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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"El sexo es enajenante" -le dijo la guapa chica feminista a su amigo. "Es cierto -admitió él-. ¿Qué te parece si nos damos una enajenadita?"... La curvilínea muchacha de ubérrimos encantos llegó a la elegante tienda y le preguntó a la encargada: "¿Tiene un abrigo de mink que combine?". "Que combine ¿con qué?" -preguntó la dependienta. Respondió la chica, hosca: "Con un viejo ricachón feo, chaparro, panzón y calvo"... Un señor les decía con tristeza a sus amigos: "Hace 30 años me enamoré de unos ojos profundamente verdes que lanzaban fúlgidos destellos amorosos. Mi error consistió en haberme casado con todo lo demás"... En el bar del hotel el tímido señor vio a una muchacha que apuraba su copa, solitaria, en la barra. Venció su timidez, y se sentó al lado de la chica, pero su atrevimiento no llegó al extremo de hablarle. En vez de eso le pidió al cantinero que le sirva una copa a él y otra a la muchacha. Ella agradeció el envío con un movimiento de cabeza. Terminada la primera copa el señor volvió a pedir una más para los dos. De nuevo la mujer le dio las gracias con un gesto. Y así una vez más, y otra. De pronto el señor notó que al parecer ella iba a marcharse ya. Hizo un supremo esfuerzo le dijo: "¿Iría usted conmigo a un sitio más discreto?". "¡Ay, cómo eres! -le respondió sonriente la muchacha dándole un golpecito con el codo-. ¡Ya me convenciste con esa facilidad de palabra que tienes!"... Empecemos por el principio. Conforme al mandato bíblico, o por el distinto grado de su evolución, el animal sirve al hombre, y no el hombre al animal. Así son las cosas; así ha sucedido desde los albores de la humanidad, cuando el hombre domesticó algunos animales y los usó para su servicio. Nos servimos de esas criaturas según su naturaleza: el perro cuida nuestros rebaños, o nos guía si somos invidentes, o custodia nuestra casa, o tira de nuestros trineos. El caballo nos lleva a cuestas y carga nuestros fardos. La oveja nos da su lana; la vaca su leche; sus huevos la gallina, etcétera. Comemos la carne de los animales, nos valemos de su piel o de su pelo; aprovechamos otras partes de su cuerpo. Pues bien la naturaleza del toro de lidia es embestir. Nadie lo enseña; lo hace por instinto. El becerro de unas cuantas semanas de nacido ya da topes al que se le acerca. Por eso los hombres han usado su acometida en ritos milenarios. La fiesta de toros es uno de esos ritos. Podrá decirse que es cruel, pero ahí están su misterio, su arte y su belleza. Y ahí está el toro de lidia, hermosa especie animal que con la prohibición de la fiesta entraría en vías de extinción, pues es criatura para el ruedo, no para el rastro; originalmente su destino es luchar, no ser destazado como otros animales menos fieros. Yo de mí sé decir que, de ser toro, preferiría morir en el ruedo, y no en el matadero, que en última instancia reviste la misma crueldad; díganlo si no los vegetarianos absolutos, únicos que tienen derecho a reclamar la muerte de los animales que nos comemos y el uso de los productos que nos dan. En las corridas el toro tiene una oportunidad de salvarse -el indulto- contra ninguna que tiene el que va al rastro. Lo más irónico de esta campaña contra la fiesta brava es que esa campaña la promueven algunos que han propuesto la pena de muerte para el hombre, y ahora dicen combatir esa fiesta para salvar la vida de los toros. ¿Podrá encontrarse una mayor inconsecuencia? Igual que sucedió en Cataluña y en otras partes, lo que está sucediendo en México no es cosa de humanidad o ecología: es cosa de política... Una dama de edad madura fue a visitar al oftalmólogo. El médico la sentó en el sillón y la examinó detenidamente. Después le manifestó: "Señora: tiene usted una mirada maternal". "¿De veras, doctor?" -exclamó complacida la señora. "Sí -confirma el facultativo-. Ve pura madre"... Le dice un tipo a otro: "Si mi esposa pasara a mejor vida me casaría con su hermana". "¿Por qué?" -preguntó el otro-. Explica el sujeto: "No quiero meterme en el trabajo de domar otra suegra"... Un individuo entró en la cantina y dijo con tono retador: "¿Quién tiene los éstos más grandes que yo?". Un sujeto mal encarado y fortachón se levantó desafiante. "Yo -le contestó al otro, encarándolo-. Yo tengo los éstos más grandes que usted". "Magnífico -se alegra el tipo-. ¿No me compra unos calzones que me regalaron, y que me quedan grandes?"... FIN.

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