"Eres mejor en la cama que mi esposa". Así le dijo lord Highrump a Gwendolyn, la joven mucama de la finca, tras de yogar con ella. "Quizá tenga usted razón, milord -contestó ella-. Lo mismo me han dicho el mayordomo, el cocinero, el valet, el jardinero, el encargado de las perreras, el carpintero, el caballerango y el chofer"... En la gasolinera un conductor le pidió al encargado que le inflara las llantas de su automóvil, pues las sentía bajas. Procedió el individuo a hacer aquello. Al terminar preguntó el automovilista: "¿Cuánto te debo?". "Son 100 pesos" -contestó el empleado. "¿100 pesos por inflar las llantas?" -se indignó el otro. "Señor -respondió el tipo-, es el costo de la inflación"... Himenia Camafría, madura señorita soltera, se quejaba desolada: "El hombre llegó al Polo Norte. Llegó al Polo Sur. Llegó a la Luna... ¡Y ningún hombre me ha llegado a mí!"... Empédocles Etílez, ebrio consuetudinario, hizo acto de presencia en su casa en horas de la madrugada, borracho como una cuba, igual que siempre. "¡Ay, Empédocles! -le dijo su esposa, gemebunda-. ¡Tú me vas a enterrar! ¡Me vas a enterrar!". Replica con dolorida voz el temulento: "¡No digas eso, viejita! ¡Si ni talache tengo!". (Nota para mis lectores de otros países: "talache" -también dicho "talacho" o "talacha"- es en México lo que en España se llama zapapico. El nombre mexicano de ese instrumento es híbrido: se forma con el náhuatl "tlalli", que significa tierra, y el castellano "hacha". Generalmente se dice "talache", y la voz "talacha" queda para hacer alusión a un trabajo fatigoso, generalmente el de cambiar las llantas de los camiones pesados a la orilla de las carreteras)... Año: 1864. Lugar: Arizpe, comunidad pequeña en el Estado de Sonora. Se acercan las fiestas patrias de septiembre, y las muchachas y señoras del lugar se han reunido para hacer una bandera. ¿Qué bandera es ésa? Es la bandera del Imperio; la de Maximiliano. Los hombres no pueden creer lo que sus mujeres hacen. ¿Cómo, si el pueblo de Arizpe es liberal, ellas están confeccionando la bandera de los conservadores, y además en tamaño muy grande, de varios metros? Cuando les preguntan el porqué de eso las señoritas callan y -cosa más difícil aún- callan las señoras. Llega el día en que la Independencia se celebra. Esa noche habrá baile en Arizpe. Cuando entran en la sala donde se efectuará la fiesta los hombres ven, tendida en el suelo a manera de alfombra, la bandera imperial. Sobre ella bailan las parejas. Han entendido los hombres: aquella fue una galana forma ideada por las mujeres para mostrar desdén al emblema de los invasores. Termina el sarao. Las damas se reúnen, y puestas frente a los hombres una de ellas los arenga: "¡Son ustedes unos mandrias!" -les dice ante el aplauso de las otras. "Mandria" es el apocado o inútil, el bueno para nada. "Ven invadido el suelo de la Patria; miran cómo los enemigos de la República han ocupado nuestra tierra, y no hacen nada para defenderla. ¡Son indignos de llamarse mexicanos!". Los hombres, avergonzados, juran en ese momento convertirse en soldados y luchar por México. Al día siguiente hicieron buena su palabra: un grupo de arizpenses armados atacó Huepac, plaza ocupada por los conservadores, y tomó la población para la causa republicana. Así empezó un movimiento de resistencia que cundió luego por todo el Estado y acabó por expulsar de Sonora a los imperialistas. Muy poco conocida es esta historia, la del baile en Arizpe y la patriótica exhortación que a sus hombres hicieron aquellas enjundiosas sonorenses. La recordé ayer, día juarista, para destacar la vehemente y nunca bien reconocida participación de muchas mujeres mexicanas en la defensa de los valores que han definido nuestra nacionalidad... Viene ahora un cuentecillo irreverente. Las personas que no gusten de leer cuentecillos irreverentes deben suspender aquí mismo la lectura y saltarse hasta donde dice FIN. Por segunda vez Nuestro Señor Jesucristo bajó a la Tierra. Quería ver cómo iban las cosas por acá. Sintió sed, y entró en un bar grill muy elegante. Solicitó el menú, y después de leerlo le pidió al camarero que le trajera un vaso de agua. Cuando lo tuvo enfrente puso su mano sobre él. Ante el asombro del mesero el agua se convirtió al punto en vino. "¿Qué hace usted?" -le preguntó lleno de asombro. Respondió Jesús: "Hijo: si crees que voy pagar por un vaso de vino lo que ustedes cobran, estás muy equivocado"... FIN.