Afrodisio Pitongo, galán concupiscente, aprovechó la publicidad recibida por el terremoto de hace días y le pidió a una joven llamada Proserpina que le diera su epicentro. Ella no entendió de pronto aquella alusión sísmica, pero cuando Afrodisio aclaró más los términos de su solicitud se mostró más que dispuesta a obsequiarla. Respondió en forma de pregunta: "¿Por qué no?". Afrodisio tenía varias respuestas a esa interrogación: "Porque no te voy a pagar"; "Porque después ya no me volverás a ver", pero se las guardó. Así, fueron a un motel de corta estancia o pago por evento llamado "El lecho de Cleopatra", y ahí tuvo lugar el trance erótico. ¡Y qué trance! Proserpina demostró ser, como el reciente seísmo telúrico, un verdadero terremoto. Afrodisio, a pesar de su destreza y labilidad en cosas de fornicio, se vio superado por la chica. Al principio las acciones se contuvieron dentro de los límites de la normalidad, pero de pronto ella se desató en movimientos oscilatorios y trepidatorios realmente extraordinarios. Con la pelvis le dibujó a Afrodisio una letra o; después una sinuosa ese; luego una i con su correspondiente punto, y por último una relampagueante doble u. Los meneos y ondulaciones de la joven semejaban los de una contorsionista de circo, sólo que los de esas artistas circenses son movimientos lentos y pausados, en tanto que los de Proserpina eran rápidos y convulsivos. Afrodisio tuvo que recurrir a toda su habilidad y fuerza para no ser desmontado por aquellas tremendas sacudidas semejantes a las que experimenta un charro cuando jinetea una yegua bruta. (Nota: Así se llaman las yeguas no domadas. Si uso ese calificativo, "bruta", no es con el ánimo de ofender a la yegua, sino para no ser acusado de maltratar a un animal. Tampoco lo de animal lleva intención peyorativa). Cesaron de súbito, igual que habían comenzado, los zarandeos de la mujer. Pensó Afrodisio que su terminación era debida a que ella había llegado ya al clímax del amor. Como él también lo había alcanzado por virtud de aquel rico catálogo de agitaciones y estremecimientos se tendió de espaldas en el lecho y declaró, todavía sorprendido por los sacudimientos y agitaciones de su compañera: "¡Eres fantástica, Proserpina! ¡Jamás había estado yo con una mujer capaz de hacer los movimientos que haces tú!". "Favor que me haces -agradeció ella con mucha cortesía-. Tiene sus ventajas eso de tener el mal de San Vito". (¡Qué barbaridad! ¡Lo que Afrodisio tomó por erotismo era en verdad corea! Así se llama la enfermedad nerviosa convulsiva con contracciones musculares clónicas, involuntarias e irregulares. San Vito, también nombrado Guido o Guy, fue un cristiano martirizado el año de 303. Su fiesta se celebra el 15 de junio. Parece que Vito tenía mal sueño; era de los que bracean y tiran patadas al dormir. De ahí le vino la fama que lo hizo llegar a ser patrono de bailarines y saltimbanquis. Un latérculo tardío lo ubica en Sicilia, y en los sinaxarios ortodoxos aparece como mártir. (No sé que sea "sinaxario", pero no se oye nada bien. Y "latérculo", que tampoco sé qué significa, se escucha aún peor). Hice memoria hoy de San Vito porque los movimientos políticos que vemos actualmente en la etapa pre-electoral se parecen a las brazadas y pataleos característicos de ese mal, el de San Vito. Los candidatos, que aún no están en campaña (ni en precampaña subcampaña, infracampaña, cuasicampaña o bicampaña), se agitan y menean sin cesar, y hacen cosas como los ires y venires de Peña Nieto grabando spots para Mamá Televisión; la motocicleta de Josefina, con la encuesta que Calderón le regaló, y el magnánimo perdón que López Obrador, benévolo, concedió al Presidente en el curso de su novedoso, útil y práctico camino de santificación. La llamada "veda electoral" es una ridícula zarandaja que los candidatos y sus respectivos equipos se pasan por donde Petra se pasa el peine, si me es permitida esa ática expresión. Mientras tanto, los inermes ciudadanos somos bombardeados con premeditación, alevosía y ventaja por incesantes andanadas de anuncios del IFE y el Gobierno Federal, en machacona publicidad que seguramente aparece a los ojos de un extranjero como la propaganda de un país totalitario. Lo dicho: el baile de San Vito. FIN.