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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Ms. Lousylay es la mujer más fría de Maine, que es frío Estado. Comparado con Ms. Lousylay el iceberg que hundió al "Titanic" es un tizón al rojo vivo. En cierta ocasión la gélida señora pasó por el Ecuador en el curso de un viaje, y lo hizo tiritar. Una noche su esposo, Mr. Starving, le estaba haciendo el amor. El caso no es frecuente, ya que Ms. Lousylay admite en el lecho a su marido únicamente cuando un republicano llega a la Presidencia. Si se considera la helada naturaleza de la dama a nadie extrañará que Mr. Starving se haya sorprendido al oír que ella estaba resoplando durante el acto del amor. Acezaba con mucha fuerza la señora; profería sonoros ruidos onomatopéyicos que hicieron pensar por un momento -sólo por un momento- a Mr. Starving que su esposa estaba disfrutando del trance conyugal. La habitación se hallaba a oscuras, pues Ms. Lousylay tiraba a lo victoriano cuando de hacer el amor se trataba: pedía a su marido apagar todas las luces -incluso la del refrigerador-, y aún así cubría los espejos con una gruesa tela llamada bayetón, y sacaba de la casa al gato, pues los mininos, ya se sabe, miran en lo oscuro, y Ms. Lousylay temía que el micho recibiera un mal ejemplo. Por tanto Mr. Starving se asombró al escuchar aquella serie de sonidos que hacía su mujer. He aquí un intento fútil de consignar gráficamente tales ruidos: "¡Ssssssss! ¡Glosh! ¡Fffffffzzzzzzzzz! ¡Asplsh!". Sin poderse contener Mr. Starving encendió la luz, y lo que vio lo dejó estupefacto: ¡su mujer estaba comiéndose una rebanada de sandía! A eso se debían aquellos ruidos, no al arrebato de la pasión sensual. ¡Ah, pícaro mundo engañoso!...

"¡Aplaudid, manos ociosas!". Así gritaba con vehemencia Mario, amigo mío de Monterrey, cuando un orador decía alguna frase afortunada y el auditorio quedaba indiferente. Los aplausos, empero, como todo lo que sale de las manos -las caricias, el dinero- se deben administrar bien. El PRD, el PT, el partido que antes se llamaba Convergencia y ahora nadie recuerda ya cómo se llama; las organizaciones políticas, en fin, adictas a López Obrador, recibieron aplauso en Nuevo León porque pusieron ahí sus candidaturas a disposición de ciudadanos independientes. Ese aplauso se debe moderar. En primer lugar en Nuevo León esos partidos tienen muy poca presencia, y no disponen de candidatos propios con personalidad o fuerza, de modo que en vez de dar están recibiendo. No estamos aquí en presencia de una verdadera democratización, sino de personas a quienes las izquierdas saben manejar muy bien. Inexplicablemente esos ciudadanos se ponen a disposición de partidos y gente cuyas ideologías (es un decir) y prácticas (es un recordar) no condicen con los valores de libertad, trabajo y orden que han caracterizado siempre a las comunidades nuevoleonesa y regiomontana. Su postulación por esos organismos tan opuestos y contrarios a los principios y tradiciones que definieron el modo de ser particular de Monterrey y Nuevo León, servirá para dar fuerza a quienes nunca la han tenido ahí. En esto se ve una vez más la astucia de López Obrador y de los suyos: aparecen como dadores generosos, y son en verdad quienes están ganando. No cabe duda: la política hace extraños compañeros de cama. El día que el PRD, el PT y el partido que antes se llamaba Convergencia y ahora nadie recuerda ya cómo se llama, ofrezcan sus candidaturas a ciudadanos independientes, digamos, en el Distrito Federal, Zacatecas, Oaxaca, Chiapas o Michoacán, entonces yo seré el primero en aplaudir. Y con las dos manos, para mayor efecto... Aquel hombre, cansado de placeres, decidió buscar esposa. Quería una que no hubiese conocido las cosas del mundo y de la carne, y se alegró bastante cuando conoció a una chica modosa y recatada. La cortejó discretamente, para no herir su virtud y su candor, y aun la acompañó en sus devociones cotidianas, pues la muchacha gustaba de rezar dos o tres horas cada día. Por fin se llegó la fecha de la boda. Esa noche, ya en la habitación nupcial, él salió del baño y se sorprendió mucho al ver en la cama a su mujercita, sin nada encima y recostada en actitud lúbrica y sensual, como la maja desnuda de Goya o como la voluptuosa Leda que pintó Tiziano. "¡Pero, Flordelisia! -exclamó el hombre al mismo tiempo consternado y sorprendido-. ¡Yo esperaba verte de rodillas!". "¡Ah no! -protesta ella-. Cuando lo hago de rodillas después me duele la espalda"... FIN.

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