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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"Dame aquellito" -le pidió Libidiano, galán concupiscente, a Dulciflor, muchacha ingenua. Ella, lacónica, respondió: "No". Insistió con perfecto endecasílabo el lúbrico amador: "Mi cuerpo entero arde en pasión por ti". "No" -volvió a decir la cándida doncella, que ningún endecasílabo necesitaba para defender la gala integérrima de su virtud. "Nuestra existencia es corta -argumentó el tenorio-. 'Vita incerta, mors certissima'. Incierta es la vida; certísima la muerte. Gocemos la fugitiva flor de este momento. Ahora somos; quizá mañana tú ya no serás". (Obsérvese que el insensato no se incluía en esa reflexión, lo cual da idea de su vanidad y suficiencia). Y Dulciflor de nuevo: "No". Porfió el tal Libidiano: "Si no me das lo que te pido se descorazonará mi corazón". Y dijo Dulciflor: "Pues sí, sí, sí, pero no"... Eso mismo le dijeron los ministros de la Suprema Corte a la defensa de Florence Cassez: "Sí, sí, sí, pero no". En efecto, los juzgadores reconocieron los vicios de forma que incidieron en la aprehensión y sujeción a proceso de esa persona, pero no acordaron su liberación. Aun así, lo dispuesto por los ministros tiene forzosas consecuencias. Se reconsiderará el caso, de lo cual eventualmente podría derivar la libertad de la señora en un futuro más o menos próximo. Entretanto, el reconocimiento de las violaciones al debido proceso, sobre todo el del ilegal e inmoral montaje que se hizo para la televisión, ha de conducir necesariamente a una investigación, y al castigo de quienes salgan responsables de esos punibles hechos. Esa torpe escenificación es condenable desde todos los puntos de vista. Quien la ordenó, y quienes en ella participaron a sabiendas de su falsedad, deben recibir un castigo. En ese contexto Genaro García Luna tendría que renunciar ya, pues su permanencia en el importante cargo que ahora ocupa pone en entredicho a la administración calderonista, a más de ser motivo de grave desprestigio para la justicia mexicana y estorbo grande en los proyectos políticos del Presidente y su partido. Dirá ese funcionario que no tiene por qué renunciar. Y los mexicanos le diremos: "Pues no, no, no, no, no, pero sí... Un pobre hombre llamado Malastella Faloperduto sufrió un grave accidente, a consecuencia del cual perdió cierto preciadísimo atributo. Desolado fue con un célebre cirujano reconstructivo, a ver qué le podía reconstruir. "¡Doctor! -le dijo-. ¡De lo perdido lo que aparezca!". El facultativo lo tranquilizó. Le informó que la ciencia médica había evolucionado mucho, y que podía ponerle una parte igual o mejor que la que había tenido antes. Incluso, añadió, las había disponibles en tres tamaños diferentes, cuyo costo le dio a conocer: "Pequeña, 50 mil pesos. Mediana: 100 mil pesos. Grande, 150 mil". Declaró Faloperduto con tristeza: "La mía era por lo menos de 200 mil pesos 25 centavos; pero en fin: resignación". (Caón, le creo lo de los 25 centavos, pero no lo de los 200 mil pesos). Le dijo el paciente al médico que hablaría con su esposa, a fin de obtener de ella el permiso para hacer esa necesarísima inversión. Al día siguiente regresó con el doctor. Le informó, pesaroso: "Dice mi señora que con ese dinero mejor va a remodelar la cocina"... El cuento que ahora sigue es en extremo desaconsejable. Las personas decentes, y aun las parcialmente decentes, no deberían posar en él la vista... Sucede que un hombre joven tuvo necesidad de comprar un condón. Jamás había requerido ese artilugio, y además era muy tímido, de modo que llegó a la farmacia, y lleno de nerviosismo se dirigió al mostrador. Más nervioso aún se puso aún al advertir que quien lo iba a atender era una muchacha. Su turbación fue tal que cuando ella le preguntó: "¿Qué necesita?", se aturrulló todo y sólo acertó a responder: "¿Tiene rollos para cámara?". La chica le entregó uno; el pobre tipo lo pagó en la caja y salió de la farmacia. Pero afuera cobró ánimo, y regresó a comprar el condón. La timidez, sin embargo, lo venció de nuevo, y cuando la muchacha le preguntó qué quería ahora, balbuceó: "¿Tiene pintura roja?". La dependienta le dio un bote; el infeliz sujeto lo pagó y volvió a salir. En la calle se reprendió a sí mismo; entró de nuevo y otra vez fue con la encargada. "¿Qué se le ofrece?" -le preguntó ella, algo amoscada ya. Haciendo un supremo esfuerzo respondió el tipo: "Quiero un condón". "¿Por fin? -le dijo, impaciente, la muchacha-. ¿La va a retratar, la va a pintar, o la va a usar?"... FIN.

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