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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Don Algón, salaz ejecutivo, consiguió por fin que Rosibel, linda muchacha, aceptara ir con él a un discreto motelito de corta estancia o pago por evento, el "Afrodita". Dicho establecimiento ofrecía a su numerosa clientela lo siguiente: jacuzzi en cada habitación, espejos en el techo, vapor, futón erótico, hamaca, columpio Kama Sutra; películas triple X, juguetes sexuales para él y para ella y lubricantes aromáticos. Don Algón iba dispuesto a disfrutar todas esas amenities, pero a la hora de la verdad se percató de que no tenía ya los mismos arrestos de sus mejores años, y por más esfuerzos que hizo no consiguió elevarse a la altura de las circunstancias. Tras disculparse con su compañera se vistió y fue muy mohíno al baño. Ahí advirtió, para colmo, que se estaba mojando al hacer lo que hacía. "Oye -le habló muy serio a la alusiva parte-. Ya me arruinaste la noche, no me arruines también el pantalón''... Otro cuentecillo parecido al anterior. La joven alumna le dijo con mucha pena al anciano profesor: "Perdone usted, maestro: trae todo mojado el pantalón por la parte de adelante''. El viejito se mira la entrepierna y exclama luego desolado: "¡Caramba! ¡Otra vez me desabroché el chaleco y me saqué la corbata!''... A aquella muchacha le decían "La pelota de beisbol''. Para jugar con ella necesitabas un diamante... Todas las vacas tenían ya sus becerritos, menos una. Y es que era la única a la que ningún toro se había acercado nunca. Andaba triste y cariacontecida la vaquita; no se explicaba el motivo del desdén que todos los sementales le mostraban. Por fin, después de observar su conducta, otra vaquita dio con la clave del problema. "Con razón ningún toro se te acerca, Galatea- le dijo a su compañera-. Los bloques de sal son para lamerlos, no para sentarte en ellos''... El maestro de ceremonias presentó al orador en turno. Dijo: "Nuestro invitado y yo tenemos muchas cosas en común. Él nació en esta ciudad; yo también. Él estudió en la Secundaria 85; yo también. Él ha dicho que disfruta mucho el sexo con su esposa. Yo. En fin, tenemos muchas cosas en común". Aquella muchacha estaba soñando. Su sueño no podía ser más hermoso. Soñaba que era la Bella Durmiente. El apuesto príncipe la besaba dulcemente y ella volvía a la vida. La tomaba el príncipe en los brazos y subía con ella la gran escalera del palacio. La conducía a la alcoba y ahí la besaba primero con suavidad, luego con pasión encendida. Luego la depositaba en el lecho y comenzaba a despojarla amorosamente de los tenues velos que la cubrían. "¡Oh, príncipe! -dice ella languideciendo de amor-. Y ahora, ¿qué me vas a hacer?''. "No sé -responde el príncipe, perplejo-. Tú eres la que está soñando''. Doña Gorgolota no acababa de maquillarse. Le advierte su marido: "Se nos va a hacer tarde, mujer''. Media hora después ella aún seguía pintándose. "Llegaremos con retraso a la cena'' -repitió el impaciente esposo. Pasó media hora más, y doña Gorgolota permanecía ante el espejo. En eso sonó el teléfono. Era el anfitrión de la cena, que preguntaba por qué no habían llegado todavía. "Ya vamos -le dice el esposo de doña Gorgolota-. Lo que sucede es que hay personas que no saben darse por vencidas y reconocer honestamente una derrota''... Libidiano Pitorreal llegó al departamento de su amiguita y sin ningún preámbulo ni foreplay alguno comenzó a despojarla de la ropa. Le dice con vehemencia: "¡Podría pasarme contigo toda la eternidad, amada mía!". Preguntó ella: "¿No me vas a dar antes ni siquiera un beso?''. "Imposible -contesta el tipo apresurándose más en desvestirla-. Dejé el coche en doble fila y con el motor andando''... Don Cornulio llegó al consultorio del doctor Ken Hosanna, célebre facultativo. "Doctor -le relató angustiado-. Hace una semana sorprendí a mi esposa en la alcoba con un desconocido. Antes de que pudiera yo decirle algo, ella me ordenó que fuera a la cocina y me tomara un café. Al día siguiente la volví a sorprender refocilándose con el mismo ruin sujeto, y otra vez me mandó a la cocina a tomarme un café. Todos los días la encuentro con ese hombre en la recámara, y siempre me manda a la cocina a tomarme una taza de café. ¿Qué debo hacer?''. Le indica el galeno: "Se equivocó usted de oficina, señor mío. Yo soy médico, según lo manifiesta con claridad el letrero de la puerta. Lo que usted necesita es un abogado''. "No, doctor -replicó don Cornulio-. Un abogado no podría decirme si no me hará daño tomar tanto café''... FIN.

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