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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

El ansioso recién casado le pidió al oído a su flamante mujercita: "¡Desvístete, Susiflor!". "No, Vehemencio -respondió ella-. Todavía no". Minutos después volvió él a renovar su petición: "¡Susiflor, desvístete ya!". "No -volvió a negarse la muchacha-. Aún no". "¡Desvístete, Susiflor! -exclamó ya con impaciencia el ardiente desposado-. ¡Ya estamos casados!". "Es cierto, Vehemencio -concedió la muchacha-. Ya estamos casados. ¡Pero todavía estamos en el atrio de la iglesia!"... Unos ladrones entraron por la noche en el convento de las Madres de la Reverberación. Por fortuna la anciana madre portera, Sor Bette, oyó sus pasos; llamó rápidamente a la Policía, y los sujetos fueron detenidos. Llenas de congoja las monjitas les decían a los gendarmes lo que alcanzaron a hacer los asaltantes. "Se metieron por una ventana" -dijo una. Añadió Sor Bette: "Y son caníbales". "Empezaron a buscar por todas partes" -siguió otra. Y dijo Sor Bette: "Y son caníbales". "Luego -prosiguió una tercera- intentaron meterse en las celdas". Completó sor Bette: "Y son caníbales". El jefe de la Policía le preguntó: "¿Por qué dice usted que los ladrones son caníbales?". Explica la anciana: "Porque clarito los oí decir: 'Después de robarles lo que tengan nos las echamos al plato'"... Doña Mastasia descubrió alarmada que la habían salido dos bolas en la espalda. Temiendo algo muy malo fue con un médico. Éste, después de practicarle muchos y costosísimos exámenes, le dijo que sufría una rara enfermedad desconocida para la cual no había cura. Le sugirió que se preparara para lo peor. Así desahuciada, doña Mastasia decidió que sus últimos días los dedicaría a viajar. Se despidió de todas sus amistades y fue a comprarse ropa para el viaje. En la tienda, después de escoger otras prendas, le pidió a la encargada: "Y deme también seis brassiéres talla 34 A". "Perdone usted, señora -le indicó con mucho tacto la muchacha -. Creo que su talla es ligeramente mayor. Digamos un 40 D". Doña Mastasia se molestó. Replicó irritada: "¡Toda mi vida he usado talla 34 A, señorita!". "Es demasiado pequeña para usted -se atrevió a insistir la chica-. Con todo respeto, creo que debería llevar una más grande". "¡No me diga lo que debo hacer! -se irritó la señora-. ¡Deme esos brassiéres en la talla 34 A!". "Está bien -suspiró la muchacha-. Pero debo advertirle que si usa esa talla tan chica le van a salir bolas en la espalda"... Cada nación tiene un motivo -o un pretexto- para fundar su nacionalismo. Nuestro motivo, por ejemplo, es el petróleo. La expropiación petrolera fue en su momento una causa digna fortalecida por un nacionalismo justo. Ahora la explotación petrolera es causa de numerosas indignidades derivadas de la ineficiencia y de la corrupción, y pretexto para un nacionalismo ramplón y ya obsoleto. Los argentinos, por su parte, fincan su afán nacionalista en las islas que ellos llaman Malvinas, y los ingleses Falkland. El pasado 2 de abril se cumplieron 30 años de que el régimen militarista de Argentina ordenó una absurda invasión de esas remotas islas, entonces sin otra importancia que la de mero símbolo, pues no se había descubierto aún petróleo en ellas y en sus cercanías. Con esa torpe acción bélica la criminal dictadura militar que padecían los argentinos pretendió suscitar el patriotismo popular como medio para seguir en el poder. Aquello fue un fracaso, y cientos de muchachos ingleses y argentinos perdieron la vida en esa aventura irracional. Argentina sigue reclamando aún soberanía sobre las islas. Yo las he visitado, y puedo decir -independientemente de las razones que asistan a la reclamación del país sudamericano- que sus pobladores son ingleses, y no sienten vinculación alguna con la nación argentina. Ahora el gobierno de Cristina Fernández ejercita una súbita expropiación que ha causado polémica mundial, y que se da en los mismos días del aniversario del desastre en las Malvinas. Cuidado con los nacionalismos. Son nocivos en algunos casos, peligrosos en otros, y ciegos en casi todos... El experto en psicología infantil instruía a los padres de familia: "No es conveniente que los niños escuchen algunas cosas que dicen sus papás. Sean cuidadosos: cuando no quieran que sus hijos pequeños se den cuenta de lo que ustedes dicen, deletreen las palabras". Esa noche Babalucas llegó a su casa y le dijo a su esposa, que estaba con los niños: "Vieja, esta noche vamos a follar. Pe-ere-e-pe-á-ere-a-te"... FIN.

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