se habían apagado, y los pasajeros dormían ya. No todos. Una bella pasajera y un miembro de la tripulación habían intercambiado miradas sugestivas al comenzar el viaje, y ambos aguardaban el momento de hacer que las miradas se convirtieran en algo más palpable y placentero. El tripulante se acercó a la pasajera, que iba sola en una fila de tres asientos, y en voz baja le propuso llevar ahí a la práctica aquel mutuo deseo. Ella, usando el mismo tono, manifestó un temor: alguien podía estar despierto, y darse cuenta de aquella refocilación. El tripulante, que ardía en deseos de consumar su erótico deseo, le dijo bajando más la voz que había recorrido la cabina, y que todos los pasajeros dormían profundamente. A fin de probar si era verdad aquello, la mujer se puso en pie y preguntó en voz alta: "¿Alguien tiene un pañuelo?". Nadie contestó. Así tranquilizada, la mujer accedió entonces a consumar aquel lúbrico trance, el cual se llevó a cabo sin sobresalto alguno. Llegó el avión a su destino, y el piloto salió a despedir a los pasajeros. Vio a un ancianito que tiritaba. Le preguntó, extrañado: "¿Por qué tiembla usted así, señor?". Respondió el viejecito dando diente con diente: "Tuve un frío tremendo toda la noche". Vuelve a inquirir el piloto: "¿Por qué no le pidió una manta al encargado?". "¡Ah no! -exclamó con alarma el ancianito-. A una mujer que pidió un pañuelo ese tipo se la tiró en su asiento. ¡Imagine lo que me habría hecho a mí si le pido una manta!"... Antier se cumplieron 200 años de la Constitución de Cádiz, aquella famosísima y malograda Pepa. Tras un breve estallido de entusiasmo libertario se impuso otra vez el absolutismo, y se plasmó de nuevo el desolado, pero realista aforismo popular que dice: "Allá van leyes do quieren reyes". En México también prevaleció el realismo: las tesis federalistas de mi brusco paisano Miguel Ramos Arizpe, aparentemente triunfadoras por haber quedado inscritas en la ley, cedieron en la realidad ante el centralismo propugnado por el mercurial regiomontano Padre Mier, quien, vencido en la teoría, acabó siendo vencedor en la práctica cuando se estableció aquel omnímodo presidencialismo que tuvo sus antecedentes en Juárez y Porfirio Díaz, y que en el siglo veinte fue completado en el dominio de siete décadas del PRI. De ese presidencialismo no podemos aún salir. La doctrina de la división de poderes, una de las aspiraciones máximas consagradas por los liberales en la Constitución de 1812, sigue siendo vulnerada en nuestros días. El llamamiento que Calderón hizo a la Suprema Corte en su discurso de Papantla, al pretender influir en la decisión que hoy tomarán los magistrados en el caso de Florence Cassez, representa una clara intromisión de un poder en los asuntos reservados a otro. Es cierto que el Presidente, igual que todo ciudadano, tiene derecho a expresar sus opiniones, pero las del titular del Poder Ejecutivo, por su especial importancia y significación, deben estar sujetas a la prudencia y a la oportunidad de modo de no incidir en el ámbito formal y material de otro Poder. De este asunto, el de Cassez, Felipe Calderón parece haber hecho una cuestión personal. Sin embargo el dilema aparente que plantea, el del derecho de la víctima frente al victimario, es falso tanto desde el punto de vista de la ley como de la moral. Ambos derechos deben ser garantizados, pues de ninguna manera uno excluye al otro. Lo que Calderón llama "rendijas" de la ley son en verdad disposiciones que garantizan el debido proceso a todos los ciudadanos por igual, sean culpables o inocentes. Si esas disposiciones se suspenden se instaura un régimen de inseguridad jurídica del cual todos acabaremos siendo víctimas. La imprudente convocatoria a los magistrados hecha por Calderón no debe ser atendida por ellos. La separación de poderes, la necesaria independencia que el Judicial debe tener ante el Ejecutivo, han de hacer que a las palabras del Presidente se las lleve el viento, y que en este caso, como en todos, prevalezcan únicamente la letra de la ley -expresión de la justicia- y su recta interpretación... FIN.

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