"¿Gorda yo? -decía Sebilia-. ¡Qué va! Solamente estoy pasada de buena". Sin embargo, por insinuación de sus amigas se sometió a la dieta Gómez Mont, que consiste en mandar a la tiznada el PAN. Así, en unas cuantas semanas quedó convertida en una sífilis. (Nota de la redacción: seguramente nuestro amable colaborador quiso decir "sílfide"). Su nueva figura, juncal y cimbreante, atrajo la lascivia de Afrodisio, galán concupiscente, que de inmediato le pidió la dación de su más íntimo tesoro. Ella dijo que no. Porfió Afrodisio: "Me consumo en deseo por ti. No hagas que mis urentes ansias se vuelvan trabajos de amor perdidos". La integérrima muchacha le dio entonces una respuesta memorable. "Si tan grande es tu ardor no batalles. El remedio está en tu mano". (No le entendí)... A cada paso la vida me da regalos súbitos, tanto más agradecidos cuanto más inesperados. Voy a la excelente librería que Gandhi tiene en la Terminal 2 del Aeropuerto de la Ciudad de México, y me entero de que mi libro "Los mil mejores chistes que conozco, y otros cien más buenos aún" se ha vendido como pan caliente, si me es permitido usar esa expresión inédita y original. "Es que se acercan ya las vacaciones -me dijo el amable y eficiente chico que atiende la librería-, y la gente busca un libro agradable para leer en esos días". En efecto, gran éxito ha tenido esa nutrida colección de buen humor. Figura en la lista que todas las librerías hacen de los 10 libros más vendidos. Tal cosa se debe, quizá, a que en estos tiempos se necesita algo que haga reír y sonreír en medio de tantas cosas negativas. He llegado a pensar que la risa, con la alegría y gozo que proporciona, es buena no sólo para la salud de las personas, sino también de las sociedades. Y en estos días la República y sus habitantes necesitan ese preciado bálsamo, el humor. Así, se han multiplicado las reimpresiones que Diana, del Grupo Planeta, ha hecho de "Los mil mejores chistes". ¡Cómo agradezco a la querida casa editorial, y a los buenos amigos que ahí tengo, que hagan llegar a mis cuatro lectores esa sonriente obra, que concebí como grato quitapesares y alivio de tristezas, tedios y aflicciones! Si en sus dos tomos (el rojo, de la A de amantes a la M de mujeres, y el verde, de la N de nudistas a la V de viejitos) ese libro hace más alegres las vacaciones de mis cuatro lectores, quedará cumplido el propósito que me fijé al escribirlo: dar a quien me lee el amable -y necesario- regalo de la risa... Don Astasio llegó a su casa y sorprendió a su esposa, doña Facilisa, en trance adulterino con un desconocido. Desconocido para don Astasio, digo, porque doña Facilisa mostraba a las claras tener trato muy próximo con el sujeto. No sólo estaba entrepiernada con él, lo cual constituye indicio claro de familiaridad, sino además le decía "Negro santo", "Papasote", "Cochas lindas", y otras expresiones que igualmente dan a ver cercanía personal. Colgó don Astasio en una percha su saco, su bufanda y su sombrero, y fue luego al chifonier donde guardaba una libreta en la cual solía apuntar réspices para increpar a su esposa en tales casos. Regresó a la alcoba, se plantó al lado del lecho adulterino y con gran fibra le espetó a la pecatriz este dicterio: "¡Mujer sin lacha!". Quería decirle desvergonzada, pues lacha, en el caló de los gitanos, significa vergüenza o pundonor. "¡Ay, Astasio! -replicó doña Facilisa sin alterar el ritmo de sus meneos eróticos-. ¡No seas pedorrero!". (Pedorrero es, en México, el individuo regañón). "Mujer -la amonestó, ceñudo, don Astasio-. El adulterio te lo puedo pasar, pero la grosería no. Debes ser siempre lo que eres -'Esto quod es'-, y tú eres una dama, al menos cuando estás en posición vertical. Y usted, joven gaznápiro, salga inmediatamente de mi cama, de mi alcoba y de mi casa. Y hágalo en ese preciso orden, por favor". Replicó el lacertoso mocetón: "No sé, ruco, qué sea eso de 'gaznápiro', pero, si es algo malo, botellita de jerez, todo lo que digas será al revés". "¡Ah! -elevó los ojos al cielo don Astasio-. De nueva cuenta la vulgaridad. Esto sí no lo puedo tolerar. Quédense solos con su ordinariez". Y así diciendo salió del cuarto y fue a buscar en la relectura del Manual del Perfecto Carreño un recuerdo de aquellos tiempos en que aún había buenas maneras y correcta urbanidad, no como ahora, que ya ven cómo andan las cosas en el PAN... FIN.